Enemigo

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Entrecerre mis ojos cuando ví a Lorenzo con una enfermera hablando tranquilamente como si no me hubiera robado mi diagnostico.

—¿Cómo se te da la derrota?—escuche a Gustin a mi lado, era un chico tímido cosa que me resultó rara que me hable—aveces es un verdadero idiota.

—Es un verdadero idiota.

Gustin empezó a reír conmigo de Lorenzo, este nos miró antes de seguir queriendo tirarse a la enfermera que tenía como unos veintiuno y era pelirroja.

—¿Quiere cogerse a la enfermera?—pregunte directamente a Gustin que me asintió.

—Lolo es así, no se tira a cualquier chica pero cuando tiene a una la tiene, lo conozco desde que vamos a la escuela.

Y yo decía que tenía una cara de santo con esos ojos verdes adornando su cara.

—Mhm.

—Me voy—Gustin hablo mirando su aparato que anteriormente lo tenía en el bolsillo—tengo examen en un rato...¿podrás durar con él imbecil?

Asentí antes de mirar como la enfermera se iba y Lorenzo rodaba los ojos, empeze a reírme descaradamente de él a lo que me miró.

—Tu no puedes ni hablar con ese enfermero de allá—señalo con mala cara.

Me di la vuelta mirando a un enfermero de tez oscura con una sonrisa perfectamente blanca.

—A que si.

—Cincuenta dólares.

Camine en dirección al enfermero que cuando llegue me sonrió amablemente.

—Hola—cuando estuve lo suficientemente cerca me apoye en la mesa de entrada y le susurré—escucha, hice una apuesta con un imbécil y no quiero perderla.

—¿Hiciste una apuesta con Lolo?—fue directo, asentí antes de que él riera—me encantaría hacerlo perder.

Empezamos a reír antes de que Lorenzo llegara a nuestro lado.

—Mis cincuenta—estire la mano y él me los dió con una mirada tonta—gracias.

Camine a su lado y fui directamente a la máquina de golosinas, inserte el billete antes de sacar unas cuantas golosinas, tome una y se la dí al enfermero, que por cierto se llamaba Lean.

—Gracias.

—De nada.

Le sonreí otra vez victoriosa a Lorenzo antes de salir caminando llenando mis bolsillos de las golosinas, llegué a la habitación de un señor que había entrado hacia cinco minutos por frecuentes mareos.
Tome su expediente entre mis manos antes de mirar para arriba y chocarme con un hombre de unos cuarenta pisando los cincuenta, lo que más me sorprendió era lo flaco que era o que estaba, y cuando mire directamente sus ojos se me hicieron parecidos a un susodicho.

—Hola señor—le sonreí amablemente—Soy la doctora Thomson.

—Perdóneme, permítase decirme José.

—Esta bien, José—tome mi estetoscopio entre mis manos—necesito que...

No termine ni de hablar ya que alguien me tomo la muñeca, más bien mi enemigo.

—Deja que lo hago yo—su voz sonó demasiado dura cosa que me hizo fruncir el ceño.

—Tengo manos para hacerlo.

—No te pregunté si las tenías.

Los dos nos miramos con odio antes de que sus ojos se prendieran llamas mirando a José.

El diagnóstico que nos dimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora