¡Joder! Un rubio ...

227 30 0
                                    

Su madrastra no mostró reacción alguna cuando le dijo que repetiría curso, terminó de colocarse sus carísimos pendientes de amatistas y oro y le miró con condescendencia. Para ella, sólo suponía un año más pagando su instituto, con dinero de su padre un gasto mínimo en comparación con sus lujosos caprichos semanales. Era una manera estupenda de mantener a la carga de su hijastro  ocupado durante el día, de alejarse de casa para poder encontrarse con alguno de sus amantes habituales.

Y a Michel no le extrañó, tenía suerte de no estar internado en alguna escuela militar alejada de la civilización. A él nunca le importaron sus estudios, sólo quería cumplir la mayoría de edad para largarse de su casa, alejarse de toda la pompa y los lujos innecesarios con los que su familia sustituía la felicidad y el cariño de una hogar convencional. Prefiriría vivir bajo un puente que en esa ostentosa mansión en la que se sentía como una parte más del mobiliario.

El primer día del nuevo curso llegó, y ni siquiera se habría planteado salir de la cama de no ser porque su padre volvería a casa un par de horas más tarde. Se preparó desganado y caminó hacia el instituto arrastrando los pies. Ese año prescindiría del chófer, quería acostumbrarse cuanto antes a vivir sin comodidades. Seis meses, seis meses más y la mayoría de edad le traería la libertad que tanto ansiaba.

Cuando entró al edificio, la ensordecedora efusividad de los adolescentes reencontrándose le golpeó. Aquellos jóvenes le parecían tan felices. Algunos se fundían en abrazos interminables mientras otros sonreían como si quisieran desgarrar sus mejillas.

Michel hizo una mueca de desagrado, nadie se acercaría
a él. Su único amigo ya había acabado su estadía en
aquella cárcel de hormigón, y su fama le precedía demasiado como para hacer nuevas amistades. Allí donde pasaba, sólo hacía falta una de sus miradas oscuras para que la gente se apartara de su camino.

Nadie quería peleas con Michel, no era famoso por sus escándalos, pero sus penetrantes pupilas cafes y su rostro inexpresivo eran suficientes para helar la sangre de cualquiera. No tenían motivos para temerle y, sin embargo, todos se alejaban. Mejor, pensaba él. Estaba podrido por dentro y por fuera, sus ojos crueles no eran más que un reflejo de su interior. No le importaba nada ni nadie a parte de él mismo, al menos era así, hasta que la vió por primera vez.

Michel era un alfa, todo el mundo sabía que se presentaría como tal nada más nacer. Era un alfa, y era uno poderoso. Habría sido el alfa perfecto, sueño de cualquier omega, si hubiera puesto un mínimo interés en encontrar una pareja. Pero Michel no era un buen alfa, él intimidaba a los omegas y jamás dejaba que se le acercaran. Nunca se sintió capaz de amar mínimamente a nadie. A él no le importaban los roles de clase; alfas, omegas, los despreciaba a todos por igual. Por eso, nunca se había sentido afectado por el aroma de ningún omega.

No hasta que entró a su nueva aula.

Había conseguido saltarse el discurso de bienvenida, no sería más que un montón de palabras de aliento que el director escupiría sin sentido ni sentimiento alguno como una grabadora. Se escondió en una de las aulas vacías y se fundió con la marea de gente que se dirigía a las clases una vez terminó aquel teatro de motivación estudiantil. Mientras sus nuevos compañeros se ponían al día, pudo adueñarse del pupitre más apartado y esperar mirando el tiempo escaparse por la ventana a que el profesor llegara a explicar cómo funcionaría aquel nuevo curso.

Por suerte, sólo tuvo que aguantar alguna que otra mirada indiscreta. Su paciencia no habría soportado las impertinentes preguntas de alguno de sus compañeros excesivamente curiosos. Era el único repetidor, no quería estar allí y no quería que nadie se acercara, fin de la historia.

Todos se sentaron automáticamente cuando el viejo maestro puso un pie en la sala. Los niños ricos eran realmente educados.

Bienvenidos alumnos. Fernando.Alonso y seré su tutor este curso.

Hola, señor Alonso-corearon los estudiantes como monos de feria bien adiestrados.

Michel torció el gesto, apenas llevaba una hora en ese edificio y ya quería reducirlo a escombros con sus propias manos.

Su cabeza se desconectó mientras el señor Alonso anotaba en la pizarra las normas del centro. La mayoría de los allí presentes llevaban en ese instituto desde los doce años y, aún así, el hombre se empeñaba en explicar aquello que todos se sabían de memoria.

El irritante sonido de la tiza contra la pizarra y el repetitivo tictac del reloj de pared acompañaban el incesante parloteo del profesor, y Michel podía sentir como se tensaban sus músculos con molestia. Aquello era una tediosa tortura, y pensar en el tiempo que aún debía pasar allí, rodeado de educadores estirados y adolescentes snobs hacía que la idea de saltar por la ventana fuera realmente tentadora.

—Disculpe, señor. ¿Puedo pasar?—

Michel nunca se había sentido afectado por el aroma de ningún omega, pero una arrasadora oleada de dulce fragancia barrió sus sentidos cuando la puerta se abrió. Del otro lado, Michel creyó estar viendo al protagonista de algún cuadro de Botticelli.

El omega rubio parecía jadeante tras una carrera, sus labios abriéndose y cerrándose entre las profundas respiraciones. Sus mechones lacios rubios se encontraban alborotados, y su ancho jersey azul celeste descolocado sobre su menudo cuerpo. Inalcanzable, esa fue la primera palabra que acudió a la mente de Michel al ver al hermoso omega.

—Llega usted tarde, señorito...—

—Emilian Verstappen Lo siento mucho, señor, soy nuevo y me he perdido.—

El chico parecía realmente arrepentido, con la cabeza gacha y los ojos de cachorro abandonado.

El ambiente en la sala era cada vez más denso, incluso el señor Alonso, un respetable beta enlazado con un entrañable omega, se vió afectado por el recién llegado. Carraspeó levemente, reponiéndose de la impresión inicial.

—Bien, espero que sea la última vez. Tome asiento.—

Su tono de voz estaba lejos de ser todo lo severo que pretendía.

—Sí, señor.—

Emilian  sonrió amablemente y la clase se convirtió en un hervidero de hormonas. Los alfas se encontraban revolviéndose nerviosos en sus sitios, observando la perfección personificada. Algunos repiqueteaban en el suelo con sus zapatillas de marca, otros daban golpes rítmicos con el dedo en la mesa, algunas se rizaban el pelo compulsivamente, y Michel no sabía cómo reaccionar.

Aquel omega le había inducido a una especie de estado de shock, a un trance del que no podía salir. ¿Había muerto? No, un ángel no podría hacerle reaccionar así. Aquella mezcla de excitación y admiración era más bien infernal, ardientemente abrasadora.

En un segundo, Michel pudo contar cada hebra en el sedoso pelo rubio de Emilian , cada lunar en su piel, cada pestaña que coronaba sus hermosos ojos color azul cielo Michel se esforzó al máximo por grabar en su retina la imagen del ser humano más hermoso que jamás hubiera visto.

Por un momento, Emilian paseó su vista por la clase, todos los alumnos mirándole con admiración. Sus ojos se posaron sobre el pupitre vacío junto a Michel ,y a éste empezaron a sudarle las manos con nerviosismo. Sólo imaginar a aquel chico sentado a escasos centímetros de él, hacía a su cuerpo hormiguear de pura felicidad.

—¡Hey! ¿Quieres sentarte conmigo?—

Seguramente, Charles creyó que le hacía un favor al nuevo ahorrándole la tortura de sentarse junto al marginado del salón. Emilian sonrió tímidamente y se sentó junto al que se convertiría en su mejor amigo.

Mientras, Michel observó con el ceño fruncido como el omega se alejaba de su lado.

Había empezado a sentirse capaz de amar a alguien que no fuera él mismo.

UNTOUCHABLE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora