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—Venga, llegarás tarde –lo regañó su compañero y mejor amigo–.

Taehyung podía parecer un hombre serio a simple vista. Tenía un fuerte temperamento y sus ojos se oscurecían y llenaban de odio con terrible facilidad. Sobraban los dedos de una mano para contar quienes podían conseguir amainar aquella furia descontrolada.

Park Jimin era uno de ellos.

—¿Le llevarás el paquete de mi parte?

—Sabes que no me gusta ir de recadero –protestó Taehyung, con aquella mala manía suya de tapar uno de sus oídos con su dedo índice y mirar hacia otro lado, ignorando el rostro insatisfecho de su amigo–.

Minutos más tarde salía del edificio residencial con el paquete entre sus manos y su ceño fruncido con molestia.

—Siempre hago lo que él quiere, ¿cuándo voy a hacer lo que yo quiera? –farfulló para sí mismo metiéndose al coche–.

El motor de aquel antiguo Cadillac ronroneaba bajo las manos de Taehyung, que lo mimaba y cuidaba como a un hijo. Había adquirido el vehículo hacía algo más de un año, pero solo lo sacaba a pasear en verano, cuando las temperaturas eran perfectas y si sabía que nadie se acercaría a su preciado coche.

Aquella tarde de viernes era el día perfecto. El descapotable beige relucía bajo el sol de final de verano, y el dueño, con sus gafas de sol y su brillante sonrisa, conducía orgulloso cruzando la moderna Seúl. Desde su residencia condujo durante hora y media hasta Nowon-gu, en el distrito Norte.

Conforme llegaba a su destino la ciudad iba desapareciendo, dejando paso a la vegetación que trataba de comerse las antiguas y desgastadas carreteras. La luz se difuminaba filtrándose entre las copas de los árboles, y es gracias a ellos que la brisa resultaba fresca y renovadora.

En el interior del bosque de Nowon-gu existía una pequeña residencia privada para niños sin hogar. No necesariamente debían ser huérfanos, la gran mayoría habían sido sacados de familia problemáticas, otros tantos, donados a este centro a cambio de liberar las deudas de sus padres. Un pequeño porcentaje tenían la suerte de convivir con sus madres, a las cuales de les daba trabajo y un pequeño sueldo del cual descontaban el alojamiento y el alimento de su familia.

El Cadillac se abrió paso sin ningún problema al interior del recinto privado. El servicio de seguridad conocía a la perfección aquel coche y comenzaban a abrir el portón metálico al verlo en la lejanía. Los grandes jardines que servían como patio de recreo unían los edificios principales: el edificio residencial, el centro de educación donde también se encontraba la enfermería, y las capillas religiosas. La capilla cristiana era su destino.

Taehyung salió del vehículo con el paquete en una de sus manos, echó la llave y se encargó de estirar y quitar cualquier posible arruga de su traje color rojo intenso. Sus pasos elegantes y tranquilos comenzaron a resonar entre las paredes en penumbra nada más entrar al oratorio, dirigiéndose al altar donde un corrillo de niños reproducían los rezos aprendidos frente al cura. El sacerdote levantó su vista con pesar, y con un gesto de sus manos los niños enmudecieron.

—Cuánto tiempo, señor Papa –lo saludó Taehyung con aquella molesta sonrisa de burla–.

El sacerdote de la capilla cristiana era un hombre cuidadoso a ojos de muchos, para Kim Taehyung no era más que un viejo cobarde, y por ello se burlaba de él. Lo llamaba "el pequeño Papa", "el chupa-pollas de Dios" y más frecuentemente "viejo senil". No era un secreto para nadie que esos dos no ve llevaban bien.

Aquel día, el bajito y rechoncho cura había despertado con más valentía de la que se le permitía.

—Señor Kim, es una falta de respeto al Señor y a toda la comunidad cristiana que se refiera a mí de esa manera –comenzó con su charla a medida que el contrario caminaba lentamente hacia él–. Por no mencionar que usted tiene veintiséis años y yo cincuenta y seis...

Fumar mata. VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora