|𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 004| ʰⁱˢᵗᵒʳʸ ᵒᶠ ʷᵉˢᵗᵉʳᵒˢ

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El final del verano llegó más rápido de lo que Daella habría querido. Estaba deseando volver a Hogwarts, pero por otro lado, el mes que había pasado en La Madriguera había sido muy divertido.

La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena suntuosa que incluía todos los manjares favoritos de Harry y Daella y que terminó con un suculento pudin de melaza. Fred y George redondearon la noche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster, y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora. Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.

A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma. Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Ginny al coche a través del patio, casi se rompe el cuello cuando tropezo con una gallina despistada.

Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echo un vistazo al asiento trasero, en el que Harry, Ron, Fred, George y Percy estaban confortablemente sentados, unos al lado de otros, y dijo.

— Los muggles saben más de lo que parecen, ¿verdad?— Ella, Ginny y Daella iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque.— Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?

El señor Weasley arrancó el coche y salieron del patio. Daella se volvio para echar una última mirada a la casa. Apenas le había dado tiempo a preguntarse cuando volvería a verla, cuando tuvieron que dar la vuelta, porque a George se le había olvidado su caja de bengalas del doctor Filibuster. Cinco minutos después, el coche tuvo que detenerse en el corral para que Fred pudiera entrar a coger su escoba. Y cuando ya estaban en la autopista, Ginny grito que se había olvidado su diario y Daella su cuaderno de dibujos y tuvieron que retroceder otra vez. Cuando Ginny y Daella subieron al coche, después de recoger el diario y el cuaderno, llevaban muchísimo retraso y los ánimos estaban alterados.

El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer.

— Molly, querida...

— No, Arthur.

— Nadie nos vería. Este botón de aquí es un accionador de invisibilidad que he instalado. Ascenderiamos en el aire, luego volariamos por encima de las nubes y llegaríamos en diez minutos. Nadie se daría cuenta...

— He dicho que no, Arthur, no a plena luz del día.

Llegaron a King's Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda pastilla para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación. Daella ya había cogido el expreso de Hogwarts el año anterior. La dificultad estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, que no era visible para los ojos de los muggles. Lo que había que hacer era atravesar caminando la gruesa barrera que separaba el andén nueve del diez. No era doloroso, pero había que hacerlo con cuidado para que ningún muggle notará la desaparición.

— Percy primero.— Dijo la señora Weasley, mirando con inquietud el reloj que había en lo alto, que indicaba que solo tenían cinco minutos para desaparecer disimuladamente a través de la barrera.

Percy avanzó deprisa y desapareció. A continuación fue el señor Weasley. Lo siguieron Fred y George.

— Yo pasaré con Ginny y Daella, y vosotros dos nos seguís.— Dijo la señora Weasley, a Harry y Ron, cogiendo a Ginny de la mano y asegurándose de que Daella estuviera cerca de ella, empezaron a caminar. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaban.

𝐃𝐀𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍 𝐘 𝐋𝐀 𝐂𝐀𝐌𝐀𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐒𝐄𝐂𝐑𝐄𝐓𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora