Gemelos

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—No, no, no —explotó Soo Min por sexta vez aquel día

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—No, no, no —explotó Soo Min por sexta vez aquel día. —¿Por qué tengo que ser yo la que se case con ese?

—Porqué eres la única chica de la familia. Eso es obvio —replicó Sung Kyu —incluso si Sung Jong es más lindo que tú.

Mi hermana gemela le lanzó una mirada cargada de odio antes de volverse de nuevo hacia nuestra madre, quién escuchaba sus berrinches en silencio, convencida de que al final terminaría cediendo.

Solté un suspiro y me hundí en mi pequeña butaca roja, mi favorita ya que había pertenecido al abuelo. Lo sentía mucho por mi gemela, el ser obligada a casarse en contra de su voluntad sólo porque papá había perdido algunos bonos en el trabajo. Estábamos prácticamente en la ruina y nuestra única salvación era la familia Kim, más específicamente su único hijo: Myung Soo.

Por algún motivo que nadie terminaba de entender ese popular y atractivo chico estaba enamorado de Soo Min, aunque ni siquiera la conocía. Había sido él quien había insistido en eso del matrimonio y debido a nuestra lamentable situación financiera mis padres no habían podido negarse. Estaban en una encrucijada: soportar la vergüenza social que la ruina nos daría o vender a su única hija. No se lo habían pensado mucho.

Y que nuestro hermano mayor, Sung Kyu, los apoyara no ayudaba.

—No. He dicho que no quiero casarme con él —siguió mi hermana —ni siquiera lo conozco.

—Ya lo conocerás cuando te cases, cariño.

Trataba de consolarla mamá, pero Soo Min nunca había sido fácil de manejar. Pese a nuestra condición de gemelos no podíamos ser mas diferentes. Ella era la chica ruda, la fuerte, la rebelde, esa que no aceptaba ordenes de nadie y siempre defendía sus ideales. Yo, por el contrario, era el chico tímido y callado en el que nadie reparaba, el buen hijo, sumiso y obediente.

—¡No voy a casarme!

—Basta ya con eso.

Se escuchó la autoritaria y potente voz de papá, quién entraba en la sala con el primo Hoya, el cual estaba de vacaciones con nosotros antes de irse a la universidad.

—Pero... —intentó mi hermana, incapaz de aceptar su destino sin luchar.

—Cállate ya, Soo Min. Mientras vivas bajo mi techo harás lo que te diga.

Soo Min se incorporó, dejando el cálido asiento al lado de mamá y enfrentó a papá.

—Entonces debería irme muy lejos de aquí y así no podrías obligarme a nada.

—Ve a tu habitación y piensa en como le has hablado a tu padre.

—Te odio —gimió Soo Min y salió corriendo rumbo a las escaleras, mucho antes de que papá decidiera castigar su insolencia.

Me di prisa en ir detrás de ella. No podía ayudarla, pero al menos podía servirle para escuchar sus penas. Sólo para eso servía, para ser un hombro donde llorar.

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