Capítulo 9 | El don del Príncipe

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La niña de ojos malvas y cabello rojo vino, correteaba por el jardín mientras que el chico pelinegro la perseguía. Las risas de ambos se perdían en las ondas del viento otoñal, hasta que el chico calló en el césped y termino lastimandose la rodilla con una roca.

La pequeña preocupada corre hasta donde esta su amigo y se arrodilla junto a él.

—¡Adriano! —exclama ella, asustada—. Te lastimaste.

Adriano frunce el ceño, le ha dolido, pero no quiere que Anastasia esté asustada, tampoco quiere verse como un niño llorón delante de ella, a las niñas no les gustan los chicos débiles.

—¡No! —él niega—. Estoy bien, Ana, no pasó nada, mira —él levanta sus manos para que ella vea que él está bien, pero deja al descubierto su rodilla ensangrentada.

—¡Si te lastimaste! —chilla la niña—. Y fue por mi culpa.

—¡No! —Adriano niega frenéticamente.

—¡Si!, ha sido mi culpa, siempre te suceden cosas malas por mi culpa —ella hace un puchero—. Te curaré como me enseño mi maestra de magia...

Anastasia coloca la pequeña palma de su mano en la rodilla de Adriano, y musita unas palabras para hacer desaparecer la herida, luego saca un pañuelo y limpia la sangre.

—Gracias —musita el pequeño niño embobado mirando a la chica.

—Puedes agradecerme con un besito —dijo ella con actitud coqueta.

—¿Qué dices? —Adriano se espanta—. Todavía somos muy pequeños para hacer esas cosas de adultos.

—Eso no es cosas de adultos, los mejores amigos nos podemos besar en las mejillas como agradecimiento —replica la niña con un tono de voz de sabelotodo—. Papá siempre le agradece a mamá de ese modo.

—Pero ellos son adultos.

—Bueno, eso no importa —Anastasia jala el brazo de Adriano—. Anda, bésame.

El pequeño Príncipe obedece a su amiga y se inclina para besarle la mejilla, pero ella gira el rostro y termina plantándole un beso en los labios.

(...)

Dos caballeros emergen de entre la bruma matutina. Sus armaduras relucen con el primer rayo de sol que se filtra a través del follaje, y sus espadas, forjadas en acero valyrio y adornadas con runas de poder, chisporrotean con una energía apenas contenida.

Se estudian mutuamente, ojos fijos, respiraciones calmadas, mientras el mundo alrededor parece contener el aliento.

Con un grito de guerra que resuena entre los árboles, el primer caballero avanza, su espada trazando un arco de plata en el aire, el otro responde con igual ferocidad, parando el golpe con un sonido metálico que canta de choque y fuerza. La batalla ha comenzado.

Se mueven con una gracia mortal, cada estocada y parada es un baile de muerte al borde de la navaja. El acero choca contra el acero, creando una sinfonía de guerra que se mezcla con el crujir de las hojas bajo sus pies. No hay lugar para el error; un solo desliz podría significar el fin.

En un momento crucial, el primer caballero encuentra una abertura, su espada se desliza como un rayo, pero el otro gira sobre sí mismo, evitando por poco el filo mortal. Contraataca con un golpe que podría partir una montaña, pero el primer caballero se desvía, su armadura absorbiendo el impacto.

La lucha se intensifica, cada movimiento es un trueno, cada pausa un suspiro del viento. Están igualados en fuerza, en habilidad, en deseo de triunfar.

Finalmente, con un movimiento que parece desafiar el tiempo mismo, el primer caballero logra desarmar a su oponente. La espada de este vuela por los aires, aterrizando con un sordo golpe en el pavimento. La lucha ha terminado.

El primer caballero extiende su mano, ayudando a su oponente a levantarse. No hay enemistad en sus ojos, solo el reconocimiento de que han compartido algo extraordinario.

Desde la distancia, Adriano los mira orgulloso, estos eran los caballeros de sus tropas luchando sin los poderes.

Entra en el círculo con la frente en alto, enseguida todos hacen una profunda reverencia mostrando su respeto.

—Han dejado el listón muy alto —les dice a ambos caballeros deteniéndose frente a ellos—. No espero nada menos de los demás, estaré probando sus habilidades sin utilizar la magia, espero y no me decepcionen.

—¡Si, su alteza! —exclaman al unísono.

Lucius comienza a elegir quienes pelearán entre sí, mientras Adriano evaluaba cuán aptos eran sus soldados.

Al final del día, no pudieron evaluar ni siquiera la mitad, pues eran muchos, pero por lo que había visto, la mayoría eran muy buenos en la lucha. A muchos otros, Adriano se encargaría de entrenar para que estén a la altura de sus compañeros.

(...)

Sentado en el jardín con Lucius, Ángel y Sech, el Príncipe Heredero, estaba perdido en sus pensamientos.

Había tenido un recuerdo del verdadero Adriano. Él y Anastasia jugando en el jardín, no fue una mala jugada de su cabeza, eso realmente había pasado. Estaba seguro.

Después de lo que pasó en el jardín aquel día que Anastasia llegó para hablar con él, fue atendido por los médicos imperiales, donde no detectaron ningún problema de salud y lo atribuyeron a un colapso por no descansar correctamente.

Anastasia, aparentemente conmovida por él, lo beso en la frente y se marchó para dejarlo descansar.

Pero Adriano sabía que él no sufrió ningún colapso.

Había tenido ese recuerdo cuando Anastasia tocó su brazo.

Un recuerdo real, donde ella lo besaba, solo eran un par de niños, pero Adriano pudo sentir esa atracción como si la viviera en carne propia. Adriano y Anastasia se gustaban mutuamente cuando eran niños, ¿qué pasó para que eso se convirtiera en un amor unilateral?

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⏰ Última actualización: Jun 26 ⏰

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