Prologo:

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― ¡Eres un maldito egoísta!

Escuché el grito antes incluso de ver la puerta de entrada. Caminaba a paso tranquilo, absorto en la música de mi Ipod. La canción de Juego de Tronos interpretada por Saurom estaba llegando a su fin, pero los gritos histéricos podían atravesar los auriculares consiguiendo que me los quitara y me detuviera antes de llegar a la puerta. ¿Qué habría pasado en esa casa para que se desatara tal hecatombe?

― ¿Sabes cuánto tiempo llevo planeando mis vacaciones, Coral? Ni hablar, no pienso acompañarte. Y es mi última palabra.

Observé la puerta con atención al escuchar la voz de mi mejor amigo, Robin. Al menos no me había equivocado de casa. No sería la primera vez. Como eran casas adosadas, todas eran exactamente iguales. En una ocasión llamé a una donde una señora mayor que no veía demasiado bien me confundió con su marido venido de la guerra. Como no supe cómo sacarla de su error sin causarle un trauma, tuve que aguantar una sesión de desvarío mientras me servía un plato con una cantidad de tarta de arándanos sobrehumana. Luego descubrí, cuando llamé a Robin y me ayudó a convencer a la mujer que no era quien creía ser, que no eran arándanos...

― ¡Robin! ―volví a escuchar la misma voz histérica―. ¡Espera, Robin! Por favor, por favor...

― ¡No! No vas a convencerme, hermanita. ¡Ni hablar! ―el grito iba acompañado de la puerta de su casa abriéndose, solo para encontrarme a mí en el umbral con cara de asombro.

― ¡Muy bien! Pues lárgate de vacaciones con tus amiguitos y déjame sola aquí, aburri... ―La hermana pequeña de Robin apareció por la puerta de su casa con una enorme pelota de futbol en la mano dispuesta a lanzársela a su hermano a la menor oportunidad. Su expresión era furiosa, pero se quedó clavada en el sitio cuando me vio parado delante de su casa. Me dedicó una mirada asombrada, no me esperaba encontrar allí... ―. Oh, hola Adam ―me saludó. Instantes después volvió su atención hacia su hermano y lo siguió con la pelota en la mano. No tuve muy claro por qué, pero la situación me pareció de lo más divertida―. ¡Robin García Fernandez! ¡Ni se te ocurra marcharte así!

La pequeña salió como una exhalación y barró el paso a su hermano abriendo los brazos. Robin la miró cansado y enfurecido.

― Aparta, Coral. O te aparto. ―Eso me gustaría verlo.

Entonces los ojos de la joven se volvieron dulces y suplicantes, posicionando las manos a modo de rezo.

― Por favor, Robin. Haré lo que quieras ―suplicó.

― No.

Vi a Robin apartarla y salir a la calle. Imaginaba que esperaba que lo siguiera, y como su hermana pequeña también lo hizo no pude hacer más que seguir el guion.

― ¡Te daré todas las meriendas del resto de mis días! ―le gritó. Robin ni se inmutó―. ¡Te ordenaré el cuarto! Qué lo tienes hecho una pocilga, por cierto... ―gritó para luego murmurar con cierto reproche. Robin, que lo escuchó, se dio la vuelta y la miró cruzado de brazos―. ¡Dime lo que quieres y lo tendrás! ¡Seré tu esclava el resto de mi vida, pero por favor...! Tengo que ir...

Eso sí que tenía gracia. ¿Su esclava? Bueno, si me lo dijera a mí...

― Peque... ya sabes que no suelo negarme, pero esto es importante para mí. ¿Sabes cuánto tiempo hace que quiero ir a Italia? Adam y yo tenemos muchas, muchísimas ganas de ir. ¿Verdad, tío? ―dijo dirigiéndose a mí. Yo sonreí con cierta incomodidad.

―En realidad, de eso quería hablarte precisamente... ―murmuré. Robin me miró con cierto temor y se acercó dejando a su hermanita detrás de él.

― ¿Qué quieres decir?

Esto no iba a ser fácil. Llevábamos mucho tiempo planeando el viaje de verano. Robin había trabajado duro para poder pagarse el viaje. Además, iba a ir Helena, una amiga de la infancia de la que había estado enamorado durante tanto tiempo que ni yo mismo recordaba cuánto. Quería aprovechar el viaje para seducirla, y ahora iba a fastidiarle los planes, porque sin mí para despistar a Mónica, la mejor amiga de Helena, a Robin se le complicaría la faena...

― Pues...

― No me digas que no vienes ―me dijo con miedo. Yo miré hacia un lado avergonzado―. ¡Mierda, Adam! ¿Por qué?

― Lo siento, Rob. Ha sido por fuerza mayor ―le dije con pesar.

― ¿Qué ha pasado? ¡Ya puede ser gordo para joder las vacaciones que tanto nos ha costado planear! ―Suspiré.

― Han despedido a mi madre ―confesé―. Nos hemos quedado sin blanca. No tenemos ni un puto duro. Y mi padre ya sabes que no está en condiciones de darnos nada. Así que...

― Joder... ¿Está bien?

Sabía cuánto significaba para mi mejor amigo ese viaje, pero también sabía cuánto significaba yo para él. Siempre nos habíamos apoyado. Él, cuando mis padres se divorciaron, y yo cuando su madre murió y tuvo que irse a vivir con su padre biológico, el cual, al parecer, tenía otra mujer con la que había tenido otra hija.

Sí. Coral y Robin eran medio hermanos, así que compartían un mismo padre. Se conocieron cuando Robin tenía ocho años y Coral solo cuatro. Así que, aunque a veces se llevaban como el perro y el gato, Robin terminó por coger un especial cariño protector hacia ella. Claro que eso no le impedía criticarla y llamarla; El coñazo de mi hermana.

― Está bien ―dije al fin―. Pero no tenemos dinero. Así que la pasta del viaje va a tener que ir para cubrir los gastos del gas, la luz, la comida... No puedo irme a Italia cuando no puedo ni mantener la casa de mi madre. Está bien ahora, pero...

―Lo siento ―murmuró Robin. Sí, yo también lo sentía―. ¿Así que te quedarás aquí? ¿No vas a ir de vacaciones? ¿Tienes dos semanas libres de tu trabajo y no vas a aprovecharlas?

― No me queda otra. A no ser que sepas de un lugar donde pueda ir gratis, aquí me quedo ―le dije encogiéndome de hombros.

Entonces vi algo que identifiqué enseguida. Conozco a Robin desde los tres años. Por suerte, cuando se tuvo que mudar no se mudó muy lejos y pudimos mantener el contacto. Así que sabía cuándo una idea absurda y descabellada pasaba por su cabeza. No me equivoqué.

― ¡Claro! ¡Es perfecto! ―gritó mientras me miraba a mí y luego a su hermana. Esta enarcó una ceja mientras se cruzaba de brazos. ¿Desde cuándo tenía esas te...?

― ¿Qué es perfecto? ―dijo ella cortando el hilo de mis pensamientos y obligándome a apartar la vista de sus "brazos cruzados".

― Conozco esa mirada... ―murmuré hacia Robin―. Sea lo que sea que haya pasado por esa cabeza; No.

Robin se acercó a mí y sonrió.

― No digas que no aún. ¡Es perfecto! ¡Tengo la solución perfecta a nuestro problema! ―gritó―. Tú necesitas a tu hermano para ir a Salou con tus tíos ―Luego me miró a mí―. Y tú necesitas unas vacaciones urgentes. Y gratis.

Por alguna razón esa relación no me gustó un pelo.

― ¿A dónde quieres llegar? ―preguntó la joven con cierto temor.

― ¿No es evidente? ―dijo su hermano―. ¡Adam te acompañará a Salou por mí!

― ¿¡Qué!? ―gritamos los dos al mismo tiempo.



"Cosas que debe saber un hermano"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora