¡Las putas clases de verano!

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Como cada mañana, la clase estaba vacía cuando llegó. Faltaban cinco minutos para que la sala comenzara a llenarse con el ruido de las mundanas conversaciones ajenas, palabras que no tenían ningún tipo de sentido y que resbalaban en sus oídos. Los primeros alumnos comenzaron a llegar y centró su atención en la ventana. Cualquier mota de polvo desviada era más interesante que estar en esa clase.

Michel suspiró. A veces, sólo a veces, se arrepentía de haber repetido curso. Si hubiera puesto un mínimo de interés en las clases, podría haber estado en su casa con una lata de cerveza y la música a todo volumen, hasta que la señora de su padre "Marilú" fuera a gritarle con su voz estridente que la quitara. Si hubiera puesto un mínimo de interés en las clases, no tendría porqué aguantar a aquellos adolescentes chillones y sus guerras de hormonas.

Pero, claro, si hubiera puesto un mínimo de interés en clase, tampoco lo habría conocido a él.

Como cada mañana, supo el momento exacto en el que entró a clase sin siquiera alzar la vista. ¿Cómo no reconocería el aroma con el que soñaba cada noche? Entró como una brisa fresca en mitad de un verano infernal, con su olor a vainilla y caramelo y su sonrisa radiante. Michel tuvo que contener momentáneamente la respiración, debía acostumbrarse poco a poco a estar en presencia de aquella esencia si no quería perder el control.

Michel se permitió admirarlo durante unos instantes, aquella mañana, más que nunca, parecía un ángel. Su pelo rubio caía en mechones lacios desordenados sobre su frente, y las mejillas regordetas estaban teñidas de un suave rosado que contrastaba dulcemente con la palidez de su piel impoluta. Sus labios carnosos permanecían siempre brillantes y apetecibles , con un camino de lunares por su cara , cuello y cuerpo.En su sonrojada nariz se podía apreciar la llegada del invierno

Michel suspiró con discreción, estaba tan enamorado de aquel chico. Y, por desgracia, no era el único.

Emilian era el perfecto omega, y estaba en el punto de mira de todos los alfas y betas del instituto. Su pecho vibraba con un gruñido cada vez que veía a alguno de esos buitres merodear alrededor de su omega como las aves carroñeras que son.

Su omega, aquello sonaba muy irreal.

En su mente, Michel se había permitido marcar al chico una y otra vez, Michel amaba a Emilian y sabía que era su omega, que siempre lo sería, aunque él jamás fuera su alfa. de su cuerpo y adueñarse de sus labios, se había permitido convertirse en su alfa y hacerlo su omega, aunque aquello no fuera más que un producto de su imaginación utópica.

¿Cómo podría dejar que se fijará en él? Emilian era un pequeño trozo de paraíso y un pecado andante a la vez, una tentación divina demasiado pura para él. Con la camisa blanca que envolvía su cuerpo con suavidad y holgura, dándole aspecto de ser etéreo e incorrupto, y con esos shorts azules tremendamente ajustados que se amoldaban a la perfección su pequeña cintura y grandes muslos de su menudo cuerpo y que incitaban a tener los pensamientos más impuros.

No, definitivamente, Emilian no era para él. Michel sólo podía limitarse a observarlo desde lejos, a ver cómo regalaba sonrisas de ojos arrugados a sus amigos, a oír como reía melodiosamente y cubría su boca con su mano avergonzado.Y a imaginarse que toda esa dulzura era para él.

Emilian se movió entre las mesas hasta llegar a su pupitre, su peculiar amigo ya le esperaba sentado sobre él. A su paso, cada alfa y beta le sonreía con dulzura y ansias de seducción. Michel hizo una mueca de desagrado. Como si alguno de aquellos pobres infelices fuera lo suficientemente bueno como para estar junto a Emilian.

—¡Hey, Charlie!—

Michel ya no sabía si es que cuando hablaba todo el mundo guardaba silencio para admirar su dulce voz o si su cerebro filtraba el resto de ruidos insignificantes para centrarse sólo en el chico de sus sueños.

—¡Hola, Emi! ¿Me has echado de menos este fin de semana? ¿Qué has hecho sin mí?—

Michel arrugó la nariz. Emi, nunca le gustó ese apodo. Siempre lo llamaban por motes dulces, blandos y empalagosos, y Emilian estaba muy lejos de ser blando y empalagoso. Heroína, quizá ese fuera el sobrenombre más apropiado para él .Mirar a Emilian era adictivo, verlo sonreír era una droga de la que no te podías desintoxicar. Aunque resultaba complicado asociar al adorable chico con una sustancia tan dañina.

—Fui a ver a Nana, dijo que tenía una sorpresa.—

—¿Y cuál era?—

—¡Dulces! Había preparado un montón de pasteles y quería que los probara, acabamos súper llenos.—

Charles río.

—Tu abuela es la mejor.—

Emilian sonrió y asintió con orgullo.

Era difícil, realmente difícil. El cuerpo de Michel hormigueaba por envolver a Emilian en un apretado abrazo y no soltarlo nunca, por protegerlo de toda la basura del mundo y esconderlo de las miradas indiscretas de la gente.

Michel amaba a Emilian y sabía que era su omega, que siempre lo sería, aunque él jamás fuera su alfa.

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