Lorena

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Era una madrugada común de la época de lluvias en San José. Había despertado algo agitado, recuerdo. Me aproximé a ducharme y vestirme para luego comenzar a hacer el café de la mañana y recalentar el pinto que había dejado la noche anterior.

Algo había en el ambiente que no estaba bien, yo lo sabía e incluso a cualquier persona que se le preguntara en el momento del incidente, aun explicando que no sabía por qué, podría decir que lo sabía. Cuando hube terminado de desayunar me aproximé a mi cuarto, para ordenar mis pertenencias e irme a la universidad.

El ambiente enrarecido fue roto por el sonido de mi teléfono "El nica" expresaba el identificador. ¿Qué necesitaba mi amigo a esta hora de la madrugada? ¿En qué problema se habría metido esta vez? El hombre siempre me llamaba cuando necesitaba algún favor o que lo salvara de algo. Tomé el teléfono, desconecté el cargador y contesté.

—Chavalo, ocupo que me hagás un favor. Voy yendo para Desampa, no tengo mucho tiempo pa' explicarte, pero acordate que vos debés un favor. Quiero que me tengás la puerta abierta y que de verdad no me dejés solo, porque sabés que me la debés.

—Claro, mae', acá lo espero. —Dije algo intrigado.

Realmente sabía que algo muy malo iba a entrar por esa puerta, era como una mano que me recorría del estómago hasta el cuello para estrangularme la garganta. De todos modos, abrí la puerta y lo esperé. Lo esperé por treinta minutos, luego por la hora completa. Estaba ya frustrado cuando mis oídos percibieron los motores de un carro y el freno de mano.

El nica se bajó con apuro, ni siquiera había sacado el paraguas. Se dirigió hacia el asiento de atrás y sacó una bolsa negra para luego meterse rápidamente a mi casa.

—¡Acordate que me debés una! No me vas a dejar solo maje'. Yo sé que no. —Cerró la puerta rápidamente.

—¿Qué es eso? —Le pregunté.

Me miró un rato profundamente, parecía que me estaba viendo el alma a través de los ojos. Levantó la mirada y la clavó en la bolsa.

—Mirá... Anoche salí de fiesta, conocí una güila, otra nica, ya sabés, estábamos en La Cali, todo normal y nos habíamos ido para Heredia, comenzamos a tomar, luego a tocarnos, pero después se puso agresiva, yo me puse agresivo... Bueno, en resumen, la maté.

—¿Me estás diciendo que traés un cadáver en la hijueputa' bolsa? —Le dije alzando la voz, con los ojos como platos.

—¡Pero callate pues hombre! —Dijo llevándose las manos a la cabeza. —Acordate que vos me la debés, chavalo, acordate... Yo lo único que ocupo es que vos me la cuidés para ver donde la puedo dejar... No puedo llegar a casa, Van a verme mi esposa y mis hijos... Yo sé que me equivoqué, pero ayudame pues, guardamela por la tarde y ya en la madrugada cuando no me vea nadie, la vengo a buscar y la dejo en algún lado.

Me quedé callado un rato. Recién me percataba que tenía las manos llenas de sangre seca, así como el pantalón y la camisa.

—Ah, prestame la ducha y ropa por favor, ocupo llegar limpio a casa, mi esposa no puede saber que estuve tomando, menos que maté a alguien.

—Está bien...—Le dije. —Usá la ducha y yo te la guardo hasta la madrugada, pero no me la vayás a dejar tanto tiempo.

—Si, yo vuelvo en la madrugada. —Dijo mientras se dirigía hacia el baño.

Le preparé un pantalón y una camisa para que se pusiera cuando terminara y también le presté una toalla. Cuando cruzó la puerta sentí un escalofrío al quedarme solo con la bolsa. Me tocaba hacerle el favor, sólo tenía que esperar a que diera la madrugada para que se la llevara. Decidí tener un día normal:

Objeciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora