Prólogo: Primeros encuentros

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La primera vez que lo vi, yo tenía 18 años.

No lo conocía apenas; No conocía a nadie del mundo. Había sido fichado por el Barcelona hacía pocos meses, y todo esto del fútbol me tenía emocionado pero aterrado al mismo tiempo.

—Debemos tener bien claro como juegan nuestros contrincantes — nos dijo el entrenador.

Yo asentí firmemente, deseando que ese día de enero pudiera ayudar a meter goles y hacer el partido dinámico. Aunque la gente pensara que ser centrocampista era la posición más aburrida de todas, para mí era sin duda la más emocionante.

Observé a mis compañeros, de los cuales muchos había sido yo fan (ahí estaba el mismísimo Messi, a mi izquierda, y tenía que pellizcarme para saber que era real, incluso después de haber debutado hace meses)

Salimos al gran campo del estadio de San Mames a calentar. La afición ya estaba en la grada, y los colores rojiazules se mezclaban con los rojiblancos de los aficionados del equipo contrario. Me sorprendió la cantidad de gente que había sin abrigo, teniendo en cuenta que hacia una temperatura que jamás había vivido en mi isla.

—¿Hace siempre tanto frío en Bilbao? - le pregunté a mi compañero de centro campo, Busquets, mientras lanzaba pelotas al aire.

— Soy de Sabadell, mi niño — se rió de vuelta —. Pregúntale a un vasco.

Pensé que en el equipo no había vascos, y que yo, personalmente, no tenía amistad con ninguno.

— Gracias por nada.

El calentamiento se me hizo eterno, y temí que no fuera suficiente para calentar todo mi cuerpo de aquel frío de invierno.

Pensé en mi tierra, en la playa, en el calor del sol.

¿Había merecido estar aquí, jugando en el día de reyes? ¿Me echaría de menos mi familia?

No pensé más, porque aquellas preguntas solo me dañaban y me distraían de mi objetivo. Ganar al Athletic. Mejorar como extremo.

— ¡Barça, a por ellos!

Nos posicionamos cada uno donde tocaba, y en ese momento fue cuando observé a nuestros contrincantes. Parecían fuertes y seguros, como si supieran que iban a ganar en casa.

Pero yo sabía que eso no iba a pasar, porque mi equipo era mejor que ellos.

El pitido del silbato sonó, y dio comienzo el partido.

Como extremo, mi misión era básicamente hacer que el balón que estaba rulando acabara en nuestro campo, y que un delantero (que el 90% de las ocasiones era Messi) metiera un gol. Si mi trabajo fallaba, y perdía el balón, mi siguiente meta era básicamente apoyar a los defensas, recuperar el balón en cuanto antes, y volverlo a llevarlo a nuestro campo.

Era fácil, ¿verdad?

Me llegó el balón por primera vez en el partido, y con el esquema en mente, fui corriendo hacia nuestro campo esquivando a varios contrincantes. Sentía la adrenalina correr por mis venas cuando vi lo cerca que estaba de los delanteros, y por ende, de la portería.

Y ahí, es cuando me fijé en él.

Estaba diferente a la foto que había visto de su ficha técnica. Tal vez era la luz, o la emoción del momento, pero apenas lo reconocí como el contrincante que me habían hecho estudiar. Parecía más humano, más cercano, y algo en él, me hacía recordar a casa. Hacía frío, pero podía apreciar desde aquí su sudor. Se movía de un lado a otro, esperando mi próximo movimiento. ¿Era su nerviosismo, el que pocas veces veía entre mis compañeros experimentados? Fue un sentimiento extraño, y más cuando tendría que estar fijándome en los huecos de su portería, y no en él. Pero ni siquiera me fijé en los compañeros a los que tenía que pasar el balón.

Amor entre partidos (PEDRI + UNAI SIMÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora