'Desde que te fuiste (...)
no hago otra cosa que pensar en ti.
Pierdo espesor como la luna menguante.'Atisbos de anhelo vespertino se reflejaban en sus pantalones y su camisa. Su tono amarronado original sucumbía al tinte naranja, al cielo, a las nubes, a la altura, a cierta nostalgia. Acercó su mejilla a la ventanilla y miró el exterior, sabiendo que ya divisaría las siluetas alargadas de los peñascos que rodean el puerto de Liyue, perdidas en el atardecer y las nubes altas que acompañaban al ocaso, trayendo las primeras lluvias del otoño. Finales de septiembre, el momento en el que todo inicia y acaba, en el que la brisa aún cálida te recuerda lo que se fue y te anticipa lo que será. La potencia y el acto juegan a un extraño juego, se persiguen y se atrapan.
Hacía años que no visitaba Liyue; dejó allí poco más que un puñado de recuerdos que nunca tuvo interés en rememorar. Sería más cierto decir que dejó Liyue tratando de que en ella se quedasen esos recuerdos, pero nunca pudo despojarse de ellos. Cuando intentas abandonar el pasado, poner distancia a lo que solía ser, surge también el clásico problema asociado a la huida: o corres para dejar atrás todo o no te despojas de nada. Apareces en una ciudad desconocida en la que huir de aquello que tanto temes, pero también abandonas los árboles, el mar, las nubes, las esquinas pobladas de plantas que ves desde tu infancia, al anciano de manos temblorosas que sujeta una taza de té hirviendo, al niño que juega entre las cañas de bambú con los primeros rayos del sol, el sonido lejano del piano, el tranvía apabullado del centro.
Y así, despojado de lo que creías tu esencia, convencido de que de ti florecerá un brote desconocido, tratas de perder todo, perderlo, despojarte de su peso, desprenderte de la responsabilidad de atenderlo. Todo aquello te resulta extraño, distinto, ajeno a ti, casi incómodo.
Aun así, sabes con una certeza clarividente que, si bajas la guardia, tus recuerdos encontrarán en la calle más estrecha, en el cruce más banal y cotidiano, comprando el pan, haciendo la colada, bebiendo té caliente. Siempre vuelven a ti de alguna manera; al fin y al cabo, son una parte inseparable de ti. Son un fragmento de quién fuiste y quién eres ahora.
Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y encontró sus gafas, entre papelillos y pañuelos arrugados. Se las puso inútilmente; apenas dos páginas después, se encendió la señal roja que indicaba que era el momento de abrocharse los cinturones para aterrizar. Burocracia voluntaria para evitar toparse de lleno con su olvidada ciudad natal. Con una expresión de absoluta impasividad, casi aburrimiento, que habría aprendido con una práctica feroz, cerró su libro y miró al frente, como si nada pasase por su mente. Nada deseada, poso de recuerdos de vista inevitable.
Hacía unos ocho años que se había mudado a Fontaine. Fue una suerte de salto obligado, de huida repentina. Un antiguo profesor suyo, apenas acababa la carrera, le ofreció trasladarse allí para dedicarse a investigar en varios sitios arqueológicos. Había pasado los días estudiando, cavando y leyendo. Leía sin parar. Siempre le había encantado leer, pero los motivos de tal pasión durante su exilio habían sido más diversos. A veces lo utilizaba como una suerte de terapia o entrenamiento empático, forzándose a exponerse a la tentadora posibilidad de ser alguien más, distinto. De hecho, completamente opuesto, diferenciado de forma radical, solo para descubrir que se veía a él mismo en los detalles más odiosos del personaje.
Sin embargo, lo cierto es que Zhongli apenas leía novelas. Pasaba el tiempo pensando en rocas y plantas. Especialmente en rocas. Por algún motivo indescifrable para el resto, las consideraba fascinantes, a pesar de que no ayuden a trabajar la empatía o a situarse en las carnes de algún ser omnipotente disfrazado de vecino común. Sin embargo, si le preguntaban, las rocas le parecían bastante interesantes, mucho más de lo que la gente les amerita ser. Es más, las tacharía, incluso, de fascinantes.
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out my song must pour
Fiksi PenggemarExisten metáforas con prácticamente cada estación del año para vincularlas con "los nuevos comienzos" o "el principio de grandes historias"; el año nuevo en invierno, el renacer primaveral de todo aquello preservado en nieve durante meses... Para Ch...