Su mirada era penetrante y analítica. El chico de la mesa ocho, que vestía de leopardo y pantalones de cuero. Eran las 8:17 de la mañana de un caluroso jueves de finales de agosto, y como cada día desde hacía un par de semanas, el hombre había pedido un machiatto con hielo y se había sentado en la misma mesa, en la misma silla mirando hacia la misma dirección.
El local era pequeño, de un dueño que ganaba lo justo para vivir y poder contratar un empleado a media jornada. A sus 64 años ya no podía atender el pequeño café todo el día.
El sitio no era demasiado bonito. Estaba localizado en uno de los callejones de Seúl, lo suficientemente lejos del centro como para no tener competencia con las grandes cafeterías. La decoración era tan antigua como el dueño y el café tampoco era excepcionalmente bueno. En invierno hacía mucho frío, y en verano dejaban las puertas abiertas de par en par con la esperanza de que algo de brisa llegase a los clientes.
—¿Desea algo más, señor?
Lo cual no iba acorde con el camarero, que resultaba condenadamente agradable.
Se acercaba a cada mesa con la bandeja circular pegada a su pecho, asegurándose de que cada cliente estaba satisfecho. Era joven, o al menos tenía la cara de un niño con sus ojos redondos y brillantes, como bolitas de tapioca. Sus labios eran pequeños y ligeramente carnosos. En comparación, su contextura física era demasiado varonil. Era alto, cerca del metro ochenta, e incluso sobre la ropa podía apreciarse su físico trabajado. Brazos anchos, espalda robusta y en cambio aquel porte aniñado.
—Jungkook, sabes lo que quiero –respondió el cliente de la octava mesa, con su barbilla recargada sobre su mano–.
El empleado se limitó a inclinarse, realizando una reverencia ante el insistente cliente.
—Lo siento mucho, señor, estoy en… –fue interrumpido–.
—Insisto, llámame tan solo Taehyung.
—Señor, no puedo hacer eso… –suspiró con disgusto, torciendo sus bonitos labios en una mueca de preocupación–.
Aquella situación comenzaba a incomodarlo un poco. Hacía casi dos semanas que frecuentaba la cafetería aquel tal Kim Taehyung. Un hombre alto, un par de centímetros más alto que Jungkook. Con una voz tan grave que era capaz de sumergir todo el local bajo su imponente presencia.
Muy lejos de lo que cualquier persona pudiera imaginar, su aspecto era inesperadamente femenino. Su mirada felina y evocadora, su figura esbelta y aquella presencia elegante, como si perteneciera a la realeza. Todo de ese hombre estaba diseñado para atraer y cautivar los ojos humanos.
—Está bien, muchacho, ¿te agrada más "señor Kim"?
Jungkook asintió con su cabeza, dejando escapar un ligero suspiro de alivio.
Taehyung solía ser el primer cliente del día. Llegaba de buena mañana, junto a los primeros ruidos de los automóviles o mientras el joven empleado encendía la radio y colocaba esa emisora de música antigua que tanto adoraba el señor Choi, su jefe –un hombre entrañable–.
Si dejaba a un lado el acoso que recibía por su parte, a Jungkook le caía bien el señor Kim. Llegaba caminando con sus gafas de sol y su atuendo poco convencional, si estaban solos entablaban alguna conversación divertida y solía dejar propina.
—Venga, no seas duro con tu mayor y dámelo –insistió con su última sonrisa paciente del día–.
—Señor… Kim, no puedo entregarle mi contacto, estoy en mi puesto de trabajo –repitió amablemente el camarero y volvió a inclinarse en forma de reverencia–.
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Fumar mata. Vkook
FanfictionLos hombres rara vez tienen el valor suficiente para ser, o extremadamente buenos, o extremadamente malos. Kim Taehyung, en cambio, tiene el poder de ser ambos. Taekook