Capítulo II

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Tocan a mi puerta, es Olethea quien viene a levantarme y apenas estoy despertando. Me tapo los ojos con mis manos y soñolienta me quejo. Creo que aún es muy temprano porque está muy oscuro. El sol no ha salido.

A mi padre le encantará verme levantada a esta hora, y más si hoy tendremos invitados.

–Adelante, Olethea.

–Pequeña mía, tienes que bañarte.

–Tengo frio –gruño.

–No importa, hoy tendremos invitados en el castillo.

–Lo sé.

–Traeré el agua caliente, puedes ir desvistiéndote.

–Bien, Olethea.

Odio desvestirme frente a Olethea, sí es verdad que me conoce desde que salí del vientre de mi madre, pero ahora soy una joven a la cual el cuerpo le está cambiando, y me da tanta vergüenza que Olethea tenga que verme desnuda.

Olethea se dirige hacia la tina y hecha el agua caliente, entro y ella me ayuda a lavar mi cuerpo.

–¿Quiénes son las personas que vendrán al castillo? –pregunto curiosa.

–No lo sé, princesa.

–Mientes, Olethea, tú sí sabes quienes son –digo observándola fijamente a los ojos

–No me pongas en estos apuros, Solash, no soy yo quien debe decirte quiénes son esas personas, es tu padre quien debe hacerlo.

–Está bien –digo resignada–. No sé por qué siento que estas personas son más que invitados del castillo.

Olethea evade la mirada, se nota muy nerviosa al escuchar lo que digo. ¿Qué me estará ocultando?

Termino mi baño y Olethea me ayuda a ponerme un vestido de color azul con verde, el cual me parece demasiado ridículo.

–Llamaré a Romina y a Celeste para que te cepillen el cabello –señala mi querida Olethea.

–¡Tú cepíllame el cabello! –suplico.

–Princesa, quieres que yo te ayude a bañarte y vestirte y ahora también, ¿quieres que te peine?

–Sí Olethea, es lo que deseo. Siempre has estado conmigo, nadie más me ayuda como tú lo haces.

–Yo no estaré toda la vida, princesa, deberías ir haciéndote la idea de que otras mujeres sean las que te ayuden.

–Nadie en este castillo me trata como tú lo haces.

–Todos en este castillo te aprecian, todos en Kángaba te estiman.

–No Olethea, solo tú me amas. Las demás personas solo me respetan por ser la princesa y más que respeto creo que es miedo. Ya ves que todos se escabullen cuando me ven llegar a un lugar.

–Solash... –dice la anciana que me crio, molesta, colocando sus manos en la cintura.

–Olethea... –respondo frunciendo el ceño.

–Ya regreso con las mozas para que cepillen tu cabello y te hagan un peinado.

–Bien, no tengo nada más que hacer. Como ordenes, Olethea.

–Algún día lo entenderás, princesa.

–¿Entender? ¿Qué, Olethea? Soy la princesa, pero nadie obedece mis órdenes.

–Porque eres joven y tus órdenes son absurdas.

Decido quedarme en silencio y no discutir más con Olethea.

–¿Podemos pasar, princesa? –preguntan las damiselas llegando a mi habitación.

–Adelante.

Las mozas entran y toman mi largo cabello entre sus manos. A pesar de que tienen algunos años de estar trabajando en el castillo, aún se llenan de temor cuando ven mi cabello, les asusta saber mi historia de nacimiento, y que mi cabello sea de dos colores les aterra más. Me irrita que ellas se llenen de miedo cada vez que están cerca de mí.

Terminan de hacerme un ridículo peinado y salen de mi habitación. Estoy lista para salir a saludar a mi padre y esperar que lleguen los invitados.

–Voy a bajar, ¿vienes? –pregunta Olethea.

–En un momento bajo.

–Está bien princesa. –Termina de decir Olethea y se marcha de mi recamara.

Tomo asiento por un momento sobre mi cama. Considero que me veo demasiado ridícula con este ostentoso vestido y este burlesco peinado. Después de suspirar milésimas veces, tomo el valor para salir de mi habitación.

Bajo por las escaleras y mi padre está esperándome, me toma de la mano y me ve con un brillo especial en sus ojos.

–Te vez hermosa, hija.

–Gracias padre, tú igual, te ves muy bien este día –respondo contenta ya que mi padre perdió la costumbre de alagarme desde que cumplí 14 años.

Todos los sirvientes del castillo están más arreglados que días anteriores.

Salimos a la puerta principal del castillo a esperar que lleguen nuestros invitados, pero no nos hacen esperar mucho tiempo.

Los guardias del castillo tocan las trompetas como muestra de bienvenida. El carruaje está frente a la gran puerta de nuestro hogar.

Una mujer alta de ojos marrones se baja del carruaje con la ayuda de mi padre, ambos se ven de una forma muy extraña, nunca había visto a mi padre tan emocionado con la presencia de alguien. Al parecer esta mujer es más que una simple invitada. También se baja la hija y el hijo de esta mujer, ambos se parecen mucho a su madre, son blancos, altos, de cabello castaño y ojos marrones.

Los muchachos no se ven tan contentos como se le ve a la madre.

–Adelante. Siéntanse como si estuvieran en su casa –indica mi padre después de saludar a sus invitados.

Mi padre me presenta con la mujer, la cual me observa de pies a cabeza y sonríe falsamente. Sin duda esta mujer ha de ser una arpía, se nota en sus ojos.

Luego esta mujer, la cual se llama Agnes Bandorley, me presenta con sus dos hijos: Clea, de 16 años y Boris de 18. Ambos lucen hostiles.

Pasamos a la mesa para disfrutar de un gran desayuno y el copero llega colocando las bebidas.

Todos guardan silencio. ¿Por qué nadie me explica qué hace esta gente en mi castillo?

Cuando estamos comiendo, Agnes comienza a hacer preguntas sobre cómo funciona el castillo. ¿Qué le importa? Quisiera responderle. ¿Por qué esta mujer tiene que ser tan entrometida? Y sus hijos, ¿por qué se comportan tan imprudentes opinando sobre mi casa y la servidumbre? No lo soporto más.

–¿A qué se debe su visita? –pregunto por impulso.

–Solash, no seas imprudente. ¿Qué son esas formas de tratar a nuestros invitados? –Me reprende mi padre con voz fuerte.

Olethea me fulmina con la mirada. Me advirtió tantas veces que me comportara, pero no soporto el comportamiento atrevido de esta gente. 

Una Princesa De FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora