ʕ⁠'⁠•⁠ᴥ⁠•⁠'⁠ʔ || CAPÍTULO 02

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El jardín solía ser una elección excelente para ocultarme. Con frecuencia lo utilizaba cuando jugaba a las escondidas con mi primo Dmitry y mi madre. Sus grandes arbustos, árboles y otros pequeños rincones eran perfectos para este propósito. No obstante, un día decidí cambiar de lugar, complacido por la idea de que nadie me descubriría.

Tan pronto como mi madre comenzó a contar, corrí hacia un sitio donde me había advertido que no fuera. Atravesar ese límite implicaba desobedecer las reglas establecidas, pero mi deseo de ganar aquel inocente juego me llevó a transgredir las normas. Fue una imprudencia de mi parte.

Una muy estúpida.

Deambulé por el denso sendero hasta llegar a un pequeño rincón en la parte trasera de una casa que permanecía apartada de la mansión principal. Desde fuera, la casa parecía hermosa, quizás más cálida y acogedora que la oscura, rústica y fría mansión en la que vivía. Solo la presencia de mi madre otorgaba un brillo que yo creía era el único necesario.

Mis ojos examinaron con determinación el lugar, como si hubiera descubierto un tesoro en aquel rincón apartado.

“—No vayas a ese lugar, cariño”, recordé las palabras de mi madre. Sin embargo, la curiosidad era demasiada y no me detuve. No consideré el porqué de aquella advertencia, ni las consecuencias de desobedecerla.

Sin más, abrí la puerta. Encontré una pequeña sala con sábanas blancas que cubrían todos los muebles. Estaba limpia, sin polvo ni indicios de haber sido deshabitada por mucho tiempo. Miré a mi alrededor, con curiosidad, tratando de discernir si había alguien allí. Continué hacia la cocina, también vacía, y luego revisé dos habitaciones, igualmente limpias y sin rastro de presencia alguna. Era curioso e intrigante.

En ese momento, una suave y aguda voz se escuchó. Me infundió un poco de miedo, mientras que mi curiosidad aumentaba al intentar descubrir qué se ocultaba allí. Me dirigí hacia la fuente de la voz, que se volvía más audible a medida que me acercaba.

Estaba seguro de que sería algún tipo de lugar embrujado, como en las historias que mi madre solía contarme. Sería un logro contarle a Dmitry si encontraba uno de esos fantasmas. Me parecía divertido.

Cuando llegué a unas escaleras que descendían, abrí los ojos con asombro. Los nervios me daban valor para seguir, pero la voz de mi madre me sobresaltó. Se escuchaba cerca, así que, sin pensarlo, me escondí para evitar que me encontrara.

Una mala decisión.

La más imprudente.

Al abrir la puerta, mis ojos se abrieron de par en par. En ese momento comprendí por qué mi madre me insistía en no entrar a esa casa, un lugar donde los niños no debían ir. El miedo que sentía se disipó, dejándome vacío por un instante. No escuché nada, me sentí asqueado por lo que tenía ante mis ojos y aún más decepcionado e incrédulo al ver a mi padre torturando de manera tan sangrienta a ese hombre.

El trauma había perdurado más tiempo del que cualquier persona habría podido soportar. Mi madre se preocupaba constantemente por mi salud y mi estado. Aunque la escuchaba llorar todos los días y noches a mi lado, mientras sostenía mis manos, simplemente no podía pronunciar una palabra, mostrar una reacción o siquiera llorar como tanto deseaba. Quería desahogarme con ella, contarle lo monstruoso que era mi padre, o simplemente preguntarle si ella lo sabía.

Era demasiado joven para comprender todo lo que sucedía en casa, para saber cuánto había sufrido mi madre durante todo ese tiempo, o entender el motivo de que mi padre actuara de manera tan cruel con esas personas.

Después de un largo año, pude volver a hablar, y mi madre se sintió inmensamente feliz, pero no era lo mismo. Después de aquel incidente, mi vida se volvió insignificante para mí. Lo único que me mantenía cuerdo era la voz reconfortante de mi madre. Ella era, sin duda, única y pensé que valiente.

DULCE VENENO || CAESAR X ZHENYA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora