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Violeta abre lentamente los ojos, despertándose al escuchar a su madre llamar a la puerta para la cena. Se frota los ojos y mira a su lado para ver a Chiara abrazándose a sí misma, dormida. La vista la hace sonreír, no quiere despertarla, pero tiene que hacerlo.

—Kiki —susurra y suavemente sacude sus hombros para intentar despertarla—. Chiara, despierta.

Violeta lo intenta de nuevo y la chica se mueve en la cama, gimiendo antes de finalmente abrir los ojos. Casi salta de la cama al encontrarse cara a cara con esos hermosos ojos. Se veían tan bien...

La pelinegra se da cuenta de que se ha quedado dormida y quita su mano del brazo de Violeta.

—Vamos, te acompaño a casa. Supongo que Emma estará preocupada.

Las dos chicas se ponen de pie y comienzan a atarse los zapatos. Una vez hecho, bajan las escaleras.

A punto de salir, Susana las intercepta en la entrada.

—¡Chiara! —dice Susana con una sonrisa amable—. ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? Ya casi está todo listo.

La ojiverde mira a Violeta para que le ayude a decir que no, pero la pelirroja asiente efusivamente, haciéndola suspirar.

—C-Claro, g-g-gracias. —responde Chiara con una sonrisa incómoda.

Las chicas se dirigieron al comedor donde el padre de Violeta, Juan Carlos, y su hermana menor, Tana, ya estaban sentados. La mesa estaba puesta con una gran variedad de platos caseros que Susana había preparado.

Durante los primeros minutos de la cena, la conversación fue trivial, girando en torno a los eventos del día y las actividades escolares. Sin embargo, pronto la conversación tomó un giro incómodo: los vecinos, Martin y Juanjo, una pareja gay que vivía al otro lado de la calle. Chiara apenas podía creer lo que oía.

—¿Habéis visto cómo se comportan esos dos últimamente? —comenta Susana, frunciendo el ceño—. Es una vergüenza para el vecindario.

—Sí, la verdad es que deberían tener un poco más de decencia —añadió Juan Carlos—. Esos estilos de vida no son normales, no deberían imponerlo a los demás. ¿Qué pasará con los niños?

Tana asiente, compartiendo miradas de acuerdo. Violeta, por su parte, mantenía la mirada fija en su plato, empujando la comida con el tenedor. No había tocado mucho de su cena y su expresión era de desagrado.

—¿Qué piensas, Vio? —pregunta Cayetana, notando su silencio—. ¿No crees que la gente así es repulsiva?

Violeta levanta la vista por un momento, sus ojos llenos de frustración.

—No tengo nada que decir —responde secamente y vuelve a concentrarse en su comida.

Chiara la observaba en silencio, comprendiendo finalmente por qué Violeta siempre se mostraba tan reacia a que la gente pensara que era lesbiana. La actitud de su familia lo explicaba todo. La presión de vivir en un ambiente tan hostil hacia la diversidad debía ser abrumadora.

La cena continuó con comentarios despectivos sobre la pareja, y Chiara sentía un creciente malestar. En repetidas ocasiones, asentía a lo que la familia Hódar decía para no tener que expresar vocalmente su opinión; aunque esta fuera en contra de la ideología familiar.

Finalmente, la cena terminó y Chiara ayudó a Violeta a recoger los platos.

—G-g-grac-cias por la cena, p-p-pero c-creo que es-s hora d-de irme, —dice la menorquina con una sonrisa tensa.

—Oh, claro, Chiara. Ha sido un placer tenerte aquí —responde la mujer amablemente, como si no hubiera dicho nada ofensivo durante toda la noche.

Violeta decide acompañar a la invitada a la puerta.

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⏰ Última actualización: Jul 18 ⏰

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Taciturno | kivi (fic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora