Limando asperezas

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¿Qué nombre le pondrías a aquello que estabas sintiendo? ¿Incertidumbre? ¿Ansiedad?

Ya habían pasado algunos días desde tu arribo a ese sitio, incluso ya habías logrado mantener una relación más "aceptable" con aquel hombre de la barba, de quien ahora sabias que respondía al nombre de John Price. No hubo una presentación como tal, simplemente escuchaste como otros soldados lo llamaban.

Y tampoco es que tú te sintieras más relajada al respecto. Estabas en un lugar cuya seguridad era bastante alta, difícilmente Makarov mostraría su cara ahí, pero seguías estando encerrada en un lugar donde inevitablemente todos te veían como un enemigo. No era necesario que lo dijeran con palabras, bastaba con ver sus actitudes y miradas hacia ti, esa desconfianza, sentir como te observaban de reojo esperando a que hicieras algo malo. No había insultos, no había golpes, vaya ni siquiera te hablaban, pero eso no lo hacía menos pesado.

No gustabas de salir mucho de tu habitación, además de que bastantes áreas te estaban restringidas. Así que mucho de tu tiempo era estar dentro de aquel lugar que te habían asignado, al principio estabas bien con eso, pero conforme avanzaban los días y nadie te decía nada, la desesperación comenzaba a hacer mella en tu persona. Ya no encontrabas algo que te entretuviera, no había algo que hacer, algún libro que leer o una simple hoja para dibujar o escribir. Nada.

Dadas tus limitantes, terminaste por encontrar la hora de la comida como tu único consuelo. Era el momento del día en que podías ver a otro ser humano, sin importar que nadie interactuara contigo, el simple hecho de escuchar otras voces, sentir que por ese momento eras parte de algo y no solo un rehén. Alargabas tanto como podías ese momento, jugando distraídamente con tu comida, probando bocado por bocado, sin ninguna prisa. Había ocasiones en las que terminabas por ser la última en el comedor, veías como por pequeños grupos los soldados se iban yendo, limpiando sus mesas y tirando los restos en los contenedores de basura para luego dejar sus bandejas de comida cerca de la barra de alimentos. Era divertido ver esa escena, suponías que era parte de su adiestramiento como soldados, tenían que ser ordenados incluso cuando comían.

Suspiraste. Ya no había más comida en tu plato, así que era hora de volver a la habitación.

Estabas por levantarte de tu lugar cuando una presencia se acercó hasta tu mesa, justo delante de ti, y colocando sobre tu bandeja un platito más pequeño que los demás, el cual tenía una rebanada de un pastel. Tu mirada se elevó y te encontraste con la imagen de una mujer alta, delgada, tez blanca, ojos azules y cabello rubio, era una mujer que tenía sus años pero esa mirada indicaba que estaba tan despierta, o más, que cualquier veinteañero. Y entonces lo recordaste, aquella era la misma mujer que había detenido el primer interrogatorio al que te sometieron.

—Aun te falta el postre, vamos, siéntate — su voz era serena, como la de alguien que sabe perfectamente lo que hace. Tomo asiento en la banca contraria a la tuya y espero pacientemente a que tú hicieras lo mismo en tu lado. No sonreía, pero emitía un aura tranquila.

—No sabía que tenían esto en el menú...no lo vi antes — te sentaste con cautela. Tu mirada se debatía entre la mujer y el pastel. No pensabas que estuviera envenenado o algo, eso sería bastante tonto. Pero las muestras de amabilidad no abundaban ahí, al menos no para ti, era difícil aceptar algo así de buenas a primeras. Aunque tampoco ibas a negar que aquello lucia bastante bien, estaba hecho de pan sabor vainilla, tenía un relleno que parecía hecho de mermelada, posiblemente de fresa. La cubierta era un betún en color blanco y encima tenía unos cuantos de trozos de fresa.

—Algunas cosas no están a la vista, es necesario preguntar por ellas — respondió tranquilamente. Hizo un gesto con su mano, señalando aquel alimento, para que comenzaras a comer de él.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora