Vendo gatos.

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Por la avenida segunda de San José divisé a un hombre que pregonaba a viva voz que vendía gatos. Naturalmente que me llamó la atención y más que viniera sin jaula ni caja alguna, como recién salido de un callejón cualquiera de Soledad. Yo continué por avenida segunda buscando con la vista la parada del bus, cuando lo volví a escuchar: "Vendo gatos, vendo gatos ¡Gatos ¡Gatos!"

Continuando por la avenida nuestros caminos parecían coincidir.

—A dos rojos el gatico' —Me dijo.

El hombre parecía un desquiciado, tenía ropa haraposa, como si se acabara de pelear con algún animal. Olía a alcohol y a que no se había bañado en días. Lo creí un habitante de calle con algún problema mental, pero esos ojos eran lúcidos, era la mirada más cuerda que había visto nunca. Ese hombre no estaba borracho ni loco, yo lo sabía. Parecía ser yo el único destinatario de su oferta y me lo confirmaría al acercárseme y decirme:

—Cómpreme un gato. 

—¿Pa' qué quiero un gato? —Le contesté.

—¿Cómo pa' qué? Pa' pasar al otro lado, naturalmente.

—Naturalmente. —Le respondí no sé si en broma o porque realmente lo creía.

—A dos rojos el gatico'. —Me volvió a insistir.

Volteé la mirada, algo confundido. Era fehaciente la incomodidad que sentía, el cómo me perturbaba que la gente pasara sin notar nuestra existencia, me vi obligado.

—Deme mil colones. —Sentenció como última oferta.

Sobrecogido deslicé la mano para sacar un billete de mil colones y cuando subí la mirada, el hombre tenía encima a un gato manchado con unos ojos profundamente azules ¿De dónde lo había sacado? ¿Será que lo había cogido de la calle en lo que sacaba el billete? ¿Qué era pasar al otro lado?

El hombre tomó el billete y continuó caminando, como si volara con los pies. Lo vi casi desvanecerse frente a mí, lo seguí "¿Qué es pasar al otro lado?" Le dije, pero no recibí respuesta, tan pronto me entregó el gato se metió por la entrada del barrio chino y se perdió entre la gente.

Me quedé con el gato, que era blanco con manchas grises, negras y cafés que tenía en la cara, en la parte superior de las patas y en el lomo. Me quedé observando esos ojos azules y felinos. Al minuto de mirar al gato, logré ver en repetidas ocasiones el rostro del vendedor en su rostro, un rostro sobre rostro. Al segundo minuto comencé a percibir los universo-islas:

Cada persona es un universo-isla y tiene sus propias leyes, sus maneras de expresarse, su fauna universal en estado salvaje y primogénito. De este modo en cada universo-isla existe una infinidad de conceptos, todos distintos entre sí. No entendía a las personas que pasaban a mi lado, tampoco ellas me veían o comprendían: Era yo en avenida segunda totalmente inmóvil entre la marea de universo-islas sin conexión alguna.

El gato y yo estábamos en el mismo universo-isla y al tercer minuto comprendí que por probabilidad cada universo-isla tenía que tener similitudes en sus leyes, unos con otros para permitir la comunicación por inferencia. En ese momento distinguí lo de "Aquí adentro" a lo de "Allá afuera" Pero ¿Había realmente "pasado al otro lado" como había dicho el ambulante?

A la media hora de haber entrado junto al gato en mi universo-isla, comencé a ver con mi vista periférica nódulos de energía o destellos dorados. Yo estaba inmóvil, sin la necesidad de hacer nada. Por el rabillo del ojo observaba San José derritiéndose: las tiendas de comida y de ropa, las esferas del arco del barrio chino, los buses de Tirrases, todo se derretía en una sacudida impetuosa. Todo continuó así hasta que mi universo-isla logró hacer inferencia:

Objeciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora