Tomaste una cesta. Era una de plástico de color rojo, vieja y con las palabras «Propiedad de Supermercados Coles» medio borradas en uno de los laterales.
La llevabas a un costado y se balanceaba a tu paso. Al cruzar el corral, saludaste a la camella y cuando alcanzamos la sombra de las rocas, te paraste y miraste con atención la vegetación que crecía por los bordes. Tocaste las hojas de un arbusto pequeño que se parecía un poco a la spinifex y me acordé de la guía de plantas que había visto; me preguntaba si esas hojas de color gris verdoso tan parecidas me podrían proporcionar alguna pista. Te pregunté qué era.
—Planta de la sal —dijiste—. Crece en cualquier parte.
—Qué pena —dije tocando las hojas en forma de rombo—. Pensaba que iba a ser más especial, una planta rara o algo así.
—Claro que es especial —dijiste mirándome con los ojos entornados—. Podrías escribir libros enteros sobre esta señorita. Si la cocinas como debe de ser es sabrosa, y es buena para la hinchazón, el dolor de muelas, la digestión... —Cogiste un puñado de hojas finas con forma de escama y metiste unas cuantas de esas ramitas esbeltas en la cesta—. Es una de las pocas plantas que no sólo se apaña bien con toda la sal que tienen estas tierras, sino que prospera gracias a ella —añadiste—. Así que eso la hace bastante útil.
—¿Para qué la vas a usar? —Recorrí una de las hojas con el dedo.
—¡Para esto! —Levantaste las manos vendadas—. Y además podríamos hacer unas cuantas para la cena.
Intenté arrancar la hoja, pero se me deshizo entre los dedos.
—No parece muy sabrosa, parece que está muerta.
—¿Has oído eso, planta de la sal?
Hablabas con la planta, no conmigo
-Estás muerta, muerta como el asfalto. Venga, ¡revive! —Te incorporaste y te echaste a reír—. Lucifer, aquí fuera las cosas fingen estar muertas, es una táctica de supervivencia; pero por debajo de la superficie, están que rebosan vida. En el desierto, lo que ves de una planta es sólo una mínima parte: está toda bajo tierra. —Me cogiste las hojas rotas de la mano y te llevaste una de ellas a la lengua—. Supongo que es lo mismo que hacemos nosotros en la ciudad o lo que hace la ciudad en sí... Muerta a primera vista, pero por debajo bullicio. Mira, fíjate en esto. —Te paraste para señalar una raíz que crecía en una grieta de una roca—. No tiene muy buen aspecto, ¿verdad?
—Muerta, como las demás.
—Pero solamente está aletargada, lista para volver a la vida. —Le pasaste un dedo por encima —. La próxima vez que llueva, esta raíz crecerá y le saldrá una flor. Y unas semanas más tarde, dará fruto: una especie de pasa del desierto. Es alucinante, ¿no? Algo que lleva esperando en silencio tanto tiempo...
No te adentraste entre Las Separadas, simplemente seguiste rodeándolas. Cuando ya habías metido algunas hojas más en la cesta, te sentaste y apoyaste la espalda en el tronco rugoso y negro de un árbol más grande que el resto. Pasaste la mano hacia atrás por un costado y acariciaste la corteza.
—Y éste es el roble del desierto —murmuraste—. El más grande y trágico de todos.
Planta de la sal, pasa del desierto, roble del desierto... esos nombres tan simples debían de esconder alguna pista. Los repetí mentalmente, intentando grabarlos en mi memoria.
Recogí una hoja del suelo quemada por el sol y la guardé en el bolsillo junto a la aguja. Me senté enfrente de ti y cuando doblé las rodillas, la aguja me pinchó un poco el muslo. Metí la mano en el bolsillo y volví a palpar la punta oxidada; mientras acariciabas el tronco, yo le daba vueltas entre los dedos. Me fijé en cómo se te movía la garganta. Cuando tragabas, se te movía la nuez como si fuera un blanco. Extendiste el brazo y cogiste un puñado de hojas susurrantes con una mano.
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CARTAS A MI SECUESTRADOR(Radioapple)
Fiksi Penggemar>>HUMAN RADIOAPPLE<< -CARTAS A MI SECUESTRADOR- Un extraño de ojos marrones observa a Lucifer desde la esquina de un café en el aeropuerto de Londres. El aún no lo sabe, pero Alastor es un joven que lo ha seguido durante años y que piensa lle...