Una Nueva Familia

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Charlus Potter estaba de pie en el umbral de la puerta de su acogedora casa en el campo, observando a los tres pequeños omegas jugando en el jardín

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Charlus Potter estaba de pie en el umbral de la puerta de su acogedora casa en el campo, observando a los tres pequeños omegas jugando en el jardín. El sol de la mañana iluminaba sus rostros mientras corrían y reían, ajenos al tumulto que había marcado sus cortas vidas. Charlus suspiró, sintiendo una mezcla de orgullo y preocupación. Había asumido el papel de cuidador de estos niños de una manera que nunca había anticipado, pero no podía imaginar su vida sin ellos.

—¡Papi, mira! —gritó James, su hijo biológico, mientras levantaba un ramo de flores silvestres que había recogido. Charlus sonrió y asintió, animándolo.

—¡Muy bonitas, James! —respondió, su voz llena de calidez.

A pocos metros de James, Remus Lupin y Sirius Black estaban inmersos en un juego de imaginación, pretendiendo ser valientes magos que combatían dragones. Remus, siempre el más reflexivo de los tres, estaba ideando estrategias mientras Sirius, con su naturaleza más impulsiva, atacaba a los "dragones" con vigor.

Charlus se permitió un momento para reflexionar sobre cómo había llegado a este punto. Remus había sido el primero en llegar a su cuidado. Los padres del niño habían muerto en un trágico accidente cuando Remus tenía solo cuatro años. Como madrina de Remus, Charlus no dudó en llevarlo a su hogar, brindándole el amor y la estabilidad que tanto necesitaba.

Poco después, Sirius llegó a su puerta. La fría y distante Lady Black, incapaz de soportar la presencia de su propio hijo, había decidido deshacerse de él. Charlus nunca entendió cómo alguien podía rechazar a un niño tan cariñoso y lleno de vida, pero aceptó a Sirius con los brazos abiertos.

—¡Papi, ven a jugar con nosotros! —la voz de Sirius interrumpió sus pensamientos. Charlus sonrió y se acercó al grupo, dispuesto a unirse a sus aventuras.

—¿Qué están haciendo, pequeños? —preguntó mientras se arrodillaba en el césped.

—Estamos luchando contra dragones, papi —explicó Remus con seriedad—. Necesitamos tu ayuda para vencer al gran dragón rojo.

Charlus asintió, entrando en el juego con entusiasmo. Pasaron la siguiente hora combatiendo dragones imaginarios, riendo y disfrutando del tiempo juntos. Para Charlus, estos momentos eran preciosos, recordatorios de que, a pesar de las dificultades, había encontrado un propósito y una familia en estos niños.

Después de un rato, Charlus los llevó de regreso a la casa. Era hora de almorzar, y había preparado una comida sencilla pero nutritiva. Los niños se sentaron alrededor de la mesa, charlando animadamente mientras comían.

—¿Podemos ir al bosque después de comer, papi? —preguntó James, sus ojos brillando de emoción.

Charlus consideró la idea por un momento. El bosque cercano era un lugar que solían visitar, lleno de secretos y maravillas naturales que los niños adoraban explorar.

—Claro, pero deben prometerme que se quedarán cerca y seguirán todas mis instrucciones —dijo Charlus con firmeza. Los tres niños asintieron vigorosamente, sus caras iluminadas por la anticipación.

Después del almuerzo, Charlus los ayudó a ponerse sus abrigos y salieron de la casa. El bosque estaba tranquilo, con el suave sonido de los pájaros cantando y el susurro del viento entre los árboles. Los niños corrían de un lado a otro, recogiendo hojas y observando los insectos que encontraban en su camino.

Mientras caminaban, Charlus se aseguró de mantenerlos a la vista, disfrutando de su entusiasmo y energía. Era en estos momentos, rodeado de la naturaleza y la inocencia de los niños, que se sentía más en paz.

—Papi, mira esto —dijo Sirius, mostrando una piedra de forma inusual que había encontrado. Charlus la examinó con interés, siempre dispuesto a fomentar la curiosidad de los niños.

—Es muy interesante, Sirius. Quizás podamos llevarla a casa y buscar más información sobre ella —sugirió Charlus.

La tarde pasó rápidamente, y pronto fue hora de regresar a casa. Los niños estaban cansados pero felices, y Charlus los guió de vuelta, sintiéndose agradecido por estos momentos sencillos pero significativos.

Al llegar a casa, los ayudó a prepararse para la cena y luego para la cama. Una vez que los niños estuvieron dormidos, Charlus se sentó en el salón, disfrutando del silencio de la noche. Sabía que los días venideros traerían desafíos, pero también estaba seguro de que juntos, como familia, podrían superarlos.

Pensando en todo lo que había pasado, Charlus sintió una oleada de determinación. Protegería y cuidaría de estos niños con todo lo que tenía. Eran su responsabilidad, pero más que eso, eran su vida, su familia. Y por ellos, haría cualquier cosa.

Con esa resolución, Charlus apagó las luces y se dirigió a su habitación, listo para enfrentar lo que fuera que el futuro les deparara.

Con esa resolución, Charlus apagó las luces y se dirigió a su habitación, listo para enfrentar lo que fuera que el futuro les deparara

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