Capítulo 1: Un nacimiento, una muerte

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Nueva Orleáns, 1879

A la mañana de un nuevo día en la casa de los La Collina, estaba por ocurrir el milagro de la vida. El dueño de la casa Alfonso era descendiente de un italiano que había emigrado a los Estados Unidos desde hacía más de 50 años, con casi 35 años de edad Alfonso y su esposa Dorothy de 30 años, no habían podido hasta ese momento tener un hijo, un heredero, para su fortuna que de por si era extensa.

Más que querido, don Alfonso era respetado, dueño de la única naviera que existía en la ciudad, además de poseer una hacienda inmensa, no era de cuna aristocrática, pero en Italia su abuelo venia de una decaída familia adinerada, tanto Alfonso como su padre habían tenido la suerte de contraer matrimonio con mujeres que si pertenecían a la aristocracia y es así como el apellido de ellos, italiano, fue reconocido y respetado en el país.

Los esposos La Collina tenían muchos conocidos, pero como ellos mismos decían muy pocos amigos de verdad, uno de ellos era Mark McKinley amigo de Alfonso de toda la vida, era el médico personal de la familia, estaba casado y tenía un hijo de 2 años de nombre Michael, era él quien atendía el parto de Dorothy.

-¿Por qué tarda tanto? –preguntaba Alfonso. Los empleados entraban y salían del cuarto, con agua y toallas limpias, entonces también salió una mujer ya de cierta edad a la que Alfonso tomo del brazo.- ¿Cómo está?... ¿Por qué demora tanto en nacer mi hijo?

-Tranquilo señor, esto es así –trato de tranquilizar a su patrón- El doctor la está atendiendo no se preocupe, ya vera que todo saldrá bien, tranquilo- Y volvió a entrar al cuarto. La desesperación se apoderaba de él, el solo hecho de perderla a ella y a su hijo lo hacían caer en la desesperación, pero de algo estaba seguro y era que su amigo no dejaría que algo malo le pasara a Dorothy ni al bebe.

La espera no duraría mucho ya, especialmente al escuchar el llanto de su hijo o hija, no importara que fuera después de tanto esperar por un heredero, su sexo era lo de menos. La puerta se abrió minutos después, la misma mujer de hace unos momentos, fue quien se asomó con un gesto de alegría.

- ¡Ya puede entrar señor Alfonso! – él entro a la habitación despacio, intentando no hacer ruido, lo primero que vio fue el rostro de su amigo sonriendo mientras secaba sus manos con una toalla blanca, camino hasta el borde de la cama, para observar el rostro de su esposa y de esta manera cerciorarse que se encontraba bien, ella estaba exhausta del esfuerzo realizado, tenía al bebe en sus brazos, envueltos en sábanas de seda.

-Querido, es varón, como querías. –dijo arrastrando las palabras.

-Eso no importa ahora, lo importante, es que tú y él estén bien, ya me tenían asustado me preocupe mucho, creí que los perdería

- Ya no te preocupes más –acariciando su rostro –Ahora estamos contigo..... ¿No crees que él es hermoso?

- Es igual a ti –dijo su esposo- ... y si es precioso

- ¿Quieres cargarlo Alfonso? –pregunto su esposa

-¡Mejor no! –se negó

- ¿Por qué no?

- Tengo miedo de lastimarlo –confesó

-No tengas miedo, solo tómalo con amor, es tú primer hijo –él le sonrió con ternura y tomo al niño en sus brazos, la criatura conmovió a Alfonso, que derramo una lagrima sobre él.

-Tú eres –le hablaba al niño– El regalo más hermoso que me ha dado la vida, mi primogénito y un día, serás amo y señor de todo lo que poseo.

-Alfonso, quiero que su nombre sea Adrián, como mi padre –pidió su esposa

-Así será, Adrián ....Adrián La Collina, me gusta cómo se oye, con fuerza, como debe ser –Deposito, al niño en los brazos de su esposa- Ahora deben descansar los dos –beso a ambos– Necesitan recuperar fuerzas– Y dirigiéndose a las empleadas– Cuídenla, a ella y al bebé

Say you'll love me againDonde viven las historias. Descúbrelo ahora