Martes

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Pensaba en ti todo el tiempo, incluso cuando era incorrecto hacerlo, incluso cuando otro hombre sujetaba mi mano, pensaba en ti. ¿Por qué me era tan difícil sacarte de mi cabeza y mis rutinas?, ¿por qué te convertiste en mi todo, Tobías?

–Espero te guste la pasta.

Julián decidió que el mejor restaurante de la ciudad era su departamento, ubicado en pleno corazón de la ciudad, donde las luces siempre resplandecen.

Quería decirle que no consumía carbohidratos, que lo más cerca que estaba de cenar pasta, era una hecha de calabaza italiana, pero no sentí la necesidad de mentir, no con él. Julián era amable, era tierno.

–Me encanta.

–Mujer de pocas palabras.

–Así les gustamos más.

Soltó una carcajada al aire y dejó a un lado el cucharón con el que removía lo que parecía una perfecta salsa Alfredo. El aroma invadió mis fosas nasales y danzaron en ellas generando un vuelco en mi estómago, era de ese tipo de aromas que te abren el apetito.

–Stella, ¿puedo saber un poco de ese hombre?

Enderecé mi postura y lo miré sorprendida.

–¿De qué hombre hablas?

–De ese que has estado mencionando desde que comenzamos a charlar.

–No he mencionado a nadie, Julián.

–Oh, pero lo has hecho. Quizás no mencionaste su nombre, pero está en todas partes. En tu visión sobre los hombres, en esa creencia absurda sobre cómo deben actuar las mujeres porque según tú así nos gustan más –rio y luego soltó un largo suspiro–, él está incluso en ese silencio tuyo.

¿Era acaso una especie de psíquico?

–Me dejaste helada.

Se encogió de hombros y retomó su tarea de chef.

–Estás enamorada, ¿no?

–Es complicado, –suspiré– todo con él lo es.

Mientras emplataba, pude ver que sonreía. No entendí nunca cómo era que Julián podía sonreír en cualquier situación, incluso en esa, en la que le estaba revelando que mi corazón ya tenía dueño, no dejó de sonreír.

–Bien, creo que debemos conversar –Llevó ambos platos al comedor e hizo a un lado la silla en donde me sentaría, todo un caballero.

–Gracias, señor –musité intentando imitar un acento inglés.

–Buen apetito, señorita –imitó mi acción y tomó asiento frente a mí.

–Igualmente, caballero.

Di el primer bocado sin expectativa alguna y mi sorpresa fue tal, que tuve que cubrirme la boca con ambas manos. Él me miraba, solo me miraba.

–Está delicioso, Julián.

–Es receta de mi madre, así que no me agradezcas a mí.

–Así que eres unido con ella.

–No demasiado, ya que vive en España con su esposo, pero cada tanto la llamo para conversar.

Su tono de voz calmado me hizo ver que la relación con su madre carecía de dramas, todo lo contrario a Tobías, quien solo me ha hablado de su madre tres veces y han sido los momentos más incómodos de mi vida.

–Entonces, estás enamorada.

–Es más bien una terrible obsesión por alguien que no me dará nunca lo que espero –Me llevé otro bocado y me dejé llevar por la cremosidad de la salsa Alfredo viajando por mi paladar–. Necesito que me des la receta.

Nos vemos el viernesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora