Martes

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Mientras que Sam va por su tercera tabla de rollitos california, yo aun seguía jugueteando con mis fideos picantes. Sé que había dado un paso enorme, pero la satisfacción por haberme defendido jamás se podría comparar con la satisfacción de sus besos, sus ojos y su voz pronunciando mi nombre.

¿Quién es Stella sin Tobías? Me pregunté.  Y no tuve respuestas.

–¿Crees que tu hermano está muy enojado? –pregunté a Sam, quien me fulminó con la mirada.

–¿Te estás arrepintiendo?

Asentí.

–Lo extraño tanto que duele, Sam. Me duelen las manos, la cabeza me da vueltas y preferiría morirme antes que pasar otro día sin tocarlo.

–Eso se llama abstinencia.

–Se llama despecho.

–Es prácticamente lo mismo.

Y en un segundo ya estaba levantada, Sam me inspeccionó con detenimiento y luego asintió, aceptando la situación.

–No será tan fácil salir de allí –me aseguró.

–Nada jamás es fácil con tu hermano, ya deberías saberlo.

Lancé un beso sonoro a su dirección y me marché del restaurante. Antes de seguir mi camino, le envié un mensaje a Tobias, solo para asegurarme que su propuesta seguía en pie.

5:00 pm.

¿Por qué me quemas?, ¿por qué me dueles?, ¿por qué entre tantos, tú?, ¿por qué aunque quemas y dueles, te anhelo?

–Te extrañé mucho.

¿Me extrañó o al control que tenía sobre mí?

Lo besé en un intento por callarlo, no quería escuchar nada más que me convenciera que debíamos volver a una rutina destructiva y dolorosa. Sabía que era inútil, ya estaba convencida desde que entró por la puerta y me atrapó entre sus brazos.

Él dio una embestida gentil, pero contundente y solté un gemido ahogado, de esos que tanto lo hacen enloquecer. Repitió la acción un par de veces y cuando pensé que estaba por terminar, aumentó la intensidad, haciendo que ese gemido se convirtiera en un grito de placer.

–No quiero perderte –musitó con dificultad.

Acercó su rostro al mío y depositó un pequeño beso en mis labios. Supe que había terminado, así que me acurruque en su pecho, como siempre. Este es mi momento favorito, porque puedo escuchar su corazón agitado y tener la certeza de que soy la causante de ello.

¿Alguna vez aceleré tu corazón fuera de la cama, Tobías?

–De nuevo fue demasiado fácil –dije, acariciándolo.

–Abandoné una junta para venir aquí, no lo llamaría algo fácil.

Solté una carcajada irónica.

–Toby, tú jamás harías eso por mí.

Él no respondió, así que supe que hablaba en serio.

–¿Lo hiciste? –Me senté a su lado y lo encaré.

–Haría muchas cosas por ti, Stella.

–Como romperme el corazón, por ejemplo.

Soltó un suspiro repleto de frustración.

–¿Por qué insistes en arruinarlo todo?

Allí estaba de nuevo: la culpa.

–No pretendía arruinar nada, amor, es solo que...

–Es solo que eres demasiado joven.

Jamás había sido demasiado joven para él. Había algo más detrás de todo este repentino distanciamiento. Si no lo conociera de los pies a la cabeza, diría que se trata de su pronta paternidad, pero él jamás ha sido tan familiar y sensible. Aunque las personas cambian, eso dicen.

–Los diez años de diferencia nunca han sido un problema para ti.

–Cuando te comportas como una niñita, son un problema.

–¿Por qué lo hiciste?

Pensó varios segundos y luego de un largo suspiro, respondió.

–Por un momento dejó de ser divertido. El venir aquí cada viernes, pasar un buen rato y luego marcharme se convirtió en rutina.

–Pero es nuestra rutina –aclaré.

–No quiero que seas una rutina, Stella. Para eso tengo a mi esposa.

Lo miré, atenta.

–Ese día entendí que te dejé ir porque no quería empezar a verte con los ojos con que la miro, porque ella es mis mañanas, mi mal humor, mis momentos de vergüenza, mis molestos almuerzos familiares; ella es sexo monótono, charlas interminables sobre sus insufribles amigas y tú...–me miró como quien mira un anhelo–, tú eres el premio que obtengo luego de una semana de mierda, eres fuego, eres silencio luego del sexo y no un recordatorio de que debemos pintar las paredes de la habitación porque sabes que una puta pared no importa cuando estamos juntos; tú te acuestas en mi pecho, me acaricias, me cuidas, pero también eres atrevida. Ese día me fui porque me di cuenta que te estaba amando demasiado y mientras más te ame, más tiempo querré estar a tu lado y, finalmente, terminarás convirtiéndote en ella, en una rutina, en una pasión extinta.

Y esa fue la primera vez que no deseé ser Joana. Solo quería ser Stella, la Stella de Tobías.

–Te rompí el corazón en nombre del amor, Stella –concluyó.

Mis ojos, empañados de lágrimas no podían dejar de mirarlo. ¿Cuándo te enamoraste tanto?

–¿Por eso no puedes divorciarte?

–Amo a Joana, Stella, pero de una manera muy diferente a como te amo a ti. Amarla es cómodo, es fácil, mientras que amarte a ti se siente como todo un torbellino de emociones y, ocultar ese torbellino no es tan sencillo como piensas.

–Entonces, ¿no te doy la tranquilidad que ella te da?

–Lo haces, pero no de la misma forma.

Me volví a acurrucar en su pecho, esta vez, más pegada a él.

–Joana siempre se va a bañar apenas terminamos de hacer el amor, ella jamás se queda acurrucada en mi pecho. Es como si no tuviese la necesidad de aferrarse a mí un rato más, como si estuviera segura de que no me iré a ningún lado.

–Eres su esposo, se supone que ella sienta eso.

–Y es por eso que no quiero que tú seas mi esposa. Necesito que tú me necesites, no quiero que eso cambie.

–Podría morirme hoy y no sentirme completamente satisfecha del tiempo que vivimos juntos. Siempre quiero más de ti, Tobías.

Me acerqué a su rostro lentamente y lo besé con la misma intensidad que esta conversación había tomado.

Nos vemos el viernesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora