2. Destellos

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El día que fuí violada marcó un antes y un después en mi vida.

Quizá se debe principalmente a que, siete años después, los responsables han sido olvidados por todos, hasta por la policía...hasta por mí. Recuerdo vagamente, casi como un sueño, la emoción que me inundaba porque en menos de una semana iba a graduarme del majestuoso Royal college of music, un conservatorio ubicado en Londres, mi tierra adoptiva, para al fin convertirme en la pianista que tanto trabajo me ha costado ser.

Actualmente tengo veintiséis años, y sé lo difícil que es descubrir tu vocación en esta vida, algunas personas nunca llegan a saberlo, y supongo que eso me convierte en parte de los pocos afortunados. Lo supe desde la primera vez que vi ese viejo piano empolvado en el rincón de mi salón de clases en preescolar, pidiendo en silenciosos gritos ser amado de nuevo. Mi preescolar fue un estudio de música en el pasado. Los dueños creyeron que la educación generaba más ingresos que los cantantes de trap con marihuana en los bolsillos que llegaban con deseos de grabar todo un álbum en una noche, de modo que tumbaron todo para promover la educación de los niños, dejando el recuerdo de lo que alguna vez fue este lugar guardado en el viejo piano de la esquina. Para ese entonces era tartamuda, y como si fuera poco apenas sabía hablar por completo, de modo que era la burla andante del salón, y por eso me aterraba el preescolar casi tanto como lo odiaba. Mis compañeros de clases jugaban y gritaban todo el día, ninguno centrado en las lecciones, y yo sólo añoraba calma, añoraba a mis padres y sobretodo, añoraba no querer prestar atención a la maestra al igual que ellos y que amablemente me invitaran a ser parte del juego, pero eso nunca pasaba por ser "la rarita tartamuda". Por eso me sentí identificada con ese viejo piano: ambos queríamos ser notados, amados y comprendidos, pero no sabíamos cómo lograrlo.

Mientras la maestra luchaba por calmar a mis compañeros y que cada uno se sentara en su pupitre, yo ya estaba acomodada en el mío, moviendo mis pies y tarareando al ritmo de las músicas clásicas que mi padre, siendo profesor de música y mi mayor influencia, reproducía camino a este lugar horroroso. Miré el piano fijamente hasta que sonó la campana y todos mis compañeros salieron corriendo al recreo.

-Meg, ojalá todos se portaran como tú-me dice la maestra, agotada-¿Hoy tampoco vas a salir a jugar?

Niego con la cabeza.

-Está bien, no te culpo-comenta con ironía y se agacha a mí lado-. Pero sabes que no puedes quedarte aquí sin supervisión. Hoy lo dejaré pasar, pero mañana tendrás que salir te guste o no, ¿Lo entiendes?

Asiento.

-Ok-se pone en pie, acomodando sus lentes de caracol-. Volveré en un rato.

Apenas la maestra sale me dirijo al viejo piano del tipo vertical, de un color negro gastado. Primero le acaricio, quitando un poco de polvo. 

-¿P-puedo sentarme?-tartamudeo. En mi cabeza, el viejo piano me dirigió un silencioso "si". Me siento con algo de esfuerzo, pues el taburete era muy alto, y una vez acomodada voy paseando mis manos por su estructura, repitiendo en mi cabeza las palabras de mi padre cuando le enseñaba a los alumnos sus componentes: "atril" "tapa" "cerradura" "pedal de resonancia" "Teclado". Descanso mis pequeños dedos en las teclas. Cierro los ojos y visualizo la última clase que dictó mi papá. Entonces, empiezo a tocar. Tenía cinco años cuando la maestra se dió cuenta de mi talento y lo notificó a mis padres, puntualizando que tenían "una artista muy grande en casa". Tenía cinco años cuando supe que ser pianista era lo mío, y después de ese día todo mi mundo se transformó en mi pasión por el piano y al sueño de ser exitosa algún día, y ese "algún día" empezaría a ser construido después de esta semana que me dieran el título, para posteriormente irme a París y triunfar.

-Meg, por favor, ven con nosotros-insistió mi mejor amiga-¡Será divertido! Te has pasado la vida tocando el piano como una loca. Tienes diecinueve años y no has ido nunca a una fiesta, ¡Por eso sólo tienes dos amigos en el mundo!

-Elena tiene razón-asegura Jem en lenguaje de señas-. Necesitas conocer gente nueva, hablar con un hombre...

-Tu eres un hombre-interrumpo. Gracias a Jem, el lenguaje de señas se me da a la perfección.

-Yo soy gay, Meg. No cuenta-Jem rueda los ojos-. Hablo de un hombre que pueda llegar a ser tu novio. Un hombre que te domine y te quite tanta virginidad de encima.

Me río.

-Tengo metas, Jem. Un hombre no es lo que necesito.

-¡No te estamos diciendo que te comprometas!-exclama Elena, tirándome ropa encima-¡Sólo que te dejes manosear un poco!

-Y pases una buena noche de borracheras y bailes con tus amigos del alma-Jem empieza a mover las caderas como Beyoncé.

-Me han llamado solterona y aburrida-tomo uno de los conjuntos que Elena me lanzó-. Y es algo que no planeo permitir.

Jem y Elena sonríen, victoriosos.

-Te voy a dejar tan bella que no te vas a reconocer-dice Jem, y enseguida empieza a maquillarme.

-¡Buscaré el secador!-Elena corre a su habitación.

Una hora después y en contra de mi voluntad, ya estaba lista para "la mejor noche de mi vida". El taxi nos dejó frente a una exótica discoteca, y apenas entré, bueno, está de más decir que me quería ir.

-¡Quita esa cara!-Me dice Jem, dejando en mis manos un vasito de tequila-¡Y disfruta la mejor noche de tu vida!

-¡Lo que dijo el mudo!-grita Elena sobre la música. Jem le da un manotazo. Me río, y entonces chocamos nuestros vasos en señal de brindis.

La verdad no estaba tan mal. Los tres empezamos a bailar, meneando las caderas al ritmo de la música, pidiendo más tragos, dejándonos llevar un rato. Me encantaría contarles más pero, después de eso, no recuerdo nada.  Sólo veo destellos de un fuerte dolor de cabeza, voces, una habitación, una cama, cuatro figuras borrosas sobre mí, palabras, súplicas, miedo...

Desperté desnuda dentro de una tina, con el pelo lleno de vómito, hematomas, lágrimas ya secas y sangre entre mis piernas. Con el corazón acelerado y las manos temblorosas, toqué dicha sangre entre mis piernas e inmediatamente lo sentí, ese miedo ensordecedor, la latente humillación, esas ganas de arrancarme la piel para arrebatar todo rastro de lo que ahora llevo tatuado en el cuerpo. Usando toda la potencia de mi diafragma, solté el grito más desgarrador que no había emitido nunca, dejando marcas en mis piernas por la presión que ejercían mis uñas sobre ellas en un vil ataque de pánico y desespero. Sin terminar de creer lo que había pasado, sin poder controlar la guerra de emociones que amenazaban con quemarme viva, lloré, lloré, y seguí llorando hasta que las ganas de salir de esa tina me pusieron en pie. Una señora de limpieza me encontró, leí sus labios, pues mis oídos no asimilaban sonido alguno.

-¿Estás bien?

No pude decir mucho:

-¿Puedes traerme ropa? Necesito salir de aquí.

Me entregó un ajeno vestido azul que rápidamente envolvió mi cuerpo como el abrazo que más necesitaba recibir en ese momento, y sin nada más que hacer caminé a casa. Puedo jurar que, aunque no parecía, yo ya estaba muerta. No era hija, ni amiga, ni pianista, ni nada, sólo una chica a la que alguien mató desde adentro, y sólo dejó un cuerpo vacío.

Siete años después, con un hijo producto de esa noche y un trabajo de tiempo completo en un café cerca de la casa de mis padres, (y también la mía) sigo pensando en ese día, en todo lo que ocurrió y si mis sueños me revelarán en vez de destellos las caras de mis agresores alguna madrugada no muy lejana. Sea lo que sea, no pienso rendirme nunca. Los voy a encontrar, me lo he jurado a mí misma, y pagarán con sus vidas todo el daño que me han hecho.

×××

Si llegaste hasta acá, tienes mi eterno agradecimiento.

Instagram: Zahi.urda29

Las Cuatro Máscaras De MegDonde viven las historias. Descúbrelo ahora