8. Dos cuerpos, una cama, un recuerdo

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La euforia sentida tras la carrera desapareció apenas llegamos al hotel y me entero que Adam sólo apartó una habitación.

-Dios, Adam, ¿Qué te costaba pagar una habitación aparte para mí? ¡No quiero ni pienso dormir contigo!

La simple idea de dormir junto a él me causaba un terror descomunal.

-Es un cuarto enorme, Meg. Está dividido en dos. Cállate y toma la llave.

La chica de recepción me extendía la llave con cierto grado de fastidio. Niego con la cabeza.

-Quiero otra habitación.

-¿Ah, si? ¡Pagala tú!

-¡Si tuviera dinero lo haría!-uno mis cejas-¡Exijo mi quincena por adelantado!

-Este es el hotel más caro de Francia. Pagas una habitación con un año de tus quincenas, ¿Estás dispuesta?

Aprieto la boca, tragándome el vómito de insultos que deseaba expulsar en su cara. Respiro profundo y sonrío.

-¿Sabes? Compartir habitación está bien, ¿Qué tendría de malo?

Rueda los ojos.

-A veces eres insoportable.

Tomo las llaves y subimos tres pisos hasta la habitación. Adam tenía razón, era enorme y estaba dividida, por lo que tendría mi espacio privado lejos de él.

-Iré a bañarme-informo.

-Pediré comida mientras tanto-responde él.

Me tomo mi tiempo para bañarme y vestirme. Salgo con una toalla envuelta en mi cabeza para no mojar el piso y una mascarilla verde cubriendo mi cara. Cruzo el pasillo que dividía nuestras habitaciones y distingo a Adam muerto de la risa frente a un enorme televisor que transmitía The Office. Vestía un pantalón de pijama y un suéter negro. Así, parecía un chico cualquiera que va a la universidad y no un empresario hecho y derecho. Me siento a su lado.

-¡Mierda!-dice, sobresaltado-. Que susto.

-Es una mascarilla en contra de las arrugas.

-¡Vuelve a tu pantano, ogro!

Lo golpeo y él se ríe.

-¿Qué comes?-inquiero.

-Chuches.

Miro el bol lleno de frutas. Fruncí el ceño.

-Debiste tener una infancia muy dura si crees que un par de manzanas son chucherías.

Hago una llamada y proceso a pedir chucherías como papitas, chocolates, gaseosas, y eso. Le quito a Adam de las manos el bol con manzanas y le entrego el exceso de azúcar.

-Prefiero las manzanas-se queja él, ceñudo.

-Confía, Abernathy. Apenas pruebes este deleite te arrepentirás de tus palabras.

Y efectivamente lo hizo. Ambos nos quedamos viendo The Office mientras llenábamos nuestro organismo de chucherías como niños en la fábrica de Willy Wonka. Cuando terminamos con la reserva de chucherías, la primera temporada de la serie y un intenso dolor de barriga, no se nos ocurre mejor idea que salir a la terraza y ponernos cómodos sobre dos tumbonas, observando la torre Eiffel desde la distancia brillando con tanta intensidad como una estrella.

-Gracias de nuevo, Adam. Si no fuera por ti tal vez nunca hubiera salido de ese café, tal vez nunca hubiera sabido cómo se sentía la adrenalina o lo maravilloso que sería conocer el mundo.

-Necesitabas un empujón, Meg. A veces siento que sabes lo que quieres y cómo obtenerlo, pero decides tomar decisiones contrarias a eso.

Me encogí de hombros, repentinamente afligida.

Las Cuatro Máscaras De MegDonde viven las historias. Descúbrelo ahora