💛 IV

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Los martes Daniel tenía una clase muy temprano por la mañana, así que aún estaba oscuro cuando prendía la luz de la sala y se tomaba unos mates. Minutos antes de salir, coincidía con su hermana Priscila que se levantaba para ir a su trabajo, y paralelamente con su primo Gonzalo también. Este último se ocupaba de preparar el desayuno para los más chicos y luego los llevaría al colegio. Podía decirse que era el único momento donde Gonzalo, por seguir medio dormido, parecía olvidar toda hostilidad y le daba los buenos días a sus primos mellizos.

 Eso era una rareza para Daniel. De vez en cuando escuchaba que Gonzalo y Priscila charlaban normalmente en las tardes cuando los dos volvían de trabajar, o mismo el primo mayor con Camilo cuando la tía y los chicos no estaban para acaparar toda la atención. Pero con el omega varón era complicado.

 No podía asegurar por qué, pero Daniel sabía lo insignificante que era para el juicio de ese beta. Poco le importaba al omega desde cuándo comenzó ese trato, pero con tal de mantener la paz en un lugar tan apretado como su casa compartida prefería ignorarlo también.

 —Pri, yo ya me tengo que ir, ¿te dejo la pava calentando? —dijo Daniel cuando su hermana salió peinada del baño.

—Dale, voy a despertar a papá —comentó con una somnolienta sonrisa y cruzó hacia la habitación correspondiente.

Camilo también tenía una rutina de trabajo. Incluso la tía Micaela estaría por llegar de su trabajo de turno nocturno.

Ser el único adulto que seguía estudiando entre todo ese movimiento laboral lo hacía sentir a Daniel algo... fuera de lugar.

Al cruzar miradas con Gonzalo cuando este iba por las tazas de los menores, Daniel señaló la hornalla prendida con el agua.

—Gonza, ¿te fijás? Ya tengo que salir —avisó yendo hacia la puerta metálica.

Gonzalo lo relojeó y no dijo nada. Pero Daniel sabía que ese gesto al menos significaba que lo oyó.

Salió sin despedirse del resto. Cada uno se estaba despabilando a su tiempo y Daniel no podía quedarse a desayunar porque no llegaría a la clase.

En fin, los martes a la mañana no era para nada su momento favorito. Era el momento de cuando más notaba ser el único que no estaba en la misma sintonía que el resto de su familia. Y la universidad tampoco ayudaba a darle un remanso cuando dependía de su amigo Milo para no cohibirse por sus claras características omega que lo hacían ver como un bicho raro entre esos betas y alfas.

Sin embargo, debía tragarse esa amargura. Después de todo, su esfuerzo en el estudio seguía siendo por buenas razones, y tenía principalmente de motor a su padre y a su hermana melliza que lo apoyaban.

Algún día quería devolverles la gratitud. Pese a todo, abandonar ese camino no era una opción.

 Pese a todo, abandonar ese camino no era una opción

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Ojitos de sol no deberían llorar • [BL/Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora