CAPITULO XIX

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Me despegaste unos mechones sudados de la frente.
—Estás caliente —murmuraste—. Demasiado.

Me había entrado en el cuerpo más o menos la mitad del fluido, pero aún sentía un dolor sordo en la parte inferior de la pierna. ¿Era por la picadura de la serpiente o porque el vendaje estaba demasiado apretado? Me volviste a tomar el pulso.

—¿No quieres vomitar?

–No.

—¿Te duele el estómago?

—No.

Te llevaste dos dedos a los labios, pensativo, y me miraste la pierna vendada con mucha atención.

—¿Te sigue doliendo?

—Sí.

Me parecía que ya sentía aquel dolor sordo alrededor de la rodilla, subiéndome lentamente por el muslo. Estiré la mano y me toqué cerca de donde lo sentía.

—Aquí —dije—. El dolor me llega hasta aquí.

Cerraste los ojos un segundo y enseguida te vi ese temblor, esa especie de tic en uno de los dos.

Me hiciste un poco de presión en esa zona y después me recorriste la pierna con los dedos, hasta el tobillo.

—El veneno se está distribuyendo muy rápidamente —musitaste, creo que para tus adentros—Se te está hinchando la pierna. —Miraste la bolsa de suero y la inclinaste para ver cuánto quedaba—. Voy a meter la otra ampolla. —Te vi usar una aguja para sacar el antisuero, que después inyectaste en la bolsa. La agitaste un poco—. Ahora sentirás un subidón —dijiste intentando sonreír, pero te salió una mueca torcida.

—Esa es la última, ¿no? —pregunté. Asentiste con el rostro en tensión.

—Debería ser suficiente.

Intentaste secarme la frente una vez más, pero te agarré la mano.

Supongo que en aquel momento no quería estar solo.

Y tampoco quería que tú lo estuvieras.

Cuando sentiste el tacto de mis dedos abriste los ojos con sorpresa. Me miraste la cara, las mejillas, la boca, hasta el cuello.

Era la mejor vista que habías tenido en la vida. Tu expresión en aquel instante me hizo sentir cierta euforia.

—¿Estás mareado? —preguntaste.

—Un poco. Como si estuviera flotando.

Te agarré la mano con firmeza, queriendo que me contagiaras un poco de tu fuerza; mientras, me sostenías la mirada.

Tus ojos escondían muchas preguntas y multitud de ideas te rondaban la cabeza.

—El antisuero ya debería estar haciendo su trabajo —dijiste—. No entiendo por qué no está funcionando.

—Quizá lleve tiempo.

–Puede ser.

Me transmitías la tensión a través de los dedos.

Echaste un vistazo a la bolsa de líquido y entonces te levantaste rápidamente y fuiste hasta la puerta.

Cuando me dejaste atrás sentí frío en los dedos. Parpadeé. Los armarios de la cocina parecían un poco borrosos por los bordes; todo estaba un poco difuso y yo flotaba en una especie de neblina por la que tú caminabas de un lado a otro.

Cogiste las ampollas vacías y forzaste la vista para leer las etiquetas.

—¿Qué pasa?

Suspiraste y rompiste una de ellas con la mano.

CARTAS A MI SECUESTRADOR(Radioapple)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora