Capítulo II. Carta número 36

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Querida mía:

Por si aún te lo cuestionas, esta distancia que nos separa día tras día hace inevitable que lentamente me vuelva loco, y que estas palabras estén cargadas de absurdos sentimentalismo y nostalgia con olor a temor de que precisamente se queden en eso, recuerdos que serán olvidados por el  innegable pasó del tiempo. ¿Recuerdas esa primera cita? Una tarde de primera, demasiado calurosa para tu gusto según me dijiste, acompañado de mi pésima idea de invitarte a un café a las cuatro de la tarde en pleno noviembre. Sinceramente no sé quién estaba más loco si yo por sugerirlo, o tú por aceptar.

Ese cafe lleno de arte en sus paredes, que más tarde se convertiría en nuestro lugar favorito, y que ahora sentado en el mismo lugar no puedo evitar aborrecer cada maldita pintura sin emocion que hay en este lugar. Sin duda el amargor del café si que se puede sentir a través de mi garganta.

¿Te acuerdas como al poco tiempo de conocernos tu canción favorita se transformó en la mía, y a la vez mi libro favorito, se fue transformando en tu libro favorito? Ese que no dejabas de leer porque decías que te recordaba a mi. ¿Recuerdas como nos conocimos? Me decias que la probabilidad de encontrarnos en la vida era demasiado baja, pero a la vez creías que nuestro encuentro no fue casualidad.

¡Oh! Ese último vino, esas caminata por las concurridas calles de la ciudad en una gélida noche de otoño que habían pronosticado que sería poco lluvioso, y ¡vaya que se equivocaron los meteorólogos! Cómo extraño ese frio mes de junio, esos últimos días de otoño que le darían paso al invierno, y que a la vez como un presagio enfriarian nuestros corazones.

Atte.

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