Capítulo 7: Es amor, puede

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En el día de la final, le mandé un WhatsApp a Pablo, y después otro a Unai.

Mucha suerte.

No me atrevía a decir nada más, y tampoco creía que necesitaban nada más.

Era 18 de junio y España había pasado a la final después de ganar contra Italia. Estaban a un paso de ganar la Liga de Naciones.

Yo estaba en mi casa, viendo esto por la televisión. No quería admitir que llevaba todo el día nervioso, deseando que el equipo ganara, que a Unai no le metieran ningún gol, que Gavi disfrutara del trofeo como se lo merecía. No quería sentirme participe y ver lo que me estaba perdiendo.

Ver todo esto como espectador fue una experiencia agridulce. Aunque no quería admitirlo, el partido iba muy igualado. Tanto, que acabaron el prorroga.

— Odiaría ir a penaltis en una gran final — recordaba que me dijo Unai una vez, en una de las conversaciones telefónicas que teníamos antes de que todo se volviera raro —. Todo el peso recaería sobre mí. No quiero esa presión. No creo que lo haría bien.

— Es raro ir a penaltis en una final, no te preocupes — le había dicho yo.

— ¿Y si ocurriera?

— Entonces lo harías bien. Entonces ganaríamos por ti.

Los minutos pasaban, y como si hubiéramos invocado al destino aquella vez, efectivamente, acabaron yendo a penaltis.

Los minutos pasaban muy lento. La cámara enfocó al protagonista. Aquella cara que había besado, estaba en primer plano en televisión.

¿Creerás en ti? ¿Si no crees en nosotros, al menos, creerás en ti?

Su mirada estaba fija en el oponente. Si no lo conociera mucho, pensaría que estaba seguro. Pero había una leve inclinación, un leve cambio en su gesto, en como elevaba sus cejas, la comisura de sus labios, que me decía que tenía miedo. Aunque intentara esconderlo. Aunque lo escondiera del resto del mundo. Tenía miedo de fallar.

— Por favor — dije, mirando a la televisión —. Por favor, dios si existes, o quien sea que controle esto, haz que gane.

El primer oponente, desgraciadamente, metió gol. Y el segundo, también.

No fue hasta el tercero, cuando todavía seguíamos en empate, y estaba agarrando la tela del sofá tanto que tenía en romperla, cuando Unai, se tiró a un lado, y paró el penalti.

Grité. Grité tanto como los comentaristas, y escuché también gritos en la calle. Lo había conseguido. Había parado el primer penalti.

— ¡Unaaaaaaaai Simon! — decía el comentarista —. ¡Tus manos imparables!

Si el tiempo iba lento, en ese momento, todo pasó más rápido.

Laporte falló su penalti, y eso nos hacía volver a empatar. Y solo entonces, cuando estábamos con los ánimos ya más bajos, Unai volvió a parar.

— ¡Me cago en la puta! — grité —. Te odio, Unai. ¡Te odio!

Se notaba en su mirada, viendo el balón fuera de su portería, una satisfacción tremenda. Todo el mundo gritaba.

Solo quedaba el penalti de Carvajal. Si lo metía, eran campeones.

Y así fue.

España había ganado.

Grité y grité, porque aunque no estaba ahí, sentía la victoria como una parte de mí. Todo el equipo se lanzó al césped, juntos, y los aficionados de las gradas gritaban eufóricos.

Amor entre partidos (PEDRI + UNAI SIMÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora