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Dejando atrás la vibrante y tumultuosa fiesta de Mortis, Angelo estaba decidido a ayudar a su amiga. La celebración había sido un frenesí de emociones conflictivas, pero ahora, en la quietud de la noche, su mente se centraba en un solo objetivo: hacer que Mortis se enamorara de Willow.

Angelo, conocido como el Cupido del amor, sabía que fabricar una flecha de amor no era una tarea especialmente complicada, siempre y cuando tuviera los utensilios adecuados. Su taller, escondido en su cabaña en el pantano, estaba repleto de hierbas misteriosas, plumas delicadas y frascos con líquidos de colores.

Sacó su libro de fórmulas, un volumen antiguo y gastado que contenía secretos transmitidos a lo largo de generaciones. Aunque lo había consultado incontables veces, cada vez que lo abría sentía una reverencia renovada. Las páginas, amarillentas por el tiempo, guardaban recetas precisas para cada tipo de flecha.

Encendió una vela y se sentó en su mesa de trabajo. La luz proyectaba un ambiente casi mágico. Angelo empezó a reunir los ingredientes: pétalos de rosa para la pasión, una gota de rocío de luna para la pureza del amor verdadero, y una pluma del ala de un colibrí, símbolo de la rapidez y ligereza con la que el amor puede invadir el corazón y por ultimo un ingrediente secreto.

Mientras trabajaba, su mente vagaba hacia su amiga. Recordaba su risa, su bondad y la tristeza oculta en sus ojos. Sabía que necesitaba algo especial, algo más que una simple flecha. Con cada paso del proceso, Angelo se aseguró de infundir su creación con todo el cariño y la esperanza que sentía. Si alguien merecía encontrar el amor verdadero, era ella.

Finalmente, después de horas de meticuloso trabajo, la flecha estuvo lista. Angelo la sostuvo a la luz de la vela, observando cómo brillaba suavemente. Sabía que esta flecha tenía el poder de cambiar un destino, de unir almas destinadas a encontrarse.

Con determinación, Angelo guardó la flecha en su carcaj y se preparó para la mañana siguiente. Tenía un objetivo claro y un corazón lleno de propósito. Después de todo, el amor, en todas sus formas, siempre valía la pena.

[...]

El sol comenzó a salir una vez más, lanzando sus rayos a través del pantano y creando un juego de luces que atravesaban las ventanas de la cabaña. Las gotas de rocío en las hojas brillaban como diamantes, y el canto de los pájaros anunciaba un nuevo día.

Willow, todavía sumida en el dulce abrazo del sueño, sintió el incómodo cosquilleo de la luz en su rostro. Se movió, intentando esquivar los rayos del sol que insistían en perturbar su descanso. Con un suspiro resignado, se cubrió nuevamente con la sábana, buscando un poco más de oscuridad y paz. Pero su intento fue en vano, ya que un sonido inesperado rompió la quietud de la mañana.

Un toque suave pero firme en la puerta la hizo abrir los ojos. Parpadeó, tratando de despejar la niebla del sueño, y se incorporó lentamente, frotándose los ojos. «¿Quién podría ser a esta hora?», se preguntó, mientras sus pensamientos aún perezosos intentaban ponerse en orden.

Se levantó de la cama, envuelta en la sábana, y avanzó descalza hacia la puerta. El suelo de madera crujía bajo sus pies, añadiendo un toque de realidad a la bruma de sus sueños. Al llegar a la puerta, dudó por un momento, su mano sobre el pomo, antes de abrirla lentamente.

-Buenos días, querida -dijo Angelo con una voz llena de emoción.

-Angelo, ¿qué haces aquí tan temprano? -preguntó Willow mientras se tallaba el ojo.

-Perdóname, pero tengo que mostrarte lo que acabo de hacer -respondió, dando una risita-. Sé que te encantará.

Ambos amigos se adentraron en la cabaña, sentándose en la pequeña sala que tenía Willow. Angelo tomó asiento, dejando a un lado su carcaj y su arco.

Cupido en problemas [Angelo x Mortis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora