3. Propuesta

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-¡Mami! ¡Mami!-escucho justo en mi oído una linda voz que a su vez me agita con sus pequeñas manos.

Abro un ojo y le regalo una sonrisa a mi hijo, Ethan.

-Buenos días-susurro, perezosa-. ¿Qué haces despierto tan temprano? La alarma no suena todavía.

-Pero, mami...-señala el reloj en mi mesita de noche-. Ya casi son las siete, la alarma a sonado tres veces.

-¿QUEEE?-Abro el otro ojo y me levanto de la cama como un relámpago. Ethan grita ante mi sobresalto, pero luego se ríe. Mierda. No escuché la alarma. Mi hijo va tarde al colegio-¡Mierda! ¡Mierda!-mascullo, cargando a Ethan en brazos. Me detengo una milésima de segundo y lo observo de pies a cabeza-¿Te vestiste tú solo?

Él asiente.

-Mami abu me enseñó, ¿Te gusta?

Reprimo una risita. Se puso la franela al revés y unas crocs de dinosaurio que le regaló su abuelo el cumpleaños pasado.

-Claro que si y estoy orgullosa de ti, pero vamos a arreglar unos detallitos, ¿Te parece?-procedo a arreglar su franela y a ponerle unas gomas, atando los cordones-. Ve a peinarte y busca tu mochila, te prepararé el desayuno.

Ethan enciende el televisor y hace de todo menos buscar la mochila o peinarse el desastroso cabello castaño. Normalmente mi madre me ayuda para no terminar dando carreras como ahora, pero había olvidado que hoy saldría temprano con papá a celebrar su aniversario. Me quedan, literalmente, diez minutos.

No soy buena con los desayunos, o mejor dicho cocinando en general, Ethan odia mi vida culinaria y no lo culpo, pero si no come estos huevos revueltos que estoy preparando le mataré. Mientras se terminaban de cocinar corrí a vestirme, peinarme, intentar maquillarme y buscar al mismo tiempo la mochila de Ethan y el cepillo.

-¡Mami! ¡Huele a quemado!

Corro a la cocina y apago la estufa, espantando el humo con una mano mientras con la otra me cubría la boca para no toser. Coloco los huevos revueltos en una taza, añado unas manzanas picadas horriblemente en otra y lo dejo todo dentro de la mochila de Ethan. Él hace una mueca.

-No voy a comerme eso.

-Si lo harás.

-¡Está negro!

-Solo un poco, igual sabe rico-aseguro.

-¡No!-exclama-. A la abuela no le quedan así, ¿Dónde está la abuela?

Resoplo.

-Ethan, ¡Nos quedan cinco minutos! ¿En serio vamos a hacer esto?-me cruzo de brazos.

Él repite mi acción.

-No lo comeré-afirma, retador.

Cuento hasta cien mil.

-Está bien, puedes darle los huevos revueltos a ese perrito que siempre te encuentras en el recreo, te daré dinero para que compres algo en la escuela, ¿Trato?

Sonríe.

-Trato.

Le tomo la mano y prácticamente salimos corriendo del apartamento, andando por las calles como caballos salvajes. Del apartamento a la parada de autobús hay una bajada que, con un paso en falso, terminas rodando como esa escena de Marcus dentro del caucho en "Son como niños dos". Era todo un reto, tomando en cuenta que iba con un niño, mi bolso y su mochila.

-¡Mami no tan rápido!-los pies de Ethan pedían misericordia, pero tristemente se la tengo que negar. Seguimos bajando, atropellando personas, repitiendo "lo siento" una y otra vez hasta que llegamos a la parada de autobús. Ya se iba.

Las Cuatro Máscaras De MegDonde viven las historias. Descúbrelo ahora