Capítulo 1 - Gato callejero

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Un sonido metálico rompió la tranquilidad de la noche. El viejo se sacudió sus callosas manos tras tirar la basura en el cubo de metal que había fuera en el callejón que daba a la parte de atrás de su restaurante y se metió dentro tras echar el pestillo dando por finalizada la jornada del día... para preparar la del día siguiente.

Se frotó la rodilla derecha a causa del dolor que tenía por haber estado todo el día sin parar de cocinar, y aunque llevaba ya esa dichosa pata de palo ocho años, todavía había veces que era tan molesta como la primera vez que se la puso.

Cogió una caja llena de patatas y la puso al lado de la mesa, extendió un trapo sobre ella y un enorme cuenco para conforme las iba pelando las lanzaba con cuidado dentro y la piel las dejaba fuera. Quería preparar puré de patatas con un toque de leche agria y orégano para el menú del día siguiente y era mejor tenerlas ya listas para al día siguiente teniéndolas a remojo durante toda la noche.

Podía sonar tedioso para cualquiera, pero no para alguien que amaba cocinar por encima de todo, llevaba siete años regentando el Baratie y no se había cansado de ello, ya sabía que moriría entre esos fogones a causa de un infarto o de viejo llegado el momento, pero sabía que su destino acabaría en esa cocina.

Escuchó de nuevo el sonido del cubo de la basura y esta vez no lo había provocado él, seguro que era ese maldito gato callejero que de vez en cuando rondaba por la zona y tiraba la tapa para luego romper la bolsa y saciar su apetito.

- Ese estúpido gato, el día que lo atrape lo echaré a la olla y diré que es conejo. – farfulló mientras dejaba el cuchillo y la patata a medio pelar antes de limpiarse las manos con el trapo que colgaba de su delantal.

Se levantó con un quejido de nuevo por culpa de la rodilla y fue medio cojeando hasta la puerta, abrió el pestillo y la puerta de sopetón clavando su pata de palo con fuerza con toda la intención de asustar al animal.

- ¡Largo de aquí maldi...! – se calló de golpe ante el grito de susto que recibió.

No fue un animal lo que cayó al suelo de culo ya que estaba medio asomado en el cubo de basura que se volcó junto a él, se trataba de un niño que trató de levantarse rápidamente, pero que le resbalaron las manos en la gravilla del suelo. No solo eso, sino que llevaba un casco de metal que le cubría toda la cabeza y apenas había una rendija para los ojos y otras pequeñas verticales a la altura de la boca.

- ¡Eh, eh, espera! – Se lanzó el adulto a ayudarle, pero el pequeño se adelantó y sacó un cuchillo desafilado de ese cinturón que le venía holgado incluso estando en el último orificio y lo encaró hacia él.

- ¡N-No me toques! – dijo la aguda y metálica voz delatando que solamente era un crío asustado con algo demasiado peligroso entre las manos – Lo has tirado a la basura, ya no es tuyo.

- ¿Qué crees que vas a encontrar ahí? ¿Comida? – alzó las manos para nada preocupado de que ese niño pudiese hacerle daño, sino para no asustarlo más – Chico, yo no desperdicio ni las raspas del pescado, ahí dentro no hay nada que puedas comer.

- Mientes... - trataba de mirar hacia el cubo mientras vigilaba que el adulto no hiciera ningún movimiento brusco.

- Míralo por ti mismo, adelante. – dio un paso hacia atrás para darle mayor sensación de seguridad.

El niño se le quedó mirando, desconfiado y sin dejar de apuntar hacia él abrió la bolsa para ver su contenido, efectivamente solo había trapos sucios y otros deshechos, sus hombros se hundieron al verlo mientras su estómago gruñía de hambre.

- ... - no podía verle la cara, pero estaba claro que la decepción que sentía de no poder llevarse nada a la boca era grande. Sintió una cálida brisa venir desde su espalda y tras unos segundos suspiró resignado y giró para meterse de nuevo en el restaurante. – Entra, no te quedes ahí como un pasmarote.

La leyendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora