Capítulo 4. Excusas.

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Había sido un fin de semana agitado, pero ya era lunes, y entre semana casi no veía a Ethan, me concentraba en mis estudios, no podía y no me permitía decepcionar a mis padres.

Llegué a mi clase, me senté en la silla y dejé soltar todo el aire que había estado reteniendo. Sentí unas manos en mis hombros, miré hacia arriba y ahí estaba Olivia, con una gran sonrisa, mierda.

— ¿Qué tal con Ethan, eh?

Suspiré e hice cara de tristeza mezclada con asco, odiaba hablar sobre esto y encima con Olivia, era mi mejor amiga, la quería mucho, pero a veces era demasiado cotilla, siempre quería enterarse de todo y yo no quería contar nada.

Se sentó a mi lado, dejando su mochila en el suelo sin cuidado alguno.

— Algún día me tendrás que contar algo, Mary.

Negué con la cabeza mientras sacaba el cartapacio.

—  No, porque no ha pasado nada, Olivia.

Ella puso los ojos en blanco y quitó sus manos de mis hombros, sentándose a mi lado, sacando sus cosas, lista para la clase de historia.

— Bueno, no me cuentes nada, no puedo obligarte, pero si alguien te puede ayudar en consejos de amor, yo soy la indicada, no lo dudes.

Me reí y suspiré, agitando la cabeza.

— Que vas a saber de amor, tú solo tienes rollos, los tienes babeando para ti tres o cuatro días y los tiras a la basura.

Ella se miró las uñas, con una sonrisa en el rostro y sacando un boli mientras abría el apartado de historia.

— Así los enseño a madurar y no encariñarse con las tías, además seguro que ellos le han hecho eso a alguna tía, he tomado venganza en nombre de las tías que los imbéciles usaban y tiraban. No le veo lo malo, hago lo que ellos hacen para que tomen un poco de consciencia.

No pude evitar reírme y es que, en parte, tenía algo de razón. Vi al profesor de historia entrar, nos miró con cara de asco y suspiró, sabiendo lo que le tocaba aguantar hoy, que era lo mismo que todos los días.

— Venga... calla ya.

Empezó las clases, vi la silla de Ethan vacía, ¿dónde debía estar? Espero que no en el hospital. Odiaba los hospitales y es que miles de personas morían ahí al año y pensar que estoy en la misma camilla que alguien que murió hace años, hace que se me revuelva el estómago.

— ¿Has visto a Ethan? — susurré.

Olivia me miró con cara de «ahora si me hablas, eh», pero luego negó con la cabeza, con la mirada fija en su asiento.

Después alguien tocó a la puerta y era Ethan, yo sonreí, estaba sudado, había corrido, supongo que se había quedado dormido y había venido corriendo.

— Lo siento profesor, es que me he quedado dormido porque se me ha estropeado el despertador.

Mentiroso, no tenía despertador, y lo sabía porque fui a su casa y en ninguna de sus mesitas había ningún despertador ni nada de eso, estaba ocultando algo.

— Está bien, pasa — añadió en suspiros el señor Hawks.

Ethan se apresuró y se sentó a mi lado, soltando la mochila en el suelo sin cuidado alguno, haciendo que la clase se callara por el repentino ruido, qué ingenuo era a veces.

— No me mientas, sé perfectamente que no tienes despertador, y tú nunca te quedas dormido, es más, siempre me dices que no puedes dormir por los medicamentos que te tomas por... ya sabes — giró su cabeza para mirarme y me sonrió.

Suspiré al ver como me ignoró y sacó su cartapacio y su libro de historia, dispuesto a trabajar.

Pasaron cinco minutos, esperé que me hablará, pero al no hacerlo sentí una punzada de rabia, pero no me importó, estuve atenta a la clase, aunque a veces notaba que Ethan me miraba con el rabillo del ojo.

El timbre sonó, recogí mis cosas, como íbamos a segundo de bachillerato y estábamos en época de exámenes, ya que era principios de mayo, la próxima hora teníamos examen de física y nos podríamos ir a casa, debían quedar unas dos o tres semanas para acabar el curso, era una sensación extraña de querer, pero a la vez no, soltar esos recuerdos y por fin graduarme, trabajar, tener mi año, eso era lo que había pensado que sería este año, pero no lo fue.

Separamos las mesas y entró el profesor, con las hojas en la mano, yo saqué un boli, un típex y mi calculadora, Ethan me volvió a mirar, con una sonrisa, no hice nada, me mantuve inexpresiva, comenzamos a hacer el examen, no podía evitar estar nerviosa, pero manejé mis nervios bien, como me habían enseñado. Entregué el examen y salí de la clase, yendo hacia la puerta, mientras caminaba miré el examen de Ethan, no había rellenado ni la mitad, yo sonreí y salí, yendo hacia las escaleras y mientras bajaba alguien gritó mi nombre.

— ¡Mary! ¿Ya no me esperas?

Seguí bajando las escaleras, haciéndome la sorda y pensando en que le habría entregado el examen en blanco al profesor, hasta que me cogió de la mano y me frenó.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué mierda huyes de mí?

— ¿Algún día dejarás de mentirme, Ethan?

Él soltó poco a poco mi mano, con la boca abierta y mirándome fijamente, me dio una punzada de tristeza verle así, odiaba verle así, pero tenía que enfrentar la verdad.

— No entiendo... no te entiendo.

Inhalé aire, conteniéndolo y seguí bajando, con la respiración entrecortada y tragando con dificultad, con miedo de lo que podía pasar, con miedo de arruinar lo nuestro, con miedo de que esas mentiras fueran más lejos y terminasen arruinándole, con miedo de que descubriera como soy.

— ¿Por qué has llegado tarde hoy?

Él bajó la mirada y me agarró de la mano, llevándome fuera del recinto escolar para que nadie nos escuchará.

— Tenía... unas pruebas en el médico.

Suspiré y me reí, enfadada.

— Oh, vaya, unas putas pruebas en el médico y claro, tú tenías que mentir con que no te había sonado tu despertador, que no me extraña porque no lo tienes — le grité, enfadada y nerviosa, tanto que él se quedó quieto, mirándome fijamente, sin saber qué hacer o decir para no enfadarme más.

— ¡No quiero que la gente sepa que tengo una puta enfermedad que me hace parecer un abuelo sin pulso alguno!

Suspiré y miré al suelo, mordiéndome el labio inferior, reteniendo las lágrimas en mi corazón.

— ¡Podías haber dicho algo tan simple como «estaba en el médico» pero no, tenías que inventar algo que te dejará mal sabiendo que tú no eres así!

— No lo entiendes, mucha gente sospecha que me pasa algo cuando ven mi pulso.

Y ahí lo sentí, como pisaban mi corazón sin piedad, mientras esas palabras me golpeaban, una más fuerte que la otra e impactaban directas en mi corazón, haciendo que mi corazón no pudiese retener las lágrimas y que algunas escaparan de mis ojos.

— Escucha... últimamente casi no hemos estado juntos y lo entiendo, los estudios son más importantes que un... rollo... o lo que seamos, pero prefiero eso que pelearme contigo... — susurró mientras envolvía sus brazos por mi cuello y me daba un abrazo, lo único que necesitaba.

Se paró el tiempo, fue mágico, sentí como si su corazón liberara la tristeza del mío, algo que solo era capaz de sentir con él.

Al llegar a casa estudié, esa era mi rutina últimamente, lo único que hacía, a pesar de que mientras estudiaba, nunca dejaba de pensar en Ethan, y eso era lo jodido.

El Verano Que Nos Hizo InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora