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En la oscura quietud de la noche, el vampiro luchaba contra una carga opresiva que le impedía encontrar reposo. Se retorcía entre las sábanas, sintiendo cómo su corazón latía con una intensidad dolorosa. Desesperado, aborrecía la forma en que se sentía; su mente era un caos de pensamientos tumultuosos que lo arrastraban hacia una vorágine de angustia, mientras los recuerdos de Angelo lo atormentaban, reviviendo una y otra vez los momentos en el cementerio, instantes que se negaban a desvanecerse.

Cada imagen, cada sensación, lo hacía sentir más vulnerable, más expuesto a una marea de emociones incontrolables. Intentó cerrar los ojos en busca de alivio, pero la oscuridad solo amplificaba su tormento. Finalmente, incapaz de soportar más esa sensación sofocante, se levantó de la cama con movimientos torpes y pesados y se encaminó hacia el baño.

Al encender la luz, parpadeó ante el resplandor que contrastaba con la oscuridad de su mente. Se miró en el espejo, observando su rostro pálido y agotado. El agua fría parecía ser su única esperanza de alivio. Abrió el grifo y dejó que el agua corriera, observando cómo el líquido cristalino llenaba el lavabo. Con manos temblorosas, se lavó la cara, dejando que el agua recorriera su piel, esperando que refrescara no solo su cuerpo, sino también su alma atormentada.

—No puedo creer que esté pasando por esto... —murmuró con voz ronca y desesperada.

Suspiró nuevamente, palpando su pecho y sintiendo su corazón martillando sin cesar. ¿Qué podía hacer para deshacerse de ese efecto? Su mente no le permitía pensar correctamente; solo quería encontrar algo de paz en toda esa sensación que lo ahogaba.

—Debo encontrar una maldita solución... —pasó una mano por su cabello, tirando hacia atrás.

Salió del baño, caminando por los solitarios pasillos de la mansión, apoyándose en las paredes, con cada paso resonando en el eco de su desesperación. Sus pasos le llevaron a la biblioteca, un refugio donde esperaba encontrar la salvación que tanto necesitaba. Se deslizó dentro en silencio, asegurándose de que nadie lo viera, aferrándose a la mínima esperanza de encontrar una solución.

Después de una noche en vela, la mañana llegó con una promesa de caos y tensión. La biblioteca se había convertido en un campo de batalla: los libros, arrojados de los estantes, yacían esparcidos por el suelo de madera. Solo las velas sobre el escritorio ofrecían una luz tenue, proyectando sombras que se movían al compás de su agitación.

—Amarres... hechizos... envenenamiento... —murmuraba en voz baja, lanzando otro libro al suelo— ¡Nada de flechas de amor!

Golpeó el escritorio, ardiendo en rabia. No había encontrado nada que se pareciera a lo que Angelo había fabricado. Esa flecha lo dejaba con más dudas que respuestas. Sus corazonadas no dejaban de atormentarlo. Estaba desesperado, enojado y sentía un odio profundo hacia aquel arquero que lo había flechado.

—¡Maldita sea! —con sus dedos largos golpeaba la madera del escritorio— Angelo... Angelo... ¿qué me hiciste?

No comprendía cómo funcionaban esas flechas. Un envenenamiento solo requería de una fabricación y causaba un efecto inmediato, pero ¿cómo podía esto afectar sus sentimientos? Los amarres eran lo más cercano, pero la falta de pruebas le hacía descartar la idea. La frustración y la confusión se mezclaban en su mente.

Sus pensamientos se volvieron hacia Angelo, el misterioso arquero que había irrumpido en su vida con esa maldita flecha. Recordó el momento en que sintió el impacto en su pecho, no de dolor físico, sino de una emoción abrumadora e inexplicable. Desde entonces, su corazón latía con una intensidad que nunca antes había conocido, una mezcla de anhelo y confusión que lo estaba consumiendo.

Cupido en problemas [Angelo x Mortis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora