261 viernes atrás

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La realidad siempre te aplasta de las peores maneras posibles y yo no lo entendí hasta que me percaté del montón de manuscritos rechazados que decoraban la esquina de mi escritorio. La realidad me recordaba que las palabras, por hermosas que fueran, no pagaban las facturas. La idea de cambiar mi pluma por un teclado me revolvía el estómago, pero mamá insistió en que debía encontrar un trabajo esporádico que me ayudara a impulsar mi carrera como escritora, aunque he llegado a pensar que su insistencia también se debía a que deseaba mi pronta independencia y su privacidad.

Así que allí estaba yo, frente a la imponente puerta de vidrio de la oficina de Tobías Hoffman, el dueño y señor de Industrias Hoffman. Mis nudillos golpearon la puerta, el eco metálico resonó en el pasillo vacío. Un escalofrío me recorrió la espalda.

Un "adelante" se escuchó a lo lejos. Me paré erguida, tomé una bocanada de aire que exhalaria inmediatamente y entré al encuentro de unos ojos café que me cambiarían la vida.

–¿Eres Stella? –preguntó, sin dejar de mirarme a los ojos. Yo asentí. Me invitó a sentarme frente a él con un ademán, así que lo hice–. Me han dicho que busca empleo como pasante, ¿correcto?

–Así es.

–¿Y cómo es que una jovencita que acaba de graduarse en Letras, termina buscando empleo como pasante en una empresa dedicada a la industria téxtil?

–Necesito dinero para publicar mi libro –respondí sin pensar–, es mi sueño.

–Así que tiene un libro.

–Lo tendré –aclaré.

–Tendrá un libro y por eso necesita dinero –vociferó dudoso mientras rascaba su barbilla con gracia–, dígame una cosa, señorita Stella, ¿estaría dispuesta a todo por su sueño?

–Estar aquí debería ser suficiente respuesta, ¿no lo cree, señor Hoffman?

Soltó una carcajada al aire; una hermosa carcajada.

–Estás contratada, Stella.

Y esa fue la primera vez que Tobías Hoffman me hizo feliz.

Nos vemos el viernesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora