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Era el primer sábado de julio, y el frío daba una bandera blanca tras permitirle al sol ser la estrella del día.

Muy a su estilo, el omega no había dado detalles de qué tipo de salida sería, solo se limitó a acordar un punto de encuentro y Enrique, como ya estaba familiarizado con el mapa digital y los viajes en colectivo, no tuvo problema de llegar.

En el trayecto, el alfa iba pensando sobre los consejos que Luz le dio; y el hecho de decidir ser un guardián para Daniel, ahora que sabía lo que provocó en el otro, le generaba intranquilidad. No estaba seguro de poder lograrlo, pues le encantaba ser cada vez más cercano a Daniel y temía que, en su intentó de verse como un monje, su relación de amistad se viera estropeada.

Si Daniel consiguiera una pareja que le ayudara con su celo, sería más fácil para ellos ser amigos, pero lo pensó mucho: y absolutamente no podía conciliarlo.

No quería que Daniel tuviera pareja, incluso si fuera lo más efectivo.

Toda la madrugada se agarró la cabeza dándose cuenta de su egoísmo y también, de que, aunque sabía que ahora más que nunca debía mantener una distancia sana para su amistad, no podía dejar ir ese cálido sentimiento ya presente.

Era obvio que Daniel le gustaba y mucho, pero su culpa era más grande.

Se había decidido ser lo menos problemático posible para su amigo omega. Antes de conocerse ya le había molestado y debía compensar eso. De esa forma, quizá antes de que volviera a México, se animaría a contarle y pedirle perdón por casi arruinarle el semestre.

Pasado el mediodía, Enrique ingresó al restobar. Buscó hasta encontrar a Daniel en la barra charlando con Nahuel que estaba del otro lado. Eso le había sorprendido.

Al percibir la llegada de ese particular cliente, Nahuel lo reconoció y lo encaró con amabilidad.

—¡Hola! ¿Cómo estás, Enrique? —saludó. Allí, Daniel se percató de la presencia ajena y se giró a mirarlo—. ¿No se te hizo difícil llegar?

—Hola, ¿qué tal, chicos? —Enrique se acercó a saludar primero al alfa, luego a su amigo omega con un pequeño abrazo y se sentó a su lado—. Bien, llegué bien. No sabía que te vería aquí también.

—Acá trabajo, soy lava-copas —respondió con una sonrisa.

—Ah, ¿de verdad? ¿Pero te hacen atender la barra también?

—Te está molestando, es el jefe —dijo Daniel con una sonrisa ladina.

El alfa mexicano se sintió tonto por ser engañado ya de entrada.

—No tan así, mi papá es el jefe —Nahuel quiso ser modesto—. Bueno, vuelvo a lo mío, me llaman si necesitan algo —avisó.

Asintieron con la cabeza. Nahuel se fue hacia el depósito y entonces el par de amigos se concentró uno en el otro.

Daniel tenía una expresión no tan ceñida, parecía más relajado que de costumbre. Enrique era ahora el de la expresión incierta que terminó causándole curiosidad al contrario.

—¿Todo bien? ¿Y esa cara? —preguntó Daniel.

—Oh —Recién allí el alfa se fijó en sí mismo y se acomodó enfrentando a la barra para apoyar los brazos—. Bueno, no es nada. Estuve un poco nervioso en el camino.

—¿Pasó algo? —consultó con un leve tono de preocupación.

Enrique negó moviendo la cabeza.

—Solo estaba emocionado, ehm... Sé que fue nada más que una semana, pero no sé por qué se sintió como si hubiera pasado mucho tiempo —aclaró dejándose ver tímido—. Tenía muchas ganas de ver si ya te encontrabas bien.

Ojitos de sol no deberían llorar • [BL/Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora