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Ya habían pasado unas semanas desde que Guts y Griffith se habían vuelto a hablar y, mejor aún, se habían vuelto más cercanos. Ahora era algo común que ambos durmieran juntos todas las noches, que Guts pasara la mayor parte del tiempo en la carpa de Griffith, escapándose de sus deberes, aunque no sin escuchar los regaños de Casca de vez en cuando.

Las caricias se habían vuelto una rutina entre ellos. Guts siempre lo abrazaba por la espalda mientras hablaban, sus manos recorriendo suavemente la piel de Griffith. A menudo, Guts besaba sus manos o acariciaba su cabello, y aunque estas muestras de afecto ya se habían vuelto normales, el corazón de Griffith seguía latiendo como loco cada vez que Guts lo tocaba.

Adoraba cuando Guts, antes de partir, le daba un beso en la frente y prometía volver. Para Griffith, era como revivir la emoción de una adolescente enamorada. Pero no todo era perfecto; Griffith notaba que Guts se distanciaba cuando otros estaban presentes, especialmente con Casca. Intentaba no pensar demasiado en ello, convenciéndose de que mientras Guts estuviera con él, todo estaría bien, aunque a veces doliera.

Una noche, mientras estaban acurrucados en la cama, Guts se mostró inusualmente cariñoso. Lo abrazaba por la espalda y ocultaba su rostro en el cuello de Griffith, susurrando disculpas sin explicar el motivo.

-Lo siento, Griffith. Lo siento tanto -murmuraba Guts.

-¿Por qué te disculpas? -preguntó Griffith, tratando de girarse para mirarlo, pero Guts lo mantuvo firmemente contra su pecho.

-Solo... perdóname.

Griffith sintió el calor del aliento de Guts contra su piel, Guts deslizó sus manos por el cuerpo de Griffith, acariciando su cintura, besando suavemente su cuello. La intensidad de las caricias hizo que el corazón de Griffith latiera con fuerza, su respiración se volvió irregular.

-Guts, dime qué pasa -insistió Griffith.

Pero Guts solo susurró otra disculpa antes de quedarse en silencio, su respiración estabilizándose. Esa noche, Griffith no pudo conciliar el sueño hasta horas después, angustiado por la sensación de que algo malo estaba por suceder.

Por la mañana, Griffith despertó y vio a Guts ya levantado, preparándose para partir.

-¿A dónde vas? -preguntó Griffith, tratando de mantener la voz firme.

-Tengo una misión -respondió Guts, apenas mirándolo-. Esta noche no podré venir a dormir.

Una punzada de dolor atravesó el corazón de Griffith. Guts evitaba su mirada, y eso solo aumentaba su inquietud.

-Guts... ¿pasa algo? -preguntó Griffith, con la voz temblorosa.

Guts lo miró de reojo y respondió fríamente. -No, todo está bien.

El silencio se instaló en la carpa. Guts apretó el mango de su espada, dispuesto a irse, cuando volvió a escuchar la voz de Griffith.

-¿No te vas a despedir?

Guts reconoció el dolor en la voz de Griffith y supo que era por su culpa. -Ah, perdón. Ya me voy. Cuídate, por favor.

Guts no se atrevió a mirarlo a la cara mientras salía de la carpa. Griffith solo pudo pensar: "No me prometió que volvería".

El resto de la mañana, Griffith yació en su cama, envuelto entre sábanas mientras dejaba que sus lágrimas empaparan las almohadas. Se abrazaba con fuerza, tratando de ahogar los sollozos para que nadie lo escuchara. El dolor en su pecho no paraba, y la indiferencia de Guts, comparada con la noche anterior, había hecho que sus sentimientos dieran un vuelco tremendo. ¿Por qué lo trataba tan bien si luego simplemente lo iba a abandonar? Su corazón dolía con la idea de que Guts lo estaba volviendo a dejar atrás, se sentía tan vacío y débil. Lo que más le dolía fue la fría despedida de Guts; no le había prometido que volvería ni le había besado la frente. En su lugar, recibió una despedida cruda y distante.

En un momento, sintió que alguien entró. Su cuerpo se estremeció con la ilusión de que fuera Guts, pero cuando escuchó la voz de Judeau, la esperanza se desvaneció.

-Te dejo el desayuno en la mesa. Cuando estés listo, por favor, come al menos unos bocados -dijo Judeau con voz tranquila antes de salir.

Unas horas más tarde, Griffith dejó de llorar y se levantó para ver el plato de comida sobre la mesa, ya completamente frío. Se trataba de una sopa medicinal. Cuando trató de comer una cucharada, se sintió asqueado y lo escupió. Todo dentro de él se sentía fatal. Dejó el plato y volvió a su cama, demasiado deprimido como para hacer algo más.

Al llegar la hora del almuerzo, Judeau volvió a entrar a la carpa. Al ver que el plato de la mañana seguía intacto, se preocupó.

-Griffith, debes comer algo -dijo Judeau suavemente, intentando no sonar demasiado preocupado.

-No tengo hambre -murmuró Griffith, su voz tenia un tono apagado.

Judeau entendió y no insistió más.

-¿Qué te parece si salimos a tomar un poco de aire fresco? Podría hacerte bien -sugirió Judeau con una sonrisa.

Griffith lo pensó y, para que su amigo no se preocupara más, aceptó. Aunque ya se estaba recuperando, Griffith aún usaba una silla de ruedas para salir al exterior.

En el campo, donde había flores, el atardecer ofrecía una vista pacífica. Griffith logró distraerse y calmar su corazón por un momento. No supo en qué momento se quedó dormido, hasta que escuchó la risa de Judeau que lo despertaba.

-Es tarde, mejor volvamos antes de que anochezca -dijo Judeau mientras recogía la manta del pasto y el plato de comida que Griffith había logrado comer poco a poco.

Mientras acomodaba la silla de ruedas de Griffith, Judeau preguntó discretamente:

-¿Te sientes mejor?

-Sí -respondió Griffith, aunque su voz no convencía del todo.

-Ten paciencia con Guts -continuó Judeau-. Últimamente la está pasando mal.

Griffith se rió irónicamente y preguntó: -¿De qué hablas?

Judeau, sorprendido, le dijo: -Supuse que ya sabías, ya que se han hecho más cercanos.

Griffith insistió en que le dijera, y Judeau finalmente confesó: -Últimamente, Guts ha estado peleando mucho con Casca. No sé las razones exactas, pero sé que ellos eran pareja antes de ir a rescatarte. Después, dejaron su relación de lado por el bien de la banda y para cuidar de ti.

Griffith sintió que el mundo se le caía encima, las ganas de vomitar y de llorar se apoderaban de nuevo de todo su cuerpo. La poca tranquilidad que había logrado conseguir en la tarde se había desvanecido con la misma rapidez como con la que vino. Sentía que un balde de agua fría le había caído encima, y la desesperación empezó a apoderarse de él.

Mientras Judeau lo llevaba de vuelta a su carpa, Griffith comenzó a cuestionar los sentimientos de Guts hacia él. ¿Eran todas esas muestras de caricias genuinas o una simple farsa, algo hecho por compasión? Se sentía ingenuo por no haber hablado claramente con Guts. Guts nunca le había dicho que lo quería, nunca había sido explícito. Todo había sido una ilusión suya. Se sintió estúpido. Estaba claro que Guts amaba a Casca, pero entonces, ¿por qué confundirlo tanto? ¿Por qué tratarlo de una manera tan linda y cariñosa para luego no sentir nada por él? Le generaba tanta repulsión que no podía pensar con claridad.

Además, Judeau también le había contado que la noche anterior, mientras Guts estaba fuera, volvió a pelear con Casca, pero al final había visto que la pareja había logrado arreglar sus diferencias porque los vio besándose. Luego, se ofrecieron ir a un pueblo cercano para obtener más municiones. Esto asqueó totalmente a Griffith. Quizás por eso Guts se estaba disculpando esa noche. ¿Pero por qué? ¿Era lástima, culpa o qué era? Griffith ya no sabía qué más pensar. Imaginarse a Casca y Guts juntos, besándose, pasando la noche juntos, lo iba a matar.

Esa noche no durmió para nada. Pudo ver el sol indicando el día siguiente, pero a él le era indiferente. Solo quería tener a Guts a su lado, abrazándolo como lo hacía siempre, diciéndole que nunca lo dejaría y que lo protegería, siendo empalagoso, siendo para él. Se sentía abandonado, pensando que todo había sido una mentira y que ahora, seguramente, Guts estaba siendo así con Casca.

RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora