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Ya han pasado varias semanas desde que Carlos me preguntó si quería ser su novia ,aquel sábado, en la terraza de su apartamento. Varias semanas desde que acordamos mantenerlo en secreto.

Como queríamos pasar tiempo juntos lo primero que se nos ocurrió fue ir a Madrid. Nuestros padres cuando llegaba el verano se pasaban todo el rato pegados, así que era la excusa perfecta, nadie sospecharía. Ni si quiera nuestros padres, que habíamos decidido no contarles nada por ahora.

Carlos saldría desde Maranello y yo desde Milan. Nos encontraríamos en el aeropuerto y un coche nos recogería para ir a casa de nuestros padres.
Lo planeamos todo para aprovechar el mayor tiempo posible.

Yo fui la primera en llegar a Barajas así que tuve que esperar a que Carlos aterrizara. No esperé mucho, pero el poco tiempo que estuve de pie frente a la puerta se me hizo eterno. Nunca antes había tenido tantas ganas de ver a alguien.

La puerta se abrió y los pasajeros empezaron a salir. Yo movía la cabeza de un lado y a otro, nerviosa, buscando con la mirada a Carlos. Y como si el universo quisiera verme sufrir, salió el último.
Tuve que retener la emoción que tenía de verlo porque estábamos en público, pero si hubiésemos estado solos le hubiese saltado encima.

Me acerqué a él, que me buscaba todavía.

—Buscas a alguien?—hablé.

Su cuerpo se giró hacia mí y sus ojos se iluminaron al verme. No dijo nada, simplemente soltó su maleta y me dio un fuerte abrazo. Yo pasé mis brazos por su cuello y me acerque más. Ese olor tan característico de él inundo mis fosas nasales.

—Te he echado mucho de menos. Muchísimo.— dijo separándose de mí.
—Y yo—sonreí.

Se acercó para besarme y yo, con unos increíbles reflejos típicos de piloto de formula uno, me aparté, y sus labios cayeron en mi mejilla.

—Estamos en público.—lo aparté de mi poniéndole una mano en el pecho— Te noto más fuerte.—acaricie un poco más la zona de sus abdominales.

—A lo mejor puedes verlos luego.—guiñó el ojo.

Yo sonreí como una tonta una vez más. Si me seguía guiñando así me derretiría como un helado en una tarde de verano.

Cogimos nuestras maletas y salimos del aeropuerto. Justo en frente de la puerta estaba un hombre, trajeado, en las manos tenía un cartel que decía "Emma del Valle".

Tardamos unos 45 minutos en llegar a la urbanización donde viven nuestros padres, durante el trayecto estuvimos hablando sobre lo que habíamos hecho durante el tiempo que no nos habíamos visto. Aunque hablamos unas cuantas veces por FaceTime ambos estuvimos bastante ocupados como para contarnos todo.

Al llegar el chófer saco nuestras maletas del maletero. Nosotros se lo agradecimos y nos despedimos de él.

—Mi madre me ha mandado un mensaje—hablé.—Han quedado para comer con tus padres en media hora.
—¿En casa o en un restaurante?
—En el restaurante de siempre.—Carlos asintió— ¿Nos vemos allí?.
—Sí—se acercó y dejo un beso en mi coronilla.—Nos vemos ahora.

Cada uno cogió su maleta y se dirigió a la puerta de su casa. Cuando íbamos caminando, de espaldas al otro, me giré para mirarlo. Mis ojos se encontraron con los suyos. No sé si el podía verlo, pero mis ojos brillaban. No me creía que esto estuviese pasando. Estaba tan feliz.

—Deja de mirar mi tremendo culo.—habló él.
—Lo haré cuando tú dejes de mirar el mío.

Respondí y me giré continuando con mi camino. Pude escuchar como soltaba una carcajada, yo sonreí involuntariamente.

Quien lo diría - Carlos Sainz Jr.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora