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En lo profundo del pantano, oculta entre árboles retorcidos y lagunas serenas, se erguía una cabaña solitaria donde Angelo buscaba frenéticamente su kit de primeros auxilios. Las marcas de las garras de los murciélagos aún ardían en su piel. La cabaña, con su aspecto de cuento de hadas oscuro, parecía fusionarse con la naturaleza salvaje que la rodeaba. Después de una búsqueda desesperada, encontró el kit en una repisa de la cocina. Con un suspiro de alivio, lo tomó y regresó a su santuario personal.

El refugio de Angelo estaba decorado con pósters de sus ídolos y recuerdos de tiempos mejores. Un tocador desordenado con maquillaje y un pequeño escritorio orientado hacia la ventana completaban el espacio íntimo. La luz del exterior proyectaba sombras suaves sobre su cama, ahora su único consuelo. Con manos temblorosas pero decididas, se sentó y comenzó a aplicar las curitas en sus rasguños, mirándose en el espejo.

Al ver su reflejo, una mezcla de cansancio, frustración y enojo lo abrumó. Su aspecto desaliñado contrastaba con la imagen cuidadosamente cultivada que solía mostrar, vestido solo con una bata rosa y pantuflas desgastadas. Las heridas físicas palidecían ante las cicatrices emocionales que lo marcaban. Terminó de curarse y se dejó caer sobre la cama, a punto de llorar.

—Soy patético... —se lamentó en voz baja, observando su reflejo con desprecio—. Malditos murciélagos, ¿qué le hicieron a mi cuerpo?

Sus palabras resonaron en la habitación, amplificadas por el silencio del pantano que lo rodeaba. Angelo cerró los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. Su mente divagaba hacia tiempos mejores, antes de que la oscuridad y el caos se apoderaran de él.

—Y luego, fallar en flechar a Willow con Mortis... No merezco ser llamado el cupido del amor —susurró para sí mismo, su voz quebrada por la tristeza.

Desde aquella fatídica noche en el cementerio, se sentía abrumado por su error. Bajo la luz de la luna llena entre tumbas y árboles antiguos, había sido un simple trabajo: flechar a Mortis para que se enamorara de Willow. No parecía difícil, pero el susto de una araña había desviado su flecha en el último momento. Ahora, Mortis estaba enamorado de él, no de Willow.

—Seguro que me va a odiar cuando se entere —murmuró, llevándose una mano a la frente mientras intentaba procesar el desastre.

La culpa lo consumía; había arruinado las esperanzas de su amiga y se sentía un completo fracaso. Revivía la escena una y otra vez en su mente, buscando desesperadamente una manera de corregir su error.

—A menos que... no se entere —murmuró, sintiendo una chispa de esperanza.

Podía guardar el secreto, encontrar una manera de arreglar las cosas sin que Willow supiera de su metedura de pata. Tal vez había una solución, una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. La idea de redimirse lo llenó de determinación. Angelo se levantó de la cama, secando sus lágrimas y enderezando su espalda.

Sabía que no podía cambiar el pasado, pero aún tenía el poder de influir en el futuro. Con esa chispa de esperanza guiándolo, Angelo estaba decidido a corregir su error y demostrar que aún merecía ser llamado el cupido del amor.

Se vistió con su falda verde y largas botas, se peinó cuidadosamente y se maquilló. En el espejo, por fin se reconoció: lucía hermoso y satisfecho, aunque las curitas aún cubrían sus heridas.

—Esta vez, todo saldrá perfecto. Mortis se enamorará de Willow y ambos serán felices —dijo con determinación, sintiendo una nueva ola de confianza—. Esta vez no fallaré.

Se rió victorioso, pero su risa se detuvo al escuchar que llamaban a la puerta. Confundido, se dirigió hacia la entrada. No esperaba visitas y era su día libre, así que no tenía idea de quién podría ser. Al abrir, reconoció de inmediato la voz familiar que respondió y abrió la puerta rápidamente.

Cupido en problemas [Angelo x Mortis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora