CAPITULO XV

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Estuve dormitando en el sofá del salón y no desperté hasta que la luz cambió de blanca y brillante a dorada y apagada. Me quedé mirando un rayo de sol que caía sobre el oscuro suelo de madera y lo volvía de color cobre a medida que iba avanzando por los tablones. Después de eso, di unas vueltas por la casa sin encontrarte por ninguna parte.

Me cambié de ropa después de hallar, hecha un gurruño en el armario del pasillo, una camiseta holgada que decía: «Salvad la tierra, no a ustedes mismos.»

Era lo suficientemente ancha como para no hacerme demasiado daño en las quemaduras.

Entonces volví a salir al cajón de la puerta de la cocina y esperé.

Una fila de hormigas me pasó por encima de los tobillos y después escuché el agudo graznido de un pájaro en las alturas.

La piel quemada me escocía del calor y tiré de la camiseta intentando cubrirme el cuello. Estiré las piernas. Después de un rato, me acerqué sin prisa hacia la caseta donde te había visto entrar por última vez.

A medida que me acercaba vi que habías dejado la puerta ligeramente entreabierta y que el candado colgaba sin cerrar de la cerradura. Intenté otear la oscuridad del interior, pero no pude distinguir más que un puñado de sombras y tampoco oía nada. Empujé la puerta y dejé que entrase la luz del sol.

La cabaña estaba llena de cajas, todas bien apiladas.

Entre ellas, había un pequeño pasillo.

—¿Alastor? —dije.

No hubo respuesta, pero seguí atento a ver qué oía. Creí escuchar un ruido suave detrás de las cajas, como de algo moviéndose.

—¿Alastor? ¿Eres tú?

Di un paso hacia el interior de la caseta.

Al entrar, recibí con alivio el frescor del aire de aquella habitación oscura.

Di un paso más para poder leer lo que ponía en algunas de las cajas: «comida (latas)», «comida (desidratada)», «heramientas», «cables eletricos»... las palabras estaban escritas a lápiz en una letra fina y alargada como una tela de araña. Supuse que era la tuya.

La ortografía era atroz.

Eché un vistazo en dirección a la casa y todo me pareció muy quedo, más como el escenario de un teatro que algo de la vida real.

Pasé el dedo por algunas de las otras cajas, haciendo un surco en el polvo a medida que avanzaba: «sumistros médicos», «mantas», «guantes»...

Seguí las cajas pasillo abajo.

Era interesante ver los preparativos que habías hecho, ver lo que habías considerado necesario para que viviésemos allí. «Cuerdas», «heramientas», «jardineria», «costura», «higiene»... Habías pensado en todo. Cuanto más me adentraba, más se oía aquel movimiento; era suave y vacilante, más parecido a un animal que a ti.

—¿Hola? —Intenté de nuevo—. ¿Al?

El pasillo entre las cajas se convirtió en un espacio más amplio y entré escurriéndome entre ellas.

Allí el ruidito se oía más fuerte y parecía estar a mi alrededor. Me di media vuelta. A ambos lados había una especie de vitrinas que me llegaban hasta la altura de la cabeza. Algunas eran de cristal y otras de metal. Dentro se apreciaba cierto movimiento, un sonido sordo y tenue.

¿Eran algún tipo de criaturas? Me agaché para echar un vistazo.
Unos ojos diminutos me devolvieron la mirada. Una serpiente negra que descansaba enroscada levantó la cabeza perezosamente y una araña más grande que mi mano correteó por dentro de la jaula. Retrocedí unos pasos hacia las cajas; respiré hondo y estudié las vitrinas desde la distancia, asegurándome de que todas las puertas estaban cerradas.

CARTAS A MI SECUESTRADOR(Radioapple)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora