Capítulo 4: Un accidente difícil de ocultar

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La mañana siguiente desperté el primero. La ventana estaba abierta, y como había elegido la cama más lejana, el sol de la primera hora entraba por ella alumbrándome directo a los ojos. Observé a Coral dormida al otro lado de la habitación, tapada hasta arriba dejando ver solo unos pocos mechones violetas por encima de la almohada. Hacía un calor horrible, pero ella parecía inmune a él. ¿Cómo diablos podía dormir tapada hasta las orejas?

Sudando, nervioso y algo enfadado por todo y por nada, me levanté de la cama y me quedé sentado con los pies sobre el frío suelo. Algo frío, al menos. Me acerqué a mi maleta y extraje de ella un neceser y unas chanclas. Supuse que el baño ya tendría toalla y habría jabón. Y sino, siempre podía usar el papel de váter.

Aunque recordaba perfectamente que Coral había puesto como un punto esencial que iba siempre primero al baño, dudaba mucho que despertarse en los siguientes quince minutos, y yo con cinco tenía suficiente para pasarme un agua fría y lavarme los dientes.

Al salir al pasillo, este estaba desierto. De puntillas, evitando hacer ruido delante de la habitación de la pequeña Tina y Samuel, abrí la puerta del baño. No era muy grande, pero tampoco excesivamente pequeño. Disponía de un lavabo de mármol color sepia con un grifo cuello de cisne antiguo de un tono oro viejo. Justo delante, un armario espejo enmarcaba la pared. La luz superior ofrecía la posibilidad de poder ver mejor tu rostro al lavarte los dientes, afeitarte o, en el caso de las mujeres de la casa, pintorrearse. Justo al lado estaba el váter. Del mismo color que el lavabo y con una cadena antigua. Siguiendo la distribución del espacio, al fondo del baño y ocupando de lado a lado el servicio, estaba la bañera-ducha oculta por unas cortinas de flores marrones y blancas.

Dejé el neceser sobre la taza del váter, todo lo cerca que pude de la ducha. Miré en los cajones debajo del lavabo por si encontraba alguna toalla. ¡Bingo! Había un montón de ellas guardadas allí, de todos los tamaños. Cogí una que me pareció lo suficientemente grande como para poder cubrirme entero y también la dejé sobre la taza. Me quité la ropa y entré en la ducha.

El agua salió fría al principio, pero tenía tanto calor que no esperé a que se calentara un poco. En realidad, cuando empezó a cambiar la temperatura, la volví a poner fría. Me enjaboné con las manos, pues había olvidado coger la esponja, y utilicé el mismo jabón para la cabeza. Alargué una mano para coger el cepillo de dientes reposando sobre la taza del váter y me los lavé mientras el jabón del cuerpo se extinguía.

― Buenos días, Robin. ―El brinco que di en el interior de la ducha provocó que el jabón cayera al suelo y el cepillo impactara contra la pared y rebotara hacia el mismo lugar donde el líquido viscoso se esparcía por la bañera―. ¿Estás bien? Sueles asustarte con mucha facilidad, ¿no?

― ¿Qué-qué diablos...? ¡Qué haces aquí! ―exclamé recogiendo lo que se me había caído del suelo.

― Lavarme los dientes ―apuntó la voz fuerte y agresiva de Daniela, seguramente con el cepillo en la boca.

― ¿No podías esperar a que terminara de ducharme? ―pregunté indignado. Daniela dejó escapar una pequeña risa.

― No te preocupes, no tienes nada que no haya visto antes. Además, estás dentro de la ducha. No puedo verte ―aseguró restando importancia a mis reticencias.

― Existe algo que se llama intimidad. Y me temo que la estas franqueando, Daniela ―puntualicé. Daniela se acercó, lo supe por el sonido de los pasos. Por suerte, no abrió la ducha.

― No te pongas así. Somos prácticamente familia. No pensaba que los chicos hicierais tanto escándalo solo porque una chica entre en el baño mientras se duchan. Pero siento mucho si he molestado. De verdad, no era mi intención. Enseguida salgo.

"Cosas que debe saber un hermano"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora