INTRODUCCION

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Ahhh mmm ahhh; oh Adriel, eres increíble.— Plaf-plaf... plaf.

Solo se escuchan los pequeños golpes del acto más delicioso e inigualable...

No aguanto, querido, me correré... —me dice mi conquista de esta noche, o más bien de esta mañana; no termino de correrme aunque ella sí lo hace, cuando el molesto sonido de mi teléfono celular interrumpe mi follada matutina con la chica de la limpieza de la casa.

—¡Maldición! ¿Qué quieres, Aziel? Estaba a punto de correrme. —le grito a mi hermano, y este solo ríe para luego decirme:

Creo que te prohibieron follarte al servicio, Adriel. Además, estás prometido a esa cosa que tiene por hija Kamael: Gomory.

Las botellas en la habitación se parten de inmediato y mi acompañante, aún envuelta en sábanas, sale corriendo.

No por mucho tiempo, hermanito. Haré cualquier cosa por deshacer ese compromiso, hasta entregar mi alma a Lucifer. Y serás tú quien tendrá que casarse con esa cosa. —le respondo iracundo a Aziel. Él sabe cuánto odio que nuestro padre, el Rey Ángel de la Muerte, nos comprometa a sus hijos; y eso que somos muchos.

Gomory no es que sea fea; puede ser hermosa si se lo propone. Es un demonio, y lo peor es que es pura.

Al casarse con un hombre, demonio, ángel o cualquier otro ser y consumar la unión, el hombre le pertenecerá en cuerpo y alma, convirtiéndose en su esclavo eterno.

Por supuesto, eso acabaría con mis madrugadas con Margot, la chica de la limpieza, o con las docenas de angelitas, demonios, vampiras, mujeres lobo, hadas, e incluso humanas que frecuento.

Ella, al ser mujer, podrá disfrutar de sus placeres con quien quiera, incluso casada, pero yo... solo con ella. “Eso que tanto me gusta, se acabaría.”

Un dato importante: estamos en otro plano, planeta o mejor dicho, en la cuarta dimensión, donde habitamos todos los seres fantásticos, como ángeles, demonios, hadas...

En fin, Afora es un mundo prácticamente poliándrico, donde las pocas mujeres que existen tienen a sus esclavos, o al menos atrapan a un pobre diablo a quien entregan su primera vez.

Esa es la maldita maldición de los seres de Afora.

Visto con pantalón y camisa negra, y mis zapatillas son unas botas militares también negras.

Como ya mencioné, soy Adriel, un angelito... sí, un angelito, pero de la Muerte.

Mi trabajo es ir al mundo humano y mostrarme a las desdichadas almas que llevaré al purgatorio, donde otro miembro de mi inmensa familia las clasificará o juzgará...

En realidad, no me he presentado adecuadamente. “Soy un insensible”.

Soy Adriel, uno de los tantos hijos de mi padre, el Rey Ángel de la Muerte. Somos inmortales, así que no es como si algún día yo fuera a ser rey. Por ahora, y por la eternidad, me conformaré con el único título que tendré: Príncipe Adriel.

Soy hijo del mencionado rey y de la princesa Dianee. Mi padre no es su esclavo, porque, cómo decirlo sin insultar a mi madre...

mmm—  no fue su primero. Mi madre tiene un esclavo sexual, mi tío Samael, y él la obedece en todo (buaaah).

Entro a su oficina, tiro la puerta y le digo, lleno de ira:

Padre, debes parar. No voy a casarme con Gomory. ¿Por qué no lo haces tú?

Él me mira como si tuviera tres cabezas. El ambiente tiembla, pero respira y se calma. Sabe que esa fue mi intención, hacerlo molestar, pues aunque no sea exactamente su esclavo, ya tiene dueña.

Sabes por qué. Te he prometido y no voy a retractarme. Hice un buen negocio con Kamael —indica mi padre, tirándose en su silla reclinable.

—. Si falto, él se quedará con mi alma —termina.

Niego y le reniego.

—¿Por qué hiciste ese trato, padre? Sabes que quería ser libre. —le respondo, y aunque es un temido ángel, no deja de ser un gran padre, dulce y tierno con sus hijos.

Sabes lo que pasa con los contratos... —me responde, y en mi cabeza se enciende una luz. Una idea.

Padre, ¿podría ver el contrato? —le pido con ilusión. Asiente, y cuando lo tengo en manos, sonrío y salgo.

Voy a escudriñarlo hasta encontrar una cláusula que me permita salir. No por nada soy uno de los mejores abogados...

Me encierro en mi despacho con ese gran contrato de matrimonio. Debo encontrar el punto de quiebre; siempre hay uno.

Paso todo el día sin comer, inmerso en este contrato de mierda. He leído cláusula por cláusula, letra por letra... prácticamente es irrompible. O me caso, o perderemos el alma de papá. Un momento... «el alma de papá...»

¿Y si yo me ofreciera? Si fuese yo quien se sacrificara, él conservaría su alma. Al final veo que lo peor que podría pasarme es casarme con Lucifer, la reina del Inframundo, y ser un maldito esclavo más entre sus muchos esposos y almas.

Pero también veo que podría hacer alguna tarea imposible del Libro de Redención.

Es una buena idea: conseguir el perdón o la paz de mil almas por errores cometidos por ángeles como yo, que han llevado al purgatorio almas inocentes o equivocadas.

Es una opción, pero... ¿cómo me comunico con las almas? Ellas solo me ven unos segundos antes de morir o cuando las arrastro.

Hmm, pienso. Tal vez con un intermediario, pero la mayoría de los aforanos y humanos no pueden vernos.

¿Quién? ¿Quién? Esa es la razón por la cual esta tarea ha sido imposible. Camino de un lado a otro, pensando en una solución.

Llevo tres días sin comer ni dormir, pensando en qué hacer, quién podría ayudarme.

¡Toc, toc, toc! Alguien llama a mi puerta.

Adrel, ¿qué pasa? Llevas tres días encerrado. Me estoy preocupando. ¿Te vio algún humano? ¿La niña esa sigue viéndote? —me dice ella, mi querida madre, la princesa Dianee.

Y de pronto, mi cabeza se ilumina. Mi madre acaba de darme en el clavo.

La chillona, esa...

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ANGEL OF DEATH
¡Enamorado!


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