Me tropiezo con la muchedumbre. Observo todo y no veo un lugar para esconderme y que sea seguro para mí.
Mi estómago comienza a rugir, parece que hay una guerra ahí dentro. Veo unas deliciosas manzanas a la venta, pero no traigo conmigo monedas de oro para comprar.
Tengo mucha hambre, debería alejarme de todo este alimento para que ya no se me antoje lo que veo.
Voy cubriéndome lo más que puedo para no ser reconocida. Debo esconderme lo más pronto posible, antes de que Eliseo pida ayuda para buscarme.
Me encuentro con un alboroto, gente peleando por unos panes.
–Te traje los panes que pediste, ahora tú dame lo que prometiste –señala un muchacho alto, delgado, de cabello negro y alborotado.
–No te daré las joyas –responde un hombre de inmensa barba que se encuentra acompañado de tres hombres más que ríen al ver la problemática.
–Pero son de mi madre y tú me las robaste, dijiste que te trajera todos estos panes porque tenías hambre y que luego me devolverías nuestras joyas.
–No te daré nada, ahora las joyas me pertenecen ya que te tardaste mucho con estos panes insípidos que trajiste. No los quiero, vete de aquí –dice el hombre con prepotencia y burla hacia el muchacho.
Me siento molesta y mis manos comienzan a hormiguear; ahora lo comprendo, cuando siento rabia por alguna cosa, es cuando sale fuego de las palmas de mis manos.
Tengo que irme de aquí ya que aún no puedo controlarme, se me hace muy injusto lo que acabo de presenciar, pero no debo entrometerme, no es mi asunto. Si sale fuego de mí, es probable que la gente de Kángaba se una para lincharme.
Salgo corriendo y me escondo detrás de un muro. Veo hacia atrás y el muchacho todavía se encuentra discutiendo con aquellos ladrones.
Ahora mis manos están humeando, veo a todos lados, nadie está cerca, así que nadie puede verme. Podría utilizar mi poder para ayudar a aquel pobre muchacho sin que nadie me vea.
La injustica encendió mis manos, debo ayudar a los que me necesitan. Siento que es mi deber. Estoy detrás del muro y saco mi mano derecha, deseo con toda mi alma que el fuego que lance caiga cerca de aquellos hombres y así el muchacho pueda aprovechar la distracción y recuperar sus joyas.
Una bola de fuego sale de la palma de mi mano y cae justo donde lo deseé. ¡Esto es increíble! Aquellos hombres se sorprenden y comienza un alboroto en toda aquella gente.
Algunos comienzan a buscar de dónde provino ese fuego y otros se dedican a apagarlo. Ahora sí es el momento de irme de aquí.
Llevo mucho tiempo caminando, estoy exhausta y con muchísima hambre. Me recuesto en una pared y me dejo ir lentamente hasta caer sentada en el suelo.
Oh, a estas horas seguramente Eliseo ya ha de estar buscándome como loco, pobre Eliseo, cómo lamento lo que le hice... Imagino que en el castillo mi padre ha de estar desesperado y furioso por mi escape; y Olethea, mi querida Olethea se ha de encontrar muy angustiada.
Nunca me había escapado del castillo. Quienes seguramente están festejando y muy felices por lo sucedido son Agnes, quien ya se cree la reina de Kángaba, y sus hijos.
Solo recordarlos me fastidia. Pero es mejor tranquilizarme antes de que mis manos comiencen a querer lanzar fuego de nuevo.
Veo a aquel muchacho correr y me paro de inmediato para detenerlo.
–Hola, ¿lograste recuperar tus joyas? –pregunto con inseguridad. Tal vez no debí hablarle a este desconocido.
–Hola –responde dudoso–. ¿Cómo sabes tú lo de las joyas?
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Una Princesa De Fuego
FantasyUna princesa noble y valiente descubre que tiene un poder extraordinario que debe aprender a controlar para cumplir su propósito descrito en una antigua profecía. En su camino de descubrimiento aprende lecciones importantes y desarrolla habilidades...