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EL VIENTO GOLPEABA CON FUERZA LAS OLAS, haciéndolas grandes y prominentes, alentando el alma surfista de todos aquellos con una tabla en mano.
Pero no solamente los surfistas tenían una gran sonrisa, sino también una pequeña niña de nueve años, la cuál admiraba con sus ojos brillantes la imagen de las olas.
Se acercó a la cabaña a su lado, observando con emoción las tablas de surf colgadas en las paredes del mismo.
―¿Quieres dejar de hacerme pasar pena? ―Meissa escuchó la voz de su hermano, el cuál la tomaba por los hombros, acercándola a la caja.
―¿No…? ¡Oh, mira! ¡Es una Firewire!
Naveen suspiró, intentando tranquilizarse. Acompañó a Meissa por lo menos 40 minutos, solamente viendo tablas de surf como una desquiciada.
Él también adoraba el surf, y a diferencia de Meissa, tenía ya un año de experiencia en ello.
Su madre le había pedido que la llevara a la costa para que eligiera la tabla que más le gustara. Meissa siempre había mostrado un interés nato en aquel deporte; además, de que tenía una extraña fijación por el mar.
―Veo que estás emocionada. ―ambos niños voltearon, viendo frente a ellos un señor de al menos 50 años.
―Oh, señor Hood. No queríamos molestar, ya sabe… ―el mayor rió, interrumpiendo las excusas que estuviera por decir Naveen.
―¿Deseas aprender?
Meissa sonrió, con las mejillas acaloradas de la emoción. Asintió múltiples veces, sin poder contener la alegría y euforia.
―Deseo ser tan bueno como lo es Kelly Slanter, o al menos, parecerme.
El señor Hood sonrió, ―¡Austin, ven!
Naveen frunció el ceño al ver a un rubio llegar corriendo, bastante agitado y con el cabello mojado.
―¿Qué pasa, abuelo? ―preguntó el recién llegado, mirando con detenimiento a Meissa.
―Me gustaría presentarte a alguien…
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