¡Yo? En su casa ... Hoy ? NoNoNo , Joder Siii!

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—¿En serio vas a dejar que ese alfa entre en tu casa?—

Charles le miraba con el ceño fruncido, intentando parecer serio, pero la boca llena de sandwich de atún y las comisuras manchadas de mayonesa no le eran de ayuda.

—Traga antes de hablar, burro —se quejó Emilian limpiando con la manga de su camisa los restos de pan que su amigo le había escupido a la cara.

Charles tragó y se limpió la boca.- En serio, Emi . No me gusta, no me gusta nada. Sergio Michel da miedo, se comporta como si odiara todo lo que le rodea.

— Ah lindo nombre. Pero además¿Qué es lo peor que podría pasar? Sólo vamos a hacer un trabajo juntos—

—¡¿Qué es lo peor que podría pasar?! Si apareces en primera plana en los periódicos locales como Chico descuartizado por psicópata homicida, no me vengas llorando, porque yo ya te lo habré advertido.—

—¿Cómo se supone que iba a ir llorando si estoy...? Mira, déjalo. Estás siendo un exagerado, además, Michel  nunca ha hecho nada para que pienses así de él a parte de ser tremendamente serio. ¿Alguna vez has hablado con él? Yo el otro día lo hice y sigo vivo. No seas prejuicioso, Leclerc —

—Bueno, bueno, pero si mueres me quedaré con tu play—

Emilian  río y negó con la cabeza. —No tienes remedio—

En realidad, Emilian mentiría si dijera que no estaba nervioso y quizá un pelín asustado. No había visto al alfa en todo el día, pero habían acordado verse aquella tarde en casa del omega para comenzar el trabajo. Afortunadamente, el día anterior habían compartido números de teléfono y Emilian podía simplemente mandarle un mensaje con la ubicación.

Emilian : Michel, no ha venido hoy a clases. ¿Sigue en pie lo de esta tarde?

Emilian:Le mando la dirección de mi casa por si acaso ♡

Emilian ha envíado una ubicación.

Michel:Ok.

Emi frunció el ceño ante tan escueta respuesta, pero no le dió demasiada importancia. Si tan sólo hubiera sabido que, si Michel no había aparecido por el instituto aquel día, era porque estaba demasiado nervioso por verse con el después de clases.

Eran las cinco y doce minutos exactas, dos minutos tarde de la hora acordada. Michel maldijo internamente, quizá ese día debería de haber hecho una excepción y dejado que el chofer lo llevara. Había perdido el bus y tuvo que correr desde su casa hasta la de la omega en la otra punta de la ciudad. Y no había nada que Michel Mendoza odiara más que correr.

Llegó a casa de Emilian  jadeante y sin respiración, aunque no sabía muy bien si era a causa de la carrera o de su nerviosismo por encontrarse con el menor. Emi  vivía en una casa modesta, muy pequeña si la comparábamos con la enorme mansión de Michel , pero tremendamente acogedora. Contaba con dos pisos de fachada blanca y un porche de madera pintada de celeste, con la barandilla adornada con maceteros de geranios de color rojo intenso.

Se acercó, las manos temblando y el pulso acelerado, esta vez sí estaba seguro de que la carrera no tenía nada que ver con sus reacciones. La madera del porche crujió bajos sus zapatos de vestir , estuvo unos minutos de más observando la desconchada pintura del banco columpio del porche antes de atreverse por fin a pulsar el timbre.

Pasaron un par de minutos en los que Michel se planteó volver a salir corriendo antes de que se escuchara un estruendo tras la puerta y el sonido de pasos acercándose le indicara que ya no había marcha atrás. Mendoza recompuso su expresión a una de indiferencia fingida cuando la puerta se abrió por fin, aunque rápidamente se volvió un gesto de confusión al no ver a nadie al otro lado.

—¿Quién eres tú?—

Una voz fina y chillona atrajo su atención hacia el suelo, donde una pequeña niña le observaba desde abajo con la curiosidad reflejada en su infantil rostro. Michel frunció el ceño. ¿Se había equivocado de dirección.

—¿Esta es la casa de Emilian Kumpet?—

La pequeña asintió enérgicamente. Su pelo rubio se movió arriba y abajo siguiendo el movimiento de su cabeza. La niña tendría seis años como mucho, aún no se había presentado. Su piel era pálida y unas mejillas regordetas redondeaban su rostro.

—¿Para qué buscas a mi hermano?—

Michel abrió la boca sorprendido, pero antes de que pudiera decir nada, una voz se le adelantó.

—¿Con quién hablas, Vic?—

—Aquí hay un chico que te busca,Emi—

—Te he dicho mil veces que no abras la puerta. ¿Qué es lo que tienes que hacer?—

—Avisarte a ti primero—

—Exacto—

Michel observaba aquella familiar escena incapaz de moverse del sitio. Emi  había aparecido con el pelo revuelto y ropa de estar por casa, unos holgados pantalones por la rodilla y una sudadera rosa pálido viéndose tan natural y hermoso que le cortó la respiración. Sencillamente adorable.

Había cogido a la pequeña niña entre sus brazos y le hablaba con cariño, reprimiéndole con dulzura y una suave sonrisa en sus abultados labios. Los ojos de Emi se posaron avergonzados sobre Michel que aún esperaba en el porche.

—Lo siento mucho, Michel. Se me ha hecho algo tarde—se disculpó tímidamente.

Michel negó, recomponiendo su fachada despreocupada e indiferente.

—¿Quién es, quién es, Emi ? -preguntó la niña, posando su pequeña mano sobre la mejilla del omega.—

—Es Michel Mendoza, vamos a hacer un trabajo de clase, así que necesito que vayas a jugar a tu habitación y no hagas mucho ruido, ¿vale?—

—¿Puedo jugar con mi nueva cocina?—

Emi  asintió con una sonrisa y dejó a la  niña en el suelo. En cuanto los pies dela pequeña tocaron la fría madera, salió corriendo hacia el piso de arriba gritando "¡Soy una cocinera , y repostera postres siiii!"

Emilian  rió suavemente mirando con cariño a su pequeña hermanita. Michel no sabía muy bien qué hacer.

—Lo siento, Michel. Se suponía que Vic no estaría, pero mi madre vendrá tarde de trabajar y tengo que cuidarle.—

—No... no importa.—

—Puedes pasar.—

Emilian  se hizo a un lado con una suave sonrisa, invitando al alfa a entrar a en su casa. Michel entró, observándolo todo, sintiéndose fuera de lugar. Su madrastra habría torcido el gesto y habría dicho con su voz de nueva rica estirada y presuntuosa "Menudo montón de muebles de mercadillo". Pero mirara donde mirara, Michel sólo podía ver la esencia de una familia cariñosa, de esas que llenaban las paredes con fotos de sus hijos y cuadros con frases motivadoras.

Cuando Emi  no miraba, se permitió sonreír viendo una foto del omega de pequeño. Todo mejillas abultadas y cabellos alborotados, tremendamente adorable.

—¿Vamos, Michel?—

Michel siguió a Emilian  al interior de la casa, al salón, dónde montones de libros y un portátil los esperaban sobre una gran mesa de madera. Sinceramente, esperaba que ese trabajo se alargara mucho, lo suficiente como para grabar al rubia en su retina.

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