Prólogo

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Prólogo

ESTRELLITAS

Regulus dejo las maletas en el piso y soltó un gran suspiro.

Cada rincón de aquella mansión le traía recuerdos: recuerdos de su infancia, recuerdos de las torturas pero sobre todo  recuerdos de su Estrellita.

Años atrás se marchó definitivamente a Francis, luego de ser expulsado de la familia por parte de sus padres.

Recordaba aquel día como si fuera ayer. Como Walburga borraba su nombre del árbol familiar, el como gritaba por que "Su pequeña Hadar" no volvería jamás, el como su niñita desaparecería.

El como Orión intento castigarla por última vez, el como salió corriendo del lugar con tan solo lo que traía puesto.

Ya habían pasado nueve años, nueve años en los que sus padres murieron, en los que Sirius también lo hizo, en los que la herencia llegó a el.

Cada día de existencia recordaba a su hermano, a su Siri, su estrella que brillaba libremente en el cielo sin apagarse jamás.

—Señorita Capella. —Llamó un elfo en el interior de la gran mansión

—Oh, no me diga Capella, llámeme Regulus. —Pidio con una dulce sonrisa

Estudio en Beauxbatons desde los once hasta los diecisiete. A los trece se reveló por lo que fue a vivir con su tío Alphard también un exiliado.

Paso los mejores años de su vida allí, pues Alphard era como su padre, o mejor dicho era su padre.

Para cuando Walburga y Orión murieron llegaron cartas por parte de sus tíos, quienes le informaron también la muerte de su estrellita: Sirius.

Lloro por días pero siguió adelante. Conoció a sus cuatro mejores amigos: Pandora, Barty, Evan y Dorcas, estudio para ser profesor de guardería.

Y aquí estaba. Había pedido un traslado y volvía a casa.

Sus amigos volvieron a sus casas propias, por lo que el quedó solo, atrapado en aquel lugar repleto de feos recuerdos.

Cuando terminó la escuela pensó mucho en que le gustaba, y no fue tan difícil como creyó llegar a ese punto.

El amaba a los niños. Los comenzó a amar cuando tenía diez.

Era su libertad, su tranquilidad, ver a los niños reír y mostrar aquellos dientesitos de niños, o el escucharlos hablar con esa voz tan bella que tenían.

Era su motivación, su motivación a ser alguien mejor, a no ser como su familia.

Siempre lo relaciono con que quería que los niños tuvieran una mejor vida que el.

Muchos decían que ese trabajo era muy sencillo, pero no era así: Hay que hacer biberones, y enseñar a escribir y hablar a niños, tiene que saber cómo curarlos cuando tengan un accidente, enseñarle a controlar sus emociones pues si no lo hacía comenzaban a desarrollar habilidades mágicas —Desde los dos años en adelante—.

Para eso estudio, y estaba feliz de poder estar presente en la vida de niños que lo necesitaran, en la vida de niños que lo quisieran.

Más que una niñera || Jegulus (Terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora