Eduardo

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Todo marchaba bien hasta que al final de las vacaciones de verano, dígase en la noche antes de mi primer día de clases, Eduardo sorpresivamente se me apareció en un sueño para decirme que iban a matar a Eduardo y que fatídicamente quien daría muerte a Eduardo sería, en efecto, el mismo Eduardo.

Desperté aproximadamente a las cinco de la mañana, con ese letargo característico. Bebí agua y, una vez calmada mi sed, volví a dormir. En esta ocasión no soñé con ese tal Eduardo que sería asesinado por Eduardo, soñé otra cosa que no recuerdo.

Nuevamente desperté, esta vez a las seis, para comenzar el día. Aquel sería el último primer día de clases, pues comenzaba mi último año de colegio. Sentía una leve emoción por esto; la idea de las voces amigas, hablando con añoranza y proyectándose con euforia sobre lo que hicieron en vacaciones, me animaban lo suficiente para encaminarme al colegio.

Recuerdo el paradero, la buseta, el asiento, la mochila pesada y un viaje a Margarita. Yo no sé qué pinta el recuerdo del viaje a Margarita entre los recuerdos de esa mañana, aunque realmente estos fueran inconexos; No se trataban, en esencia, de la buseta de esa mañana ni la parada, ni la pesadez de la mochila exactas de ese día. El viaje a Margarita, entre esos recuerdos de distintos días, dados en coherencia, encajaba como si fueran los dientes de un tenedor frente a los agujeros de un enchufe.

Me centré de una vez en ese flujo, luego específicamente en el peso de la mochila, y me dirigí al momento exacto en que desenvainé la pistola y me apunté en la cabeza: Era un baño del colegio, no exactamente el recuerdo preciso, sino uno de un día cualquiera del mismo baño que vi tantas veces, cual encaja perfectamente como la bala en la cabeza de Eduardo.

Objeciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora