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Los exámenes del primer cuatrimestre arribaron en medio de lo colorido del otoño y lo gélido del invierno. Los alumnos no desperdiciaban ningún horario para prepararse con cualquier conocimiento a esas fechas cruciales. Bueno, así era por el momento, Daniel pensaba que luego de que varios desaprobaran algunas materias ya se vería la diferencia disminuida de chicos paseándose por el campus.

Su primera clase era la más temprana y él venía desde lejos. Como se quedó estudiando en casa hasta tarde, estaba desvelado, incluso tomó un supresor extra para no andar desprevenido por el cansancio físico y mental.

Debía cuidarse todo el tiempo. En aquella universidad estatal que con tanto esmero logró entrar, más de la mitad de los cursantes se repartían en alfas y betas, los omegas como Daniel eran una simple minoría de solo un dígito del porcentaje. Incluso en su salón, apenas tenía uno o dos compañeros de su mismo segundo género.

Medicarse diariamente con supresor de feromonas, usar el collar anti-vínculo, tener consigo anticonceptivos comunes y del día siguiente, e incluso el inhibidor de celo de emergencia, era algo indispensable para que los omegas pudieran ser parte de la institución educativa como de cualquier otro sector de la sociedad a puertas cerradas.

Sin embargo, aunque Daniel conseguía solventar sus gastos, el collar no era su accesorio favorito. Grueso y pesado, a veces sentía que le quitaba el aire cuando dormitaba en clase y lo hacía asustarse, otras le provocaba comezón y era incómodo intentar meter los dedos entre el cuero y la piel para rascarse. En otras ocasiones la molestia era tanta que terminaba por sacárselo, se ponía una bufanda y se cubría finalmente con la capucha.

Ese día era uno de esos donde el collar le molestó todo el viaje de colectivo mientras cabeceaba levemente contra el vidrio y terminó guardándolo en la mochila para reemplazarlo por una chalina.

Siendo sincero, a Daniel no le gustaba verse como un delincuente cuando llegaba encapuchado al campus, sumado a que no daba la mejor impresión con su pelo teñido, sus piercings, su ceño hundido y esa postura a la defensiva de quien mira como si quisiera degollar a alguien. Pero no le quedaba otra opción que ir cabizbajo y disimular que estaba rompiendo una regla por su comodidad. Después de todo, siempre cumplió con su medicación y creía que eso era lo principal.

Dentro de la facultad, muchos se saludaban, otros paraban a comprar café a los kioscos y otros simplemente iban entrando a las aulas.

Daniel estaba a punto de entrar a su clase para cumplir rápido su cometido de mantener el bajo perfil y no ser regañado por ninguna autoridad de la sede, pero justo cuando se asomó por la ventana de la puerta notó que ningún compañero omega había llegado aún antes que él. Eso le ponía inquieto si el profesor todavía no hacía presencia, y este era el caso.

Prefirió esperar un momento a un costado para no estorbar la entrada a otros alumnos. Se cruzó de brazos y tomó una buena bocanada de aire antes de que un suspiro entrecortado saliera y lo descolocara.

Fue como si de pronto hubiera recibido cierta señal tras su respiración, y su olfato se puso particularmente sensible ante un aroma cálido, silvestre y lejano. Inhaló una vez más, atento —entre cientos de perfumes— a uno que se advertía sin igual. Sus pupilas se dilataron tratando de coordinar con el primer otro sentido para juntos saber dónde buscar.

Las mejillas de Daniel quedaron calientes, y su trance se fue intensificando cuando sus feromonas fluyeron de a poco expulsando al fin una pequeña nube fragante para responder aquel llamado instintivo, aislarlo y localizarlo de una vez por todas.

El resto de la gente se hizo borrosa para Daniel, estaba tratando de hallar el origen de su conmoción y, cuando creyó divisar al responsable en el otro extremo del patio, su corazón se puso eufórico hasta subirle la sangre por todo el rostro.

Ojitos de sol no deberían llorar • [BL/Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora