Estaba podrido de Montevideo, se trataba de algo personal, recorrer las mismas calles que recorrí cuando era feliz, ahora sin serlo, acentuaba mi infelicidad. Si se me preguntara acerca de la ciudad no faltarían los elogios, y lo mismo para Colonia del Sacramento, mi próximo destino.
Recién había ubicado un caserón a precio de ganga, para qué te cuento. Tres pisos, habitaciones por doquier. Las fotos, claro, ya sabés cómo es, uno se arma la idea. Aunque tampoco me calentaría en demasía si descubro goteras a última hora o si hay que poner manos a la obra, total, por ese precio, bancaba lo que venga.
Databa de hace muchísimos años, como del mil ochocientos, te imaginás los tipos de antaño mirándola igual que hoy. La misma se ubicaba en un sitio con renombre de Colonia, la famosa Calle de los suspiros. El nombre puede poner en guardia, te lo acepto, pero he de reconocer que pintaba lindo, por lo menos en las fotos.
Nunca había ido a Colonia, mis ganas de rajar del anterior sumidero me llevaron a señalar un punto en el mapa y decidirme a desaparecer finalmente. Pero claro, antes de mandarme la gran mudanza, investigué un cacho, no soy tan pelotudo como para caer de cabeza a cualquier sitio. Y bueno, resulta que encontré ese lugar.
Llegué cargado hasta las manos, como quien nunca había lidiado con una mudanza y me traje prácticamente la casa entera. Me recibió un señor bastante entrado en años con una melena blanca como la nieve y un bigote igual de espeso en el mismo tono. Me dijo que disfrutara de la casa, que llevaba tiempo sin arrendarse y que la había remodelado de arriba abajo para mi llegada.
Quedamos en que le pagaría a fin de mes, algo de lo más raro, pero acepté encantado. Le estreché la mano y me apresuré a pasar, entrando las maletas una a una, porque vaya que pesaban. Pensé en dejarlas en la entrada, pero la casa parecía extenderse hasta el infinito, así que comencé a meterlas despacio. Cuando la primera ya estaba adentro, salí a buscar las otras y el viejo había desaparecido. Un tipo ocupado, supongo.
Una vez logré introducirlas todas, me sentí contentísimo y dí un buen trago de aire fresco, fijando los ojos en los adoquines del suelo y sintiendo como parecían resbalar cuesta abajo para terminaban en el mar. Las casas no eran tan antiguas ni tampoco tan grandes como a la que había llegado, más bien allá en el fondo, donde las toca la marea no superaba ninguna la primera planta.
Después de recuperar el aliento, comencé a llevar cada maleta a su rincón correspondiente. Abrí la puerta que daba a la sala y tuve la impresión de que alguien la había pintado hacía nada;
El olor a pintura fresca llenaba el aire. Pero lo que realmente me sorprendió fue el mural que el antiguo dueño había dejado en esa misma sala.
Se trataba del sol de Mayo, pero no el de la bandera del Uruguay, ni el de Argentina. Más bien, tenía un aire incaico, como si aquel sol de Mayo fuese un dios inca. Estaba plasmado en un tono rojo particularmente especial, uno que nunca había visto antes, una especie de rojo espeso, casi coagulado. Sus rayos se extendían por toda la pared y en el centro estaba su rostro, que a mis ojos parecía llevar una expresión melancólica, incluso triste.
Decidí dejar de prestarle atención al sol por el momento y me dediqué a seguir organizando todo. La casa era inmensa, pero se convertiría en el paraíso para mis perros, que olvidé mencionar que había llegado con ellos, a quienes adoraba. Podían corretear y jugar a sus anchas por toda la vivienda; con tres pisos para una sola persona y sus cuatro canes, el espacio estaba más que de sobra.
A medida que acomodaba las cosas, distribuí lo que correspondía a cada rincón. La ropa, la computadora y el escritorio encontraron su lugar en la habitación, mientras que todo lo relacionado con la cocina ocupó su espacio en la cocina y los elementos del baño quedaron en el baño. Esa casa que al principio me imponía y que incluso me ponía en alerta por el nombre de la calle, poco a poco iba adquiriendo mi esencia, ya que estaba llenándose de mis pertenencias.
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Objeciones.
FantasyDescubre relatos donde la realidad se mezcla con lo mágico y lo onírico. Cada historia te lleva a explorar los rincones ocultos de la mente humana, donde se esconden secretos, pasiones y luchas. Desde la búsqueda de redención hasta verdades que desa...