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Había sido una noche difícil para la ansiedad descontrolada de Jungkook. Pasó varias horas con su garganta atada con un fuerte nudo y una presión en su pecho comparable al peso de un elefante. Luchó por no llorar, pero después de un par de horas sus grandes ojos negros se derrumbaron, dejándose inundar por centenares de gruesas lágrimas. Hacía días que no podía dormir bien, y ni siquiera el cansancio acumulado lo hacía descansar.

Solo se calmó tras salir al balcón con su pijama descolocado y una desmañada manta enrollada a su cuerpo. Tomó amplias bocanadas de aire fresco y se aferró con todas sus fuerzas a la tranquilidad de aquella oscura noche. Las nubes habían construido una cúpula para proteger a la luna de los sollozos inmaduros del chico, de forma que no lograba apreciarse siquiera una pequeña estrella.

Daban casi las cuatro de la mañana cuando al fin notó sus párpados pesados. Volvió a la cama y se despatarró con la manta enredada y mal colocada. Durmió profundamente, con sus mejillas resecas y sus ojos y labios hinchados por las lágrimas. Tan solo tres horas después se arrepintió de haber tenido aquel berrinche de madrugada.

Había soñado con despertarse y ser recibido por su familia con énfasis y emoción, pero tenía la certeza de que aquello no ocurriría a pesar de sus deseos. El día anterior su padre de lo había dejado claro.

—Buenos días, Jungkook.

En la cocina, lo recibió la mañana anterior su padre sin levantar la vista del periódico. Jungkook y sus hermanos siempre bromeaban con que era su padre el que mantenía viva la prensa en papel. ¿Quién leía el periódico en pleno siglo XXI? Estaba claro que solamente el señor Jeon y el resto de vejestorios del barrio.

—Buenos días, papá. ¿Te preparo otro café?

—Oh, sí, por favor –aceptó levantando su taza favorita para que el chico la agarrara–.

El mayor de los Jeon era tan estirado como su gusto por el café. Si no era café descafeinado de cafetera italiana, con un pequeño charco de caramelo en el fondo y un tercio de la taza de leche de soja, simplemente no lo tomaba.

—Papá... –lo llamó Jungkook con su voz avergonzada–.

—Dime –respondió con tono hastiado–.

—Mañana es uno de septiembre. Tengo el fin de semana libre, seguramente el señor Choi me diga que no vaya mañana por la mañana para que disfrute mi cumpleaños, así que...

—¿Así que, qué? –se escuchó tras él la voz severa de su padre–.

Jungkook enmudeció por unos segundos y mantuvo su mirada gacha, conjugando en su cabeza las palabras adecuadas.

—Podríamos ir a comer todos juntos, como una comida familiar, sería lindo.

Llegó a la mesa con el café de su padre, perfectamente hecho e incluso con un poco de canela en polvo por encima, solo para que el señor Jeon lo revisara con su mirada juzgadora, metiera la cuchara con su mano diestra y revolviera lentamente.

—Está frío –se quejó sin llegar a mirar a su hijo–. Jungkook ya hemos hablado de ello, tus hermanos y yo trabajamos, y cuando no trabajamos tenemos obligaciones.

Jungkook se limitó a volver a tomar la taza para calentar el café de su padre. Sus ojeras eran demasiado grandes para prestarle atención al temperamento de su padre tan temprano por la mañana. Seguramente el viejo ni siquiera se lo había consultado a sus hermanos, aunque ellos tampoco veían por Jungkook.

—No seas testarudo, sé que en el fondo eres un buen chico –aquella fue una inútil manera de animarlo–. No hemos olvidado tu cumpleaños, tu regalo está encima de la mesa de la sala. Son unas gafas nuevas, siempre usas lentillas y Jungsuk y yo nos hemos cansado de regañarte. Póntelas cuanto antes.

Fumar mata. VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora