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¿Crees que si alguien lanzara un palo, iría a buscarlo? —Se escucharon susurros de un pequeño grupo reunido alrededor de una de las mesas del comedor. Sin siquiera mirar por encima del hombro cuando pasó con su bandeja de almuerzo, Ness pudo darse cuenta de que los susurros debían haber estado destinados a él, particularmente por las miradas duras que recibió cuando pasó por la mesa.
“¿Lo entiendes?”, continuaron. “Porque es el perro de (T/n) ”.
Ness apretó más la bandeja sin querer al oír esas palabras, pero mantuvo esa sonrisa sin vida en su rostro mientras atravesaba el pasillo. A lo largo de los meses, los comentarios parecían entrar por un oído y salir por el otro, y la mayoría de las veces, ni siquiera se dio cuenta de que lo que decían los demás jugadores eran insultos. De hecho, lo tomó como un cumplido que le pusieran esa etiqueta. Su lealtad era irremediablemente dedicada a ti y solo a ti, por lo que los murmullos sutiles y los susurros groseros no significaban nada.
Tal vez fue porque estaba tan cegado por su devoción hacia ti que no le importaban los comentarios que hacía la gente. Tal vez si no estuviera tan enfermizamente obsesionado, habría tenido un problema con eso y se habría dado cuenta de que era más que una extensión de ti. Aunque ese tipo de pensamientos no tenían cabida en su mente, porque cada vez que se le ocurría el concepto, descartaba esa posibilidad tan pronto como llegaba.
—¿Cómo se llama de nuevo? ¿La criada de (T/n)? El zumbido se hizo más fuerte.
—Ahí va otra vez con esa sonrisa espeluznante. ¿Crees que está tratando de encontrar a (T/n)?
“Pobre muchacho. ¡Parece tan perdido sin su dueño (T/n)!”
(Y/n).
(Y/n), (Y/n), (Y/n), (Y/n), (Y/n)—
—Alexis. —De repente, se escuchó tu voz llamándolo, lo que hizo que levantara la cabeza al oír el sonido. Sus ojos se iluminaron cuando vislumbró tu silueta borrosa a lo lejos, haciéndole señas para que se dirigiera hacia la mesa en la que estabais sentados.
Su ritmo se aceleró ahora que sus ojos estaban fijos en el asiento que le interesaba: el que estaba justo al lado del tuyo. Ahora, las voces se ahogaron aún más porque no podía concentrarse en nada más que en llegar a tu mesa. Tal vez sí amaba como un perro patético, pero si eras tú, no le importaba. De hecho, tal vez una de las razones principales por las que amaba de esa manera era porque eras tú. Te amaba y le encantaba estar en tu presencia, y mientras lo mantuvieras cerca y siguieras prestándole la atención que tanto ansiaba, siempre volvería corriendo a su amo como la mascota leal que era.
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